Isaac Newton: El arquitecto de la ciencia moderna

En la Inglaterra del siglo XVII, un tiempo marcado por tensiones políticas, revoluciones científicas y cambios filosóficos profundos, nació un hombre cuya influencia transformaría el modo de entender el universo, se trataba de Isaac Newton.

En una época donde la ciencia comenzaba a sacudirse los antiguos dogmas medievales, surgía un pensamiento renovado que apostaba por la observación empírica y el razonamiento matemático.

Bajo este clima de revolución intelectual, un joven proveniente de una familia rural llegó a formular principios que no solo cambiarían la física y las matemáticas, sino que modelarían el devenir del conocimiento humano.

Isaac Newton. Los primeros años y la forja de un genio

Isaac Newton nació prematuramente el 25 de diciembre de 1642, en Woolsthorpe, un pequeño poblado del condado de Lincolnshire. Hijo póstumo de un modesto terrateniente, su nacimiento fue tan delicado que muchos dudaron que sobreviviera. La infancia de Newton estuvo marcada por la ausencia de su padre y una relación distante con su madre, quien se casó nuevamente, dejando al niño al cuidado de sus abuelos. Esta circunstancia moldeó un carácter introspectivo y solitario, rasgos que se manifestarían en su vida adulta.

Desde joven, Newton demostró una curiosidad incansable. Tras estudiar en la King’s School de Grantham, ingresó en el Trinity College de Cambridge en 1661. La universidad, todavía impregnada de las ideas aristotélicas, estaba a punto de ser transformada por el impacto de los nuevos paradigmas científicos que traían figuras como Descartes, Galileo y Kepler. Newton, absorbiendo estas ideas, pronto desarrolló una visión propia que desbordaría a sus maestros.

Los años de la peste: una revolución silenciosa

Entre 1665 y 1667, la Gran Peste obligó al cierre de Cambridge. Newton regresó a Woolsthorpe, un retiro que resultó ser uno de los periodos más fecundos de su vida. Durante este “annus mirabilis”, el joven científico concibió las bases del cálculo diferencial e integral, elaboró la teoría de la luz y el color, y comenzó a esbozar la teoría de la gravedad universal.

La famosa anécdota de la caída de una manzana inspirándole la idea de la gravedad ha sido embellecida por la posteridad, pero capta la esencia de su proceso mental: la búsqueda de leyes universales que pudieran explicar tanto el movimiento de los cuerpos en la Tierra como el de los astros en el cielo.

El descubrimiento de las leyes fundamentales

De regreso en Cambridge, Newton fue nombrado profesor lucasiano de matemáticas en 1669. Su labor no se limitó al aula; su mente trabajaba incansablemente para sistematizar el conocimiento. En 1687, tras la insistencia de su amigo Edmund Halley, publicó Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica, conocido simplemente como los Principia.

En esta obra monumental, Newton formuló las tres leyes del movimiento y la ley de la gravitación universal. Estas leyes describían con precisión el comportamiento de los objetos en movimiento y proporcionaban una explicación matematizada del movimiento de los planetas. La claridad y la fuerza explicativa de sus teorías consolidaron la mecánica clásica como la nueva forma de entender el mundo físico.

Óptica, alquimia y teología

Aunque popularmente conocido por sus contribuciones a la física y las matemáticas, Newton dedicó una gran parte de su tiempo a la óptica, la alquimia y la teología. En 1704 publicó Opticks, donde investigó la naturaleza de la luz y el color, experimentando con prismas y formulando la teoría corpuscular de la luz.

En su tiempo libre, Newton se adentró en los secretos de la alquimia, buscando comprender los misterios de la materia. Para él, no existía una división tajante entre ciencia y misticismo: la naturaleza era un todo interconectado, y conocer sus leyes era, a su juicio, una forma de acercarse a la voluntad divina.

Su profundo interés por la teología lo llevó a realizar exégesis bíblicas y a escribir extensos tratados sobre cronología sagrada. A pesar de su fama en la comunidad científica, Newton guardó en secreto muchos de sus trabajos sobre alquimia y religión, temiendo las críticas de sus contemporáneos.

Newton en la vida pública

En 1696, Newton aceptó el cargo de intendente de la Casa de la Moneda de Inglaterra. Allí demostró un talento notable para la administración y la organización, reformando el sistema monetario y persiguiendo implacablemente a los falsificadores. Su reputación creció no solo como científico, sino también como funcionario competente.

En 1703 fue elegido presidente de la Royal Society, cargo que ocupó hasta su muerte. Bajo su dirección, la institución se consolidó como el centro neurálgico de la ciencia británica. En 1705, la reina Ana lo nombró caballero, convirtiéndose en Sir Isaac Newton.

El carácter y las controversias

Detrás de su imagen de sabio respetado, Newton escondía una personalidad compleja. Era reservado, propenso a los arranques de ira y a mantener rencores prolongados. Su enemistad con Robert Hooke y su disputa con Gottfried Wilhelm Leibniz por la prioridad en el descubrimiento del cálculo son bien conocidas.

Newton defendía con vehemencia sus descubrimientos, llegando en ocasiones a manipular evidencias para favorecer sus propias versiones. No obstante, su influencia era tal que, incluso cuando sus metodos eran cuestionados, su autoridad científica se mantenía intacta.

Los últimos años y el eco de su obra

Isaac Newton pasó sus últimos años en relativa tranquilidad, dedicado a la administración de la Royal Society y a la revisión de sus escritos. Muró el 20 de marzo de 1727, a la edad de 84 años, y fue enterrado con honores en la Abadía de Westminster, un privilegio reservado a las figuras más ilustres de su tiempo.

Su influencia sobre la ciencia posterior fue inmensa. Durante más de dos siglos, sus leyes dominaron la física hasta que Albert Einstein, con su teoría de la relatividad, amplió los límites del conocimiento establecido. Aun así, los fundamentos de la física moderna continúan basándose en los principios que él formuló.

Newton no solo fue un pionero, sino también un modelo de cómo la pasión por el conocimiento puede cambiar la forma en que la humanidad se concibe a sí misma y al universo que habita. Su vida es testimonio de que la perseverancia, la observación minuciosa y la voluntad de comprender pueden abrir caminos que redefinen eras enteras.

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