Hace un par de siglos nadie habÃa logrado descifrar aún los signos gráficos ideados por los antiguos egipcios. Por lo tanto, a pesar de la riqueza arqueológica que hay en el valle del Nilo, se sabÃa muy poco del Egipto de los faraones. ExistÃan listas de faraones y se conocÃan episodios tardÃos de la época romana, pero poco más.
Aunque en los muros interiores y exteriores de las pirámides y de los templos esparcidos a lo largo del valle del Nilo aparecÃan muchas inscripciones, todos los que habÃan intentado descifrarlas habÃan fracasado. Eran un misterio, y lo mismo ocurrÃa con los miles de papiros encontrados sobre todo en tumbas, muchos de los cuales habÃan llegado a Europa y formaban parte de museos y colecciones privadas.
La historia del antiguo Egipto estaba escrita a lo largo de todo el paÃs, desde el delta hasta la primera catarata, en las piedras de cientos de monumentos. Y sin embargo nadie podÃa leerla. Hasta que el hallazgo casual de una piedra trilingüe y el genio de un hombre cambiaron las cosas. Después de permanecer oculto durante siglos, finalmente el secreto de los jeroglÃficos fue desvelado.
La Piedra de Rosetta
Como es sabido, la expedición de Napoleón a Egipto terminó en fracaso. La capitulación francesa conllevó, entre otras cosas, que la piedra hallada en Rosetta fuese a parar a manos de los ingleses, que la llevaron a Londres como un trofeo de guerra. Pero los eruditos franceses que habÃan viajado a Egipto con el Primer Cónsul tenÃan una copia de las inscripciones.
Tanto en Londres como en ParÃs, el texto -o, mejor dicho, los textos- que contenÃa la piedra de Rosetta enseguida fue objeto de estudio. ParecÃa evidente que las tres inscripciones eran tres versiones de un mismo texto. Como se conocÃa el último, redactado en griego, todo era cuestión de hacer un análisis comparativo. En apariencia, parecÃa fácil; pero no lo era: todo lo contrario. El hombre que finalmente dio con la clave tardó años en lograr su propósito, y el esfuerzo dañó gravemente su salud. Se devanó los sesos hasta lograrlo.
Jean François Champollion
Nacido en 1790, el hombre que puso nombre al sistema de escritura usado por los escribas de los faraones, y que logró descifrarla, creció con la Revolución Francesa. En Grenoble, donde estudió, trabó amistad con el prefecto del departamento, que habÃa estado en Egipto con Napoleón formando parte del estado mayor cientÃfico. El prefecto guardaba en su casa diversos objetos que fascinaban al joven Jean François. Antes de cumplir diecinueve años, éste fue nombrado profesor de Historia en Grenoble. Admirador de Napoleón, ser bonapartista le acarreó muchos problemas tras la caÃda del emperador.
Al principio Champollion pensó que descifrar el texto de la estela de Rosetta no le llevarÃa mucho tiempo. Pero pronto comprendió que estaba errado. Sin embargo, al contrario que otros investigadores, no dio su brazo a torcer. Era un hombre tenaz. Ante todo era necesario saber qué representaba cada dibujo de los jeroglÃficos, si era una letra o bien una palabra. Por fortuna, en la inscripción figuraba el nombre del faraón Tolomeo V (en griego, Ptolemaios), dentro de un marco ovalado que los expertos franceses llamaban, por su forma, cartouche.
Su primera tarea fue explicar los siete jeroglÃficos que componÃan el nombre de este faraón. También le ayudó una inscripción de un obelisco de la isla de Filé -al sur de la primera catarata- en la que aparecÃa el nombre de Cleopatra y de la que se poseÃa una traducción al griego. Una vez descifrado el nombre del faraón Tolomeo, Champoillon analizó el resto de la inscripción. Encontró palabras (reino, señor, dios) estaban escritas con un único sÃmbolo: un tintero. Otras palabras, en cambio, requerÃan más sÃmbolos.
La tarea era ardua, un auténtico quebradero de cabeza. La investigación avanzaba lentamente. Cuando Champollion creÃa haber superado un obstáculo, aparecÃa otro. No fue hasta el 27 de diciembre de 1822 que Champollion hizo una relación de su descubrimiento a la Academia de ParÃs. Le costó mucho conseguir que sus ideas fueran aceptadas. Antes tuvo que vencer las resistencias de muchos cientÃficos. Pero también halló apoyos. En primer, el de su hermano mayor. Con la ayuda de éste y algunos amigos viajó a Nápoles, TurÃn, Roma y otras ciudades italianas que guardaban antigüedades del antiguo Egipto con inscripciones, que estudió.
Más tarde, en 1828, Champollion hizo realidad un deseo que acariciaba des de hacÃa años: visitar Egipto, su patria espiritual. En el valle del Nilo hizo copias de muchas inscripciones grabadas en las paredes de templos y tumbas, en estatuas y estelas. Cuando le veÃan, los campesinos decÃan: