La esclavitud en las Galeras Españolas del siglo XVIII estaba compuesta de la denominada chusma, formada básicamente por dos grandes grupos: los esclavos y los forzados, a los cuales se añadían los llamados “buenas boyas”, prácticamente inexistentes desde comienzos del siglo XVII. La distribución del trabajo en galeras no distinguió entre esclavos y forzados. Ambos grupos se distribuyeron al remo en función de su fuerza física y no por su status. Remaron codo con codo, sin distinciones en la alimentación, vestido o cuidado sanitario. Su instrumento de trabajo fue un remo compartido por varios remeros.
La esclavitud en las Galeras Españolas: el aprovisionamiento de esclavos
La esclavitud en las Galeras Españolas: la redención de esclavos
La operación más usual para intercambiar esclavos por cautivos cristianos partió de la iniciativa de familiares o apoderados de cristianos esclavizados. Éstos, solicitaban al rey la debida autorización, la que concedida, pasaban a las galeras a entregar un esclavo y recoger el que los poseedores del cautivo cristiano solicitaban para el canje. Entregado a los intermediarios, éstos firmaban un recibí y abonaban la fianza habitual para garantizar la operación y responder a la posible pérdida del esclavo.
Realizadas estas formalidades, se entregaba el esclavo a los religiosos de las órdenes de San Francisco, Trinitarios o de la Merced de Cartagena para efectuar el cambio en Argel, tras lo cual, el cristiano liberado debía pasar a su lugar de origen y dar fe ante escribano de haberse realizado el canje y que de que se trataba del mismo cautivo que motivó la operación.
Otra modalidad de canje podía producirse a instancias del propio esclavo, en su mayor parte por haberse convertido al cristianismo. De esta forma, podía colocar a otro en su lugar y lograr así su libertad. Sin embargo, desconfiándose de que la conversión no hubiera sido sincera, se le obligaba a residir en zonas interiores de la península para evitar su paso a Berbería o que actuara de espía para los piratas berberiscos.
En cuanto al caso de los esclavos repuestos en lugar de otros, constituyó un fenómeno derivado de las negligencias de los responsables de su custodia, quienes debían reparar la pérdida del esclavo fugado, sustituyendo a su costa el esclavo fugado por otro que hubiera sido examinado y aprobado por el médico de galeras. En caso contrario, debía pagar su importe.
Aparte de estas modalidades, existieron determinados grupos de esclavos que por sus características particulares merecen ser destacados. En primer lugar hallamos a los arráeces, capitanes berberiscos de barcos corsarios, que por estar considerados como muy peligrosos, no podían ser intercambiados o vendidos, ni se les podía ocupar ni en tierra, ni en ninguna labor distinta a la de la boga al ser liberados. Bajo los mismos términos se hallaban los renegados. Tanto a unos como a los otros, se determinó mantenerlos encadenados permanentemente a sus bancos.
Otro tipo de esclavos especiales fueron los llamados “mercaderes”, individuos procedentes casi exclusivamente del norte de África que, por sus habilidades comerciales y su mayor docilidad, fueron muy estimados por los cómitres, alguaciles y demás oficiales de las galeras, para tomarlos a su servicio y emplearlos en faenas particulares o de asentistas.
Autor: Manuel Martínez Martínez para revistadehistoria.es
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BIBLIOGRAFÍA
BARRIO GOZALO, Maximiliano.
Antonio Barceló, héroe de la marina española - Revista de Historia
27/01/2020 @ 18:25
[…] Su fama fue acrecentando año tras año debido a sus continuas victorias en los enfrentamientos contra las flotas de corsarios. Entre 1760 y 1769 hizo que naufragaran 19 buques piratas, hizo prisioneros a 1.600 corsarios y llegó a libertar a más de un millar de prisioneros cristianos. […]