Su gobierno, marcado por la centralización del poder y un profundo sentido de control, también estuvo signado por la constante amenaza de conflictos fronterizos.
El siglo I d.C. fue un periodo crucial para la consolidación del poder romano en Europa. Durante este tiempo, la figura del emperador Domiciano emergió como una de las más polémicas de la dinastía Flavia.
Su gobierno, marcado por la centralización del poder y un profundo sentido de control, también estuvo signado por la constante amenaza de conflictos fronterizos.
En este escenario, una de las figuras más desafiantes para el imperio fue Decébalo, rey de Dacia, cuyas ambiciones y audacia pusieron a prueba las capacidades militares y políticas de Roma.
Domiciano, hijo de Vespasiano y hermano de Tito, ascendió al poder en el año 81 d.C. En contraposición a la imagen benevolente de su hermano, Domiciano fue percibido como un autócrata decidido a fortalecer el control del Imperio mediante un gobierno centralizado y una administración eficaz. No obstante, esta necesidad de control se extendió también a las fronteras del Imperio, donde enfrentó diversos desafíos militares.