De la Independencia de México se han escrito infinidad de textos, todos ellos con el afán de brindar al lector un conjunto de explicaciones. Políticos, historiadores, filósofos y demás pensadores de otros gremios han incursionado en el tema, con el propósito de describir uno de los procesos históricos más cuestionados y polémicos de la historia patria.
Los resultados que arrojan pueden calcularse de acuerdo con la óptica que se observen. Buenos o malos, limitados o inacabados, excelentes o rebasados, cada trabajo puede mirarse de acuerdo con la teoría y métodos de moda: historia social, revisionismo, historia económica, política, regional, cada cual brinda una parcela de conocimiento digna de ser estudiada.
Uno de los sucesos políticos más importantes para la historiografía contemporánea, que aborda asuntos concernientes al siglo xix mexicano, es precisamente el Plan de Iguala. Los acontecimientos en torno a su manufactura son especiales. Se conjugaron circunstancias propias (ascenso del criollismo, exigencias de autonomía) y externas, (luchas europeas y malestares en la península ibérica). Además, el proceso revolucionario en la Nueva España estaba estancado, mientras, en España, los liberales habían tomado el poder. Esto último ayudó en gran medida a la independencia de la región.
La metrópoli y la joya de la corona
Nueva España, la colonia más rica del imperio, no estuvo exenta de sufrir las consecuencias de la invasión napoleónica y de padecer la pugna suscitada entre liberales y conservadores. En 1808 hubo un golpe de Estado y la elite criolla se vio desplazada del poder. Algunos criollos vieron en ese momento la hora de actuar en favor de la emancipación, las conspiraciones cundieron por doquier: Querétaro, Ciudad de México y Valladolid. Estos fueron los hechos y así comenzó la gesta independentista. Para 1820 la oligarquía criolla se disponía a defenderse, y a no dejarse arrebatar lo que había sido sus privilegios durante 300 años.[1]
Del proceso revolucionario cabe precisar algunas diferencias. La empresa de consumación originada por el Plan de Iguala fue una gesta enteramente distinta a la impulsada por Miguel Hidalgo. La iturbidista contó con el apoyo incondicional de los mexicanos —hasta diciembre de 1821— para liberarse de la metrópoli. Este movimiento adoptaba la noción de separarse de España, en vista de la supuesta “mayoría de edad de la región.” Contrariamente, el pronunciamiento promovido por Hidalgo tuvo el apoyo del pueblo, pero no de quienes manejaban los hilos del poder, por eso se explica su fracaso.
El año de 1820 fue el momento favorable para buscar la separación, ya que sólo quedaban pequeñas partidas insurgentes en el sur de la Nueva España. Uno de los lideres guerrilleros era Vicente Guerrero, quien sostenía el sueño de Hidalgo y de Morelos. El virrey Juan Ruiz de Apodaca, conde del Venadito, llamó a Agustín de Iturbide para que liquidará a este reducto. El coronel realista se puso en marcha. Organizó su ejército y partió rumbo al Sur, en donde tuvo varias derrotas. Poco o nada habían cambiado las ideas de Iturbide desde los tiempos en que perseguía insurgentes en el bajío. Lo que habían cambiado eran las circunstancias.[3] Iturbide defeccionó e invitó a Guerrero a sellar los anhelos de unión entre mexicanos y terminar, de este modo, la guerra que llevaba varios años. De triunfo en triunfo, de capitulación en capitulación avanzaba firme, confiado hacia la conquista máxima jamás lograda por personaje alguno, la Independencia.[4]
Iguala y su prócer
Iturbide, tras una rápida campaña epistolar con los oficiales criollos y españoles del más alto rango en el ejército realista, estaba preparando el terreno para invitarlos a participar en la empresa que, con el paso del tiempo sería la Consumación de Independencia. La convocatoria a los militares, políticos, insurgentes y demás pueblos del Anáhuac se haría pública en la Villa de Iguala, el 24 de febrero de 1821.
Después de la amplia consulta se decidió a publicar el contenido del Plan, para ello se eligió el pueblo de Iguala. La necesidad de conjuntarse con los insurgentes no sólo fue el camino pensado por los criollos con Iturbide a la cabeza, sino también por los seguidores de Vicente Guerrero. Ernesto Lemoine apunta: “la independencia únicamente podía lograrse si prendía un pronunciamiento del ejército realista con un Riego mexicano a la cabeza.”[5] Las pretensiones políticas de Guerrero e Iturbide, estaban encaminadas a consolidar en los hechos a los sectores más importantes de la Nueva España y dar conjuntamente la proclamación de la separación política del Imperio mexicano.
Cabría destacar dos aspectos sobre la autoría del Plan. Por una parte, se maneja el supuesto en el cual se asienta que es del propio Agustín de Iturbide, y por otra, que fue una serie de personajes que intervinieron en su creación entre los cuales destacan Juan José Espinosa de los Monteros, José Bermúdez Zozaya, Matías Monteagudo, José Antonio Pérez Martínez, Juan Gómez Navarrete y Manuel Gómez Pedraza. Quizá el borrador estuvo manufacturado por Iturbide, en tanto que las observaciones y adiciones al Plan, antes de ver la luz pública, estuvieron a cargo del ala intelectual del movimiento.
El pacto emanado de Iguala, es considerado por historiadores como la fuente de donde emanó la Independencia de México. En este documento están contenidas las aspiraciones, proyectos e ideales de Agustín de Iturbide, como firmante del Plan, y de los criollos que junto con él lo elaboraron. Lo característico del documento reside en sus apreciaciones sobre política inmediata: separase de España, dotar a la nación de un gobierno, crear Cortes mexicanas y una Regencia, instancias todas ellas depositarias de los poderes mientras llegaba un monarca.
El plan es visto por un conjunto de historiadores y juristas, como un suceso vital en la historia política mexicana, ya que sirvió para unir a políticos de la más diversa tendencia. El impacto que tuvo fue fundamental para el triunfo político de los conspiradores. La difusión y posteriormente el consenso, fueron la base del éxito, hecho que no tiene parangón en la historia patria, puesto que mediante su propaganda fue conocido por un importante número de simpatizantes de la independencia, aunado a la oferta contenida en él, se obtuvo la unión de facciones antagónicas que buscaban un mismo propósito: la independencia. Más tarde esta se rompió, señalando que Iguala propicio una frágil alianza.[6]
Gracias a la difusión de dicho plan, se pudo obtener el apoyo social, político y económico necesario para lograr el éxito de la conspiración y el rompimiento con España, sin tal pacto no habría sido posible la emancipación. Además, de la aceptación de militares y políticos, la empresa de Iguala contó con los caudales de particulares y el apoyo de la Iglesia. Los recursos económicos vertidos a los trigarantes en esta etapa serían trascendentales, puesto que hizo posible dos cosas: el financiamiento y la propagación del movimiento.
El Plan se conoció por toda la Nueva España, gracias a lo extendido del movimiento y que se entreveía la permanencia del mismo orden de cosas. Se decidió emprender la búsqueda de regirse por sí misma. El empeño de los criollos consistió en invitar a todos los estratos sociales a participar en la consumación, la cual subrayaba la necesidad del respeto al orden establecido y ponía énfasis en preservar los privilegios. Los diferentes personajes que se sumaron a Iturbide y los trigarantes tuvieron motivos suficientes para creer y apoyar la empresa independentista.[7]
Este documento tuvo buena acogida en las aspiraciones de las clases privilegiadas. Las expectativas que generó fueron innumerables. Hay dos que cabría destacar, la primera, que la sociedad no cambiaría y la segunda, el respeto al Antiguo Régimen, por supuesto sólo habría pequeñas concesiones. El espíritu de grupo fue un puente de unión entre las oligarquías regionales, los altos mandos militares (realistas y trigarantes) y el alto clero con otros estratos de la misma sociedad. El Plan de Iguala forjó una alianza de muchos y variados intereses, nunca antes vista en la historia de México.[8] La inclusión de fuerzas políticas de diverso matiz fue indispensable para la obtención de la consumación, de tal modo los criollos pudieron obtener una incipiente autonomía. La oligarquía, el ejército y los insurgentes movieron sus piezas, para no dejar escapar la oportunidad que tenían en ese momento. Doris Ladd, asienta:
“En México, los grupos se organizaron para lograr la autonomía de dos maneras: por procedimientos parlamentarios, dentro de las Cortes restauradas, y por un pronunciamiento militar que dio por resultado el Plan de Iguala y el triunfo final de la lucha por la autonomía”[9]
El plan y el gobierno virreinal
Una de las interrogantes que pueden plantearse sobre la jornada de la consumación de la Independencia se relaciona con los acontecimientos que fueron el telón de fondo. Con el regreso de Fernando vii, volvió el absolutismo, aunque por unos años. España, desde 1814 estaba en crisis, los liberales, en apariencia, eran dueños del poder, pero no podían sacar avante un proyecto modernizador de imperio. La Constitución de Cádiz estaba desfasada de la realidad de la metrópoli al igual que sus colonias. El efecto del arribo de los liberales al poder modificó radicalmente el comportamiento político en la Nueva España. Los novohispanos pretendían detener la vigencia de las leyes reformistas de Cádiz. El cómo lo hicieron fue lo excepcional del momento.[10](Buscar algo de Cádiz)
El Plan de Iguala sorprendió sobremanera a la alta burocracia peninsular, que según informes remitidos por el virrey Apodaca, la Nueva España ya estaba pacificada. Lo inusitado del levantamiento de Iturbide colocó a la burocracia virreinal e imperial en un estado de trance del cual tardó preciosos instantes para recuperarse. No se pensó que Iturbide defeccionará y que pactará una alianza ni mucho menos que tuviera éxito su empresa. “fue esa la excepcional coyuntura que muchos, sin excluir al conde de Venadito, ni al principal jefe insurgente activo (Vicente Guerrero), pensaron aprovechar para variar la situación política imperante”[11]. El levantamiento criollo seguía cosechando adeptos en toda la región novohispana, que para finales de 1820 contó con el apoyo irrestricto de grupos de toda postura política.
El efecto causado en el gobierno fue contundente por tres razones. La primera, hizo más honda la división entre criollos y peninsulares, las consecuencias se verían más tarde en 1829[12]. Segunda, enfrentó a los mandos medios y altos en el ejército imperial, las diferencias entre los oficiales que apoyaban o no la separación fragmentó la vitalidad de la presencia imperial en Nueva España. Como resultado de esta crisis político-militar los expedicionarios se fueron quedando paulatinamente aislados.[13] Mientras que la oficialidad criolla vio en el Plan la materialización de sueño de grandeza, promociones, riqueza, ascenso social etcétera. Por último, abrió las puertas al ascenso político, los criollos podían obtener los altos cargos en el gobierno.
El Plan sirvió para solventar dicha separación, de tal manera Doris Ladd destaca “la instrumentación del Plan de Iguala respalda la idea de que la autonomía se había convertido en una meta asequible y atractiva.”[14] Tanto así, que la cuestión sobre quién detenta el poder pasó a ocupar un lugar trascendental en las posturas ideologías de los grupos que pugnaban por él. Además, los postulados enarbolados por Iturbide eran entendidos no sólo como los factores que habían hecho posible la emancipación, sino además como los elementos sobre los cuales debería empezar a construirse el país.[15]
El articulado del Plan sirvió como instrumento político del gobierno iturbidista, fue eficaz porque México tomó dos decisiones políticas fundamentales cuando se volvió independiente: excluyó a España y a sus agentes imperiales, pero adoptó la Constitución de España y hasta intentó ampliarla. La lucha fue en el terrero ideológico, se proponía cambiar a los operadores del Estado y de ser posible el modelo. Los grupos chocaron por sus ideas, republicanos y monarquistas, arguyian la importancia del plan, en tanto que no hubiera una constitución jurada, la discusión fue orientada a analizar que artículos estaban vigentes de Cádiz y hasta donde el Plan era el espíritu de la nueva nación.
Negociación y ruptura
¿Qué ofrecía el Plan de Iguala? Si bien es cierto que fue el punto de unión para políticos de disímiles tendencias, también lo fue para los sectores que estaban indecisos por el cariz de la reactivación de la Constitución gaditana. La oferta del Plan fue amplia, puesto que de modo abstracto sentaba las bases para la continuación del status quo, salvo algunos cambios que no afectarían a las clases privilegiadas. Empero, habría que ceder en ciertos terrenos para seguir con el mismo ritmo de prebendas. El Plan fue un acto de acuerdo político, inmensamente complejo en sus consecuencias, pero decepcionantemente simple en su fraseo, que unió a liberales y conservadores, rebeldes y realistas, criollos y españoles.[16]
Para obtener la unidad entre todas las facciones que apoyaron el plan fue realizar la invitación del trono a Fernando vii, ¿qué se pretendió con tal invitación? ¿Acaso era viable que viniera a gobernar? o sólo se enunció para cohesionar a los grupos políticos y que el rey español sirviera de punto de unión. Además, estaba presente la huida de los Braganza a Brasil, en donde se instaló la monarquía. El objetivo era aglutinar a la sociedad en la nueva realidad política. Al respecto, Luis Villoro, subraya: “El Plan de Iguala abole la Constitución con todas sus reformas, declara a la católica religión de Estado, y establece que el clero secular y regular será conservado en todos sus fueros y preeminencias.”[17]
Los ideales fueron los detentados por las clases privilegiadas durante 300 años de Colonia. Las clases opulentas novohispanas vieron atacados sus privilegios por los liberales metropolitanos, estos no veían la importancia de sus medidas. Para evitar la sanción de un orden social distinto a lo ya experimentado tuvieron necesariamente que responder con la movilización. El punto de unión fue el ofrecimiento del Plan. El llamado a no cambiar fue la forma de atraer el apoyo de todos. La temida reactivación de la Constitución de Cádiz tuvo como consecuencia un fenómeno singular, el Plan tuvo un apoyo casi unánime. Estas ideas las destaca Iturbide:
“El Plan de Iguala garantía la religión que heredamos de nuestros mayores; a la casa reinante de España proponía el único medio que le restaba para conservar aquellas dilatadas y ricas provincias; a los mexicanos concedía la facultad de darse leyes y tener en su territorio el gobierno, a los españoles ofrecía un asilo que no habrían despreciado si hubiese tenido previsión.”[18]
A la par de la movilización, aparecieron diferentes posturas en torno al mejor tipo de gobierno. Por una parte, se hizo hincapié en la urgencia de una Constitución propia, en donde se excluiría las ideas avanzadas que colocaron a Fernando vii entre la espada y la pared. La región mantendría sus privilegios, de tal manera la religión fue un factor decisivo en este trance. Gustavo Santillán asienta “entre los postulados supremos de Iguala se encontraba la conservación de la fe católica sin tolerancia de ninguna. Se creía que con el triunfo de Iturbide se había protegido a la religión.”[19] Dicho de otro modo, el Plan de Iguala fue el parteaguas del proceso político de consumación de independencia. Además, funge como el símbolo del inicio de una etapa, la cual desembocó en la separación, política de Nueva España.
Se abogó por la separación de España, ya fuese mediante autonomía o su emancipación. Lo cierto es que ofrecía igualdad entre los ciudadanos. Su propósito consistió en ganarse el apoyo popular. La meta fue asequible, de tal manera que se ganó decididamente a viejos rebeldes, como fue el caso de Nicolás Bravo y Vicente Guerrero, entre otros.
Los alcances inmediatos se calcularon para que viniera un borbón a gobernar el Imperio mexicano. La nobleza novohispana, con Francisco Fagoaga a la cabeza, fue uno de los sectores más entusiastas defensores del legitimismo, a tal grado que creyó oportuno negar y oponerse rotundamente al entronizamiento de Iturbide como emperador de México, arguyendo que dicha situación era una falta grave a los convenios estipulados en el Plan de Iguala y a los Tratados de Córdoba, al mismo tiempo que se incumplía con el convenio político consensado a través de la jura a la consumación, llevada a cabo durante los meses siguientes a septiembre de 1821. Guadalupe Jiménez señala: “los primeros pasos que dio México en un Estado Nacional estuvieron caracterizados por la ambigüedad, la inseguridad, por el ensayo y por el error.”[20]
El 27 de septiembre, día en que Iturbide cumplió 38 años, a pesar de la tímida oposición, fue elegido para su entrada triunfal a la ciudad de México. Fue la emotiva culminación de la empresa de Iguala, un día de entusiasmo desbordado, el inicio de un breve periodo de euforia, regocijo y esperanza.[21] De la jornada Romeo Flores tiene la siguiente impresión: “en principio la población entera se unió a Iturbide y lo respaldo en la consumación de la Independencia. Pero una vez efectuada y cuando el emperador escuchaba los exagerados elogios, el grupo hispano-criollo y los liberales preparaban el ataque al ídolo improvisado.”[22]
Iguala y la era independiente
Un aspecto de vital importancia para defenderse de la posible reconquista española —que era una posibilidad real—, fue instrumentar al Plan de Iguala como el documento base de la nación, al cual se le remitía contantemente. Así se invitó a todas las personas que habitaban el imperio a sentirse parte integrante del mismo. El propósito fue consolidar la garantía de unión pese a la circulación de pasquines que contradecían la garantía de unión.[23]
La primera administración independentista, con su Regencia de cinco integrantes, y la Suprema Junta Provisional Gubernativa, con sus 38 connotados, son el resultado de la creación y acatamiento del Plan de Iguala. Estas instituciones creadas ex profeso para consolidar la consumación estuvieron en aprietos ante la negativa de las Cortes españolas y del propio Fernando VII, debido a que los españoles negaron la validez tanto del Plan de Iguala como de los Tratados de Córdoba. El hecho puso en vilo al gobierno independentista de transición, puesto que los borbonistas contemplaban la posibilidad de la llegada de un infante. Ante tal acontecimiento, y dentro de los lineamientos establecidos en los citados documentos, los iturbidistas maniobraron para declarar emperador al héroe de la consumación: Agustín de Iturbide.
Los quehaceres gubernativos tuvieron forzosamente que remitirse al alma misma de la consumación. La exigencia de los políticos en pos de puestos y prebendas modificó el marco jurídico que no estaba hecho para el caso de la nonata nación. Problemas como la disputa de los poderes entre los políticos Manuel Acevedo y José María Azcárate, la discrepancia de criterios entre los regentes y la pugna del poder ejecutivo con el legislativo fueron cuestiones que paulatinamente hicieron dudar sobre la consistencia de la recién obtenida independencia.
Cabría señalar que el texto igualeño fue interpretado, en numerosas ocasiones, por la burocracia iturbidista para resolver los problemas a los cuales tenía que enfrentarse. El orden legal estaba orientado a solventar la escasa credibilidad, debido a que ninguna de las naciones europeas daba el aval a Iturbide.
La idea de independencia fue obtenida mediante el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. México tuvo que enfrentar el sino de los tiempos. Monarquía versus República, es decir, la sociedad se dividió entre aquellos partidarios del republicanismo y los que apoyaban el viejo orden de cosas. El continuismo histórico era toda una posibilidad para consolidar el modelo gubernativo. Sin embargo, los aires innovadores y el ejemplo norteamericano fueron motivo de reflexión, y de tal manera, que el republicanismo fue visto como el modelo a seguir para remediar los males. Se desechó la monarquía y por ende el plan, el cual quedó como un documento que solo posibilito la independencia y nada más.
Autor: Fernando Leyva para revistadehistoria.es
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[1] Jesús Romero Flores, Iturbide: pro y contra, México, Balsal Editores, Morelia, 1971, p. 30.
[2] Luis Alberto de la Garza, “La transición del imperio a la República o la participación indiscriminada.” En: Estudios de Historia moderna y contemporánea de México, número 11, México, unam, 1988, p. 44.
[3] Josefa vega, Agustín de Iturbide, España, Cambio 16, 1987, p. 58.
[4] Francisco Castellanos, El trueno, gloria y martirio de Agustín de Iturbide, México, Diana, 1982, p. 100.
[5] Ernesto Lemoine, “Vicente Guerrero: última opción de la insurgencia”, en: Memoria de la mesa redonda sobre Vicente Guerrero, México, Instituto Mora, 1982, p. 13.
[6] María José Garrido Asperó, “Cada quien sus héroes”, en: Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, núm. 22, julio/diciembre del 2001, p. 9.
[7] Jaime del Arenal Fenochio, “El significado de la Constitución en el programa político de Agustín de Iturbide, en: Historia Mexicana, núm. 189, julio-septiembre de 1998, p. 38.
[8] Timothy E. Anna, El imperio de Iturbide, México, conaculta/Alianza Editorial, 1991, p. 20.
[9] Doris Ladd, op. cit., p. 184.
[10] Cfr. El estudio de Virginia Guedea, “El proceso de independencia novohispano. Algunas consideraciones sobre su estudio”, en: Históricas, núm. 50, septiembre-diciembre de 1997.
[11] Ernesto Lemoine, “1821: ¿consumación o contradicción de 1810?”, En: Secuencia, núm. 1, marzo de 1985, p. 29.
[12] Libro sobre los las expulsiones
[13] Cfr. Harold Dana Sims, La reconquista de México. La Historia de los atentados españoles, 1821-1830, México, fce, 1974.
[14]Doris Ladd, La nobleza mexicana en la época de la Independencia, 1780-1826, México, fce, 1984, p. 195.
[15] Santillán, Gustavo, “La secularización de las creencias. Discusiones sobre tolerancia religiosa en México”, en: Álvaro Matute, et al, Estado, Iglesia y sociedad en México, México, Porrúa-Facultad de Filosofía y Letras, unam, 1995.
[16] Timothy E. Anna, op. cit., p. 17.
[17] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, México, unam, 1980, p. 205.
[18] Agustín de Iturbide, Manifiesto al mundo, o sean apuntes para la historia, México, Fideicomiso Teixidor/libros del Umbral, 2001, p. 44.
[19] Gustavo Santillán, “La secularización de las creencias. Discusiones sobre tolerancia religiosa en México”, en: Álvaro Matute, et al, Estado, Iglesia y sociedad en México, México, Facultad de Filosofía y Letras-Porrúa, 1995, p. 175.
[20] Guadalupe Jiménez Codinach, México en 1821,. Dominique de Pradt y el Plan de Iguala, México, Ediciones El Caballito/Universidad Iberoamericana, 1982, p. 353.
[21] Javier Ocampo, Las ideas de un día. El pueblo mexicano ante la consumación de su independencia, México, Colmex, 1969, p. 66.
[22] Romeo R. Flores, “Dos garantías incompatibles: unión e independencia”, en: Historia Mexicana, núm. 4 abril/junio, 1968, p. 537.
[23] El folleto “Consejo prudente sobre una de las garantías” de Francisco Lagranda, el cual menciona que-………causó expectación en la alta burocracia militar a tal grado que se convocó una reunión urgente de generales para sancionar la censura del mismo y la requisa de todos los ejemplares.
[24] Vicente Rocafuerte, Bosquejo ligerísimo de la Revolución de Mégico, México, Porrúa, 1987, p.140.