El rey Leopoldo II de Bélgica es una de esas personalidades históricas que debemos recordar cada cierto tiempo para que su memoria no caiga en el olvido. Sin lugar a dudas estamos ante uno de los mayores genocidas de la historia, comparable a los peores asesinos de masas del siglo XX.
Durante el período histórico conocido como el Imperialismo, destacó el nefasto reparto de África, oficializado en la Conferencia de Berlín (1884-85), convocada por el Canciller de Hierro, Otto Von Bismarck para aclarar y resolver, entre otros el caso del Congo Belga, un inmenso territorio en el centro de África que el rey de Bélgica administró como si de una finca particular de su propiedad se tratase.
Leopoldo II y su genocidio en El Congo
Además de crear su propia empresa para la extracción del caucho y la explotación del marfil , concedía tierras a empresas privadas a cambio de un porcentaje sobre el beneficio que obtuviesen. Fue este el caso de la Compañia de Katanga o de la Unión Minera del Alto Katanga que a partir de 1905 comenzaron a extraer el mineral de cobre con la contrapartida del pago de jugosas comisiones a Leopoldo.
Todo se reducía a que los nativos consiguiesen obtener en un tiempo determinado la cuota de caucho que tenían asignada. La explotación del caucho, ligada a la pujante industria del automóvil y los neumáticos, además de otras riquezas naturales del corazón de África fueron la moneda de cambio mediante la que el rey de Bélgica consiguió amasar una inmensa fortuna. La administración colonial empleó sistemáticamente la violencia para obligar a trabajar a la población nativa aterrorizando a las poblaciones nativas. El procedimiento habitual consistía en tomar rehenes, casi siempre mujeres y niños, que sólo podían ser rescatados mediante la entrega de determinadas cantidades de caucho. Los rehenes morían con frecuencia de inanición o a causa de los malos tratos recibidos.
Las manos eran ahumadas y entregadas a los jefes de puesto como prueba de que la Force Publique había hecho su trabajo. Además de las matanzas, se empleaban asiduamente castigos físicos contra la población nativa. El instrumento de uso más extendido era la llamada chicotte, una especie de látigo que desgarraba las carnes del reo. Las primeras noticias de su uso se remontan a 1888.
¿Cómo es posible que nadie hiciese nada contra Leopoldo?
Uno de los primeros testimonios del horror fue el del periodista británico Edmund D. Morel, antiguo agente de una compañía naviera de Caucho y conocedor de las rutas comerciales en el África negra. Morel obtuvo pruebas sobre los crímenes cometidos y las presentó a la opinión pública. Sin embargo no fue hasta 1903 cuando el parlamento británico se mostró crítico sobre la situación del Congo. Es entonces cuando encargó al diplomático Sir Roger Casement, cónsul inglés en el Congo, la investigación de las denuncias. El informe Casement, público al año siguiente, tuvo un impacto considerable a nivel mundial.
Escritores y periodistas comenzaron a denunciar en sus obras las atrocidades que se estaban perpetrando en el interior de África. Destacan autores de la talla de Mark Twain, en su “soliloquio de Rey Leopoldo“, Arthur Conan Doyle, y, especialmente, el novelista Joseph Conrad en una de sus obras más importantes: el corazón de la tinieblas. Conrad hablaba en esta ocasión en primera persona: había remontado el río Congo y presenciado las desastrosas consecuencias del colonialismo belga. Cuando se destapó el escándalo el parlamento belga obligó al rey a ceder la propiedad del Congo, no sin recibir el dirigente una importante suma económica.
Autor: Luis Pueyo para revistadehistoria.es
Lee mas de Luis en www.geoghistoria.blogspot.com
¿Eres Historiador y quieres colaborar con revistadehistoria.es? Haz Click Aquí