El concepto genocidio fue acuñado el año 1933 por Rafel Lemkin, un jurista polaco, y definido tras los juicios de Nuremberg. Sin embargo, asesinatos masivos contra pueblos por razones étnicas, religiosas, de nacionalidad o de otra Ãndole los ha habido siempre. Uno de los peores se perpetró en Camboya entre 1975 y 1979, cuando los jemeres rojos -las milicias del Partido Comunista camboyano- estuvieron en el poder en este paÃs. Los crÃmenes no sólo los cometen individuos y organizaciones; a veces el criminal es el propio Estado y el caso de Camboya es una buena prueba de ello.
La larga Guerra del Vietnam no solo afectó a los vietnamitas. También tuvo consecuencias para dos paÃses vecinos, Laos y, sobre todo, Camboya. En la primavera el presidente de Estados Unidos, Nixon, ordenó el bombardeo de Camboya y Laos con el objetivo de destruir las rutas que comunicaban Hanói con Vietnam del sur a través del territorio camboyano. Por estas rutas llegaban tropas y pertrechos a los núcleos comunistas del Vietnam del Sur.
El infierno de los jemeres rojos
Siguiendo instrucciones del Angkar (La Organización) en pocos dÃas los guerrilleros vaciaron la capital -más tarde hicieron lo mismo en otras ciudades. La explicación que dieron los jemeres rojos a quienes osaron pedirla fue que la aviación norteamericana iba a bombardear la ciudad. Añadieron que era una situación temporal y que pronto podrÃan regresar a sus hogares. Que vivirÃan en el campo durante un tiempo y ayudarÃan a los campesinos en las faenas agrÃcolas.
Las vÃctimas de aquel éxodo fueron desprovistos de todo: documentos de identidad, dinero, libros, medicamentos, relojes, gafas incluso (consideradas un sÃmbolo de vanidad intelectual)… Todos debÃan vestir igual: vestimenta oscura, puesto que la ropa de color se prohibió. Incluso fue prohibida la manifestación de sentimientos. El paÃs se cerró a cal y canto, se convirtió en una prisión para millones de personas. Solo unos pocos paÃses comunistas tenÃan embajadas en él. Los refugiados que lograron llegar a Tailandia explicaron que en Camboya se habÃa instalado un régimen criminal.
Con los jemeres en el poder los camboyanos fueron despersonalizados.
Yo no tenÃa lugar, ni rostro, ni nombre, ni familia -escribió Rithy Panhm-. Estaba disuelto en la gran túnica negra de La Organización.
A los once años el futuro director de cine fue internado en un campo de rehabilitación. No salió de él hasta la invasión vietnamita de finales de 1978. Perdió a toda su familia en pocos dÃas.
Una vez en los arrozales y otras áreas agrÃcolas la mayor parte de aquella multitud fue obligada a trabajar duramente de sol a sol. Otros fueron conducidos a campos de reeducación, léase exterminio en muchos casos. Todos los que no eran campesinos eran enemigos interiores. Los campesinos eran el único modelo a seguir. Ellos constituÃan el viejo pueblo. Los demás, los que habÃan llegado vivos a las zonas rurales desde las ciudades, constituÃan el pueblo nuevo, y sobre ellos los jemeres tenÃan derecho de vida y muerte.
Los que trabajaban en el campo no podÃan consumir los alimentos que producÃan. Si lo hacÃan eran castigados. Todo lo que les daban para comer los guardias -a menudo adolescentes- era agua de arroz. Los internos pronto pasaron hambre y enflaquecieron; llegaron a comer ranas, lombrices, serpientes, escarabajos, hierbas… El arroz y las legumbres que cultivaban eran para los guerrilleros que luchaban contra los núcleos de resistencia del antiguo régimen. En las comunas agrÃcolas murieron cientos de miles de camboyanos de hambre, enfermedades y agotamiento.
Pero el sufrimiento y la muerte también tenÃan otro escenario: los centros urbanos de detención e interrogación. El más conocido -actualmente es el Museo del Genocido de Tuol Sleng- era una antigua escuela rebautizada con el nombre de S-21. Allà fueron conducidos los que más odiaban los jemeres rojos: exmilitares i exfuncionarios del régimen anterior, profesores, intelectuales, técnicos, artistas, miembros de minorÃas étnicas o religiosas… Nacionalistas radicales, la violencia de los jemeres también se proyectó contra las comunidades vietnamitas, tailandesas y chinas que vivÃan en el paÃs. Los cham (musulmanes), los monjes budistas y los camboyanos cristianos también estaban en su punto de mira.
En el centro S-21 fueron torturadas unas doce mil personas; solo sobrevivieron quince, aunque algunos autores rebajan la cifra a siete. Bou Meng, de profesión pintor y uno de los supervivientes, salvó la piel haciendo retratos de Pol Pot, Marx y otros dirigentes y posters revolucionarios después de ser torturado para que confesara que tenÃa contactos con la CIA. Más tarde Bou Meng narrarÃa su terrible experiencia en aquella prisión y pintarÃa las torturas que se infligÃan a los internos. Eran tan insoportables que éstos acababan confesando lo que sus torturadores querÃan que confesaran. Confesiones que, a menudo, no eran la verdad.
La pesadilla de los jemeres rojos terminó con la invasión vietnamita del paÃs a finales de 1978. Tras una breve guerra, en enero de 1979 los jemeres rojos se retiraron hacia las zonas boscosas  del oeste del paÃs, cerca de las fronteras de Laos y Tailandia, donde practicarÃan una guerra de guerrillas contra el nuevo régimen durante años.
A causa de los trabajos forzados, la desnutrición, las enfermedades, las torturas y las ejecuciones se calcula que unos dos millones de camboyanos perdieron la vida. O sea, la tercera parte de la población. En términos porcentuales fue el mayor genocidio del siglo XX. Muchas de las personas ejecutadas fueron sepultadas en fosas comunes. Esparcidas por el paÃs hay cientos de estas fosas macabras. Solo en el campo de la muerte de Choenng Ek, en las afueras de la capital, fueron hallados restos de unos nueve mil cadáveres.
Y sin embargo solo unos pocos de los máximos responsables de aquella masacre fueron llevados ante un tribunal de justicia. Ta Molt, alias El Carnicero, murió en 2006 mientras esperaba ser juzgado. El 2010 el Camarada Duch, director del centro S-21, fue condenado por crÃmenes contra la humanidad y sentenciado a 35 años de cárcel. En cuanto a Pol Pot, el cerebro del genocidio, el Hermano Número Uno, nunca fue juzgado por crÃmenes contra la humanidad. Murió en la jungla de un ataque de corazón en 1998 y sus seguidores le incineraron.
Algunos de los lÃderes de los jemeres rojos habÃan estudiado en Francia, en la prestigiosa Sorbona, puesto que eran hijos de familias ricas. Pol Pot, hijo de terratenientes, habÃa leÃdo a autores franceses, entre otros a J.J. Rousseau y conocÃa la teorÃa del buen salvaje del philosophe. Algunos eran admiradores de Robespierre. Es lógico. Con Robespierre empezó la etapa del Terror de la Revolución Francesa. Con los jemeres rojos Camboya escribió la página más negra de la historia del comunismo.
Autor: Josep Torroella Prats para revistadehistoria.es
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