Entre 1940 y 1942, sus cielos se llenaron de fuego y acero. La población civil, sometida a un incesante bombardeo, soportó un asedio prolongado mientras las fuerzas militares trataban de defender el último bastión aliado entre Gibraltar y Egipto.
La Batalla aérea de Malta. El control del Mediterráneo en juego
No pasó mucho tiempo antes de que los bombarderos italianos comenzaran a atacar. Los primeros raids de la Regia Aeronautica se sucedieron con regularidad, pero con eficacia limitada. Sin embargo, con el paso de los meses, la Luftwaffe comenzó a tomar protagonismo. A partir de enero de 1941, aviones alemanes de largo alcance, como los Heinkel He 111, los Junkers Ju 88 y los temidos Stuka, comenzaron a operar desde bases en Sicilia. Su objetivo era claro: aplastar la resistencia aérea de la isla, destruir su capacidad logística y forzar la rendición por agotamiento.
Las primeras defensas aéreas consistían en algunos escuadrones de cazas Gloster Gladiator y posteriormente Hurricanes, que se enfrentaban a formaciones numerosas y mejor equipadas. El desequilibrio era evidente. Las pistas de aterrizaje eran bombardeadas casi a diario, y los hangares, camuflados con redes o enterrados, eran descubiertos por la constante vigilancia enemiga. A pesar de todo, los pilotos de la RAF, junto con soldados antiaéreos y voluntarios civiles, lograban mantener el funcionamiento básico de la defensa aérea. Muchos de ellos fueron derribados, otros pasaron al imaginario popular por su valentía, y unos pocos sobrevivieron para relatar lo vivido.
La RAF implementó el uso de radares de alerta temprana, lo cual mejoró sustancialmente la capacidad de reacción. Además, la coordinación con unidades navales permitió anticipar ataques combinados. Aun así, durante meses, Malta vivió una de las campañas de bombardeo más intensas de todo el conflicto. En un solo mes de 1942, se registraron más de 6.700 salidas aéreas enemigas. Algunas zonas urbanas fueron golpeadas hasta veinte veces en el mismo día. Pese a la devastación, la moral no se quebró.
Los convoyes y el precio del suministro
La defensa de Malta no solo dependía de sus escasos cazas o de la artillería antiaérea. El verdadero cuello de botella era el suministro. Alimentos, combustible, munición, repuestos, medicinas y hasta piezas de artillería antiaérea tenían que llegar por mar. Pero el bloqueo impuesto por submarinos alemanes e italianos hacía extremadamente difícil la llegada de convoyes.
Desde Alejandría y desde Gibraltar, la Royal Navy organizaba misiones de escolta que cruzaban zonas plagadas de minas, submarinos, lanchas torpederas y bombarderos. El riesgo era altísimo. Algunos convoyes fueron completamente aniquilados, como el “Convoy MW10”, y otros apenas lograban entregar una fracción de su carga. Cada barco hundido era una pérdida dolorosa. Cada tonelada de combustible que no llegaba significaba menos aviones en vuelo, menos energía para hospitales, menos movilidad para los defensores.
La operación Pedestal, en agosto de 1942, fue quizás la más emblemática. El convoy, compuesto por 14 mercantes y escoltado por varios portaaviones, acorazados y destructores, fue atacado durante todo el trayecto. Aviones torpederos, submarinos y lanchas rápidas hostigaron sin tregua a la flota. Pese a las bajas, cinco mercantes llegaron, entre ellos el SS Ohio, un petrolero que, aunque seriamente dañado, fue remolcado hasta puerto entre los vítores de la población. Su llegada permitió mantener el funcionamiento de la aviación defensiva durante semanas decisivas.
El abastecimiento de aviones también implicaba misiones extraordinarias. Las “Club Runs”, misiones lanzadas desde portaaviones, consistían en soltar cazas en vuelo directo hacia la isla. Pilotos inexpertos debían volar largas distancias sobre mar abierto, sin puntos de referencia ni posibilidad de retorno. Muchos no llegaban. Los que lo conseguían, aterrizaban en pistas bombardeadas o improvisadas, y en muchas ocasiones eran enviados a combatir sin apenas descanso.
En algunas ocasiones, los pilotos realizaban hasta cinco misiones de combate al día. La fatiga, la tensión emocional y la falta de repuestos hacían mella. Las reparaciones de emergencia eran frecuentes, y los mecánicos trabajaban bajo fuego para mantener en funcionamiento los aviones disponibles.
Una población civil bajo ataque
Malta no era una base militar vacía. Más de 250.000 personas vivían en la isla al estallar la guerra. Su vida cotidiana fue destruida por el conflicto. Las ciudades más pobladas, como La Valeta, Birkirkara o Sliema, fueron bombardeadas de forma indiscriminada. Se estima que durante los años del asedio, más de 30.000 edificios fueron destruidos o dañados.
Las autoridades británicas y maltesas intentaron organizar una defensa civil lo más efectiva posible. Se excavaron kilómetros de túneles en la roca caliza para construir refugios. En algunos casos, estos refugios se extendieron con galerías, cocinas, escuelas provisionales y hasta pequeños hospitales subterráneos. Los sistemas de alarma funcionaban con voluntarios que observaban el cielo y transmitían la alerta a través de campanas o sirenas mecánicas.
La alimentación se volvió un problema acuciante. Racionamientos estrictos y la falta de variedad provocaron casos de malnutrición. La leche en polvo, las lentejas secas y el pan de harina mixta eran los alimentos más comunes. El agua potable debía ser racionada también, y el sistema de cisternas apenas bastaba para abastecer a toda la población.
En medio del caos, los malteses demostraron una capacidad de adaptación notable. Las celebraciones religiosas se mantuvieron de forma simbólica, y se organizaron actividades escolares improvisadas cuando la calma lo permitía. El tejido social, basado en fuertes lazos familiares y comunitarios, permitió una cohesión que fue esencial para sobrevivir.
Muchos niños crecieron entre refugios, sirenas y aviones. Algunos aprendieron a identificar modelos enemigos solo por el sonido de sus motores. La solidaridad era la norma: compartir alimentos, consolar a los heridos, cavar refugios comunitarios. Cada familia maltesa fue, en algún sentido, parte activa de la resistencia.
La resistencia militar y el cambio de rumbo
Durante los primeros dos años de la campaña, el dominio aéreo del Eje fue incuestionable. Pero hacia mediados de 1942 comenzaron a producirse cambios notables. El número de cazas Spitfire en la isla aumentó considerablemente. A diferencia de los Hurricane, los Spitfire ofrecían mayor velocidad, maniobrabilidad y capacidad de combate a gran altitud. Esto permitió enfrentar de tú a tú a los cazas Bf 109 alemanes.
Además, se mejoraron las redes de radares y se entrenaron controladores aéreos malteses y británicos para gestionar mejor las salidas de interceptación. La coordinación entre las unidades de la RAF y los defensores en tierra permitió responder con más eficacia. La Luftwaffe, que debía dividir sus recursos entre Malta, el frente oriental y la defensa del Reich, empezó a mostrar signos de desgaste.
Las ofensivas aliadas en el norte de África, lideradas por Montgomery, también influyeron. A medida que el Afrika Korps retrocedía tras la batalla de El Alamein, las rutas de suministro del Eje se acortaban y Malta se convertía en una plataforma ofensiva fundamental. Desde sus pistas, los cazas y bombarderos británicos atacaban convoyes enemigos, bases aéreas en Sicilia y posiciones costeras.
En paralelo, los servicios de inteligencia aliados aprovecharon Malta para realizar operaciones encubiertas, intercepciones de comunicaciones y misiones de reconocimiento. El papel de la isla dejó de ser pasivo para transformarse en activo. Ya no solo resistía: golpeaba.
Reconocimiento y consecuencias
La tenacidad demostrada por Malta tuvo repercusión internacional. En abril de 1942, el rey Jorge VI del Reino Unido otorgó a toda la población de la isla la Cruz de Jorge, una distinción que hasta entonces solo había sido entregada a individuos. El honor era excepcional. La cruz figura aún hoy en la bandera maltesa.
Las cifras reflejan la magnitud de la campaña: más de 3.000 ataques aéreos registrados, más de 15.000 toneladas de explosivos arrojados sobre la isla, más de 1.500 civiles muertos, miles de heridos y cientos de pilotos caídos. El coste fue alto, pero Malta se mantuvo firme.
A partir de 1943, con la retirada del Eje del norte de África y el inicio de la invasión de Italia, la función de Malta se redimensionó. Se convirtió en base de operaciones para el desembarco en Sicilia y más adelante para las campañas en el sur italiano. Su ubicación privilegiada, ahora bajo control aliado completo, permitió establecer rutas logísticas seguras, cubrir el avance terrestre y reforzar la ofensiva aérea contra el continente.
Aquel asedio, que duró más de 800 días, mostró que una isla pequeña podía alterar el curso de una guerra continental. Y aunque sus calles fueron arrasadas y sus cielos cubiertos de humo, Malta no se rindió.
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