A comienzos del siglo XVI, España emergió como una superpotencia mundial que se había ido forjando desde los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. La unificación de Castilla y Aragón, junto con la conquista de Granada en 1492, marcó el fin de la Reconquista y el inicio de la expansión española más allá de sus fronteras. Bajo Felipe II España se había convertido en el primer Imperio transoceánico de la historia, en el que “el sol nunca se ponía.”
En contraposición, Inglaterra estaba en proceso de afirmar su presencia en el escenario mundial. Tras la Guerra de las Dos Rosas, la dinastía Tudor, iniciada por Enrique VII y continuada por Enrique VIII e Isabel I, trabajó arduamente para estabilizar y fortalecer el reino y entró rápidamente en conflicto con los intereses españoles.
La rivalidad entre España e Inglaterra no se limitaba a cuestiones religiosas. Inglaterra, buscando expandir su influencia y riqueza, comenzó a desafiar el monopolio español en el comercio marítimo. Los corsarios ingleses, como Sir Francis Drake, patrocinados por la corona, hostigaban los galeones españoles cargados de tesoros americanos. Estos actos eran vistos por España no solo como una amenaza a su economía, sino también como un desafío directo a su supremacía marítima. Pero había muchos otros motivos y todos y cada uno de ellos fueron dando motivos a la Monarquía Hispánica para preparar la invasión…