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El hombre y su entorno: Desde las sociedades de cazadores-recolectores hasta las primeras civilizaciones antiguas

Desde el comienzo de la humanidad, el hombre se interesó por las cosas que lo rodeaban. Para los seres humanos su entorno nunca pasó desapercibido: las plantas, los animales, las colinas, los ríos, el cielo, absolutamente todo despertaba su curiosidad. Esta curiosidad innata comenzó a intensificarse cuando apareció el córtex, y con él la inteligencia propiamente dicha(Sagan, 1984).

Al desarrollo de la inteligencia aportaron mucho las actividades productivas y cotidianas que realizaban los primeros hombres, como bien dice el reconocido científico colombiano Rodolfo Llinás:

“ellas son recolectoras y nosotros cazadores (Redacción Revista Credencial, 2013)”.

Precisamente por esto, las inteligencias de los hombres y las mujeres son tan diferentes, pues, mientras los varones debían salir a cazar, sortear los peligros de animales más grandes y regresar a casa, las féminas debían entender por qué sus niños lloraban, interactuar con otras mujeres, recolectar frutas y, en algunos casos, detectar las mentiras de otros seres humanos (Bachrach, citado en Redacción Revista Credencial, 2013).

El hombre y su entorno

La forma de subsistencia basada en caza y recolección constituye una de las economías primitivas más frecuentes en la historia de la humanidad, y, en torno a ella, siempre se conforma una estructura de sociedad igualitaria en lo político, económico y social (Arce Ruiz, 2005; Bankoff & Perry, 2016). En su conjunto, ambas actividades motivaban el surgimiento de estrategias de caza fundamentadas en el comportamiento de los animales, lo que también contribuyó a la consolidación de la inteligencia (Arce Ruiz, 2005). El dominio parcial que ejercían sobre su entorno estas sociedades fue otro aspecto interesante. Los recursos energéticos se tomaban directamente del entorno, sin transformarlos para beneficiarse de flujos energéticos adicionales.

Lo más llamativo en materia de ética que estas sociedades tenían para mostrar era la propiedad del alimento. Los frutos de la recolección se compartían en el núcleo familiar, mientras que, lo obtenido de la caza, se distribuía en todo el grupo buscando una compensación recíproca con anteriores reparticiones (Arce Ruiz, 2005). La comida y el agua son los únicos recursos absolutamente necesarios para la supervivencia, de manera que ambos recursos tenían más valor que las herramientas o las armas para estas sociedades.

En cuanto a su relación con los vivientes, una de las primeras cosas que notaron los hombres primitivos, si bien de una forma meramente intuitiva, fue la diferencia entre lo animado y lo inanimado, concepto que podría considerarse como uno de los pilares de la biología. Probablemente, asociaron lo animado con el movimiento y lo inanimado con la ausencia del mismo, con lo que solo pudieron diferenciar animales de entes inmóviles.

Pasaron varios siglos, y con la civilización se desarrollaron ideas más elaboradas respecto a natura. En realidad, el mecanismo para adquirir este tipo de conocimiento siguió siendo la actividad productiva, aunque, por otro lado, se comenzaron a gestar mitologías y leyendas fantásticas para intentar explicar cualquier fenómeno natural que, para ese entonces, fuera inentendible.

En la antigua Mesopotamia hubo una total sumisión a las divinidades acompañada de una estricta serie de tabúes religiosos (de la Fuente Freyre, 2002). Los seres humanos se reducían a simples marionetas de los dioses que debían cumplir su voluntad, y una secta de sacerdotes se encargaba del cumplimiento de los estamentos religiosos, alegando que solo así se podía proteger la raza humana. Se realizó un discurso cosmológico con base en los mitos, que no eran otra cosa que las experiencias cotidianas, sociales y productivas llevadas a un plano de dioses y fantasías. Todas las explicaciones del universo se quisieron reducir a una dicotomía conceptual de oposición, algo que claramente sembró numerosos atascamientos epistemológicos en el desarrollo de su cosmología.

La agricultura también estuvo presente en la antigua Mesopotamia. A partir de ella, se lograron conocimientos básicos en botánica que permitieron realizar compendios de las especies cultivables, estrategias para mejorar la producción de los cultivos, y, en general, todo tipo de consejos agrícolas. Quizás el más importante fue el Calendario agrícola sumerio, escrito por un sabio agricultor para que su hijo continuara con la tradición de la familia (de la Fuente Freyre, 2002). La ganadería también se practicó en la tierra entre ríos. Cabras, ovejas y vacas fueron las especies predilectas para esta actividad. En cuanto a conocimientos técnicos especializados en relación con los seres vivos, se trabajó la fermentación para fabricar cerveza, vino y vinagre.

Todo este empirismo, que se realizó alrededor de las actividades productivas, permitió identificar mejor las diferencias entre los seres vivos y los entes inertes, se comenzó a dimensionar la naturaleza compleja de los vivientes y a instaurar cierto tipo de conductas adecuadas que se debían tener para tratarlos.

En el antiguo Egipto, los conocimientos en medicina, anatomía y fisiología dominaron en las ciencias de la vida. En los papiros de Ramesseum, Kahoun, Ebers Smith, Hearst, Londres y Berlín destacan tratados sobre obstetricia, veterinaria y ginecología mezclados con recetas mágicas y aseveraciones de carácter esotérico.

Ahora, si se echa un vistazo a las civilizaciones orientales, aparecen India y China con interesantes aportes en lo que, con algo de licencia, se podría llamar biología rudimentaria. En India, se concibió una idea de vital importancia para el entendimiento de los vivientes en clave de complejidad, la teoría general de la correspondencia entre el cuerpo humano y la naturaleza, que dio pie para pensar al cuerpo humano como un microcosmos y, a la naturaleza, como un macrocosmos (de la Fuente Freyre, 2002).

En cuanto a medicina, la civilización China hizo un gran aporte al caracterizar correctamente enfermedades como la viruela, la tuberculosis y el escorbuto utilizando como criterio de diagnóstico el pulso de los pacientes, pues, en sus tratados médicos distinguían hasta doscientos tipos de pulso (de la Fuente Freyre, 2002).

En suma, todo este conocimiento resultó del contacto cercano con los animales, las plantas y los mismos seres humanos, lo que a la par fue generando cierto tipo de conciencia y desarrollando formas especiales de interactuar con los vivientes en general.

Autor: Horacio Serna y Carlos Eduardo Sierra Cuartas para revistadehistoria.es

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Bibliografía

Arce Ruiz, Ó. (2005). Cazadores y recolectores. Una aproximación teórica. Gazeta de Antropología, 21(Artículo 22), 1–9.

Bankoff, R. J., & Perry, G. H. (2016). Hunter–gatherer genomics: evolutionary insights and ethical considerations. Current Opinion in Genetics and Development, 41, 1–7. https://doi.org/10.1016/j.gde.2016.06.015

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1 Comment

  1. Historia de la Escritura - Revista de Historia
    26/11/2019 @ 18:39

    […] Desde hace miles de años, los seres humanos han sentido la necesidad de transmitir mensajes a través de signos e imágenes, pero no podemos hablar de escritura mientras no haya un conjunto de signos organizados, y esto se da en el contexto de las primeras civilizaciones. […]

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