En el año 1512, los conversos hicieron un ofrecimiento de 600.000 coronas a Fernando el Católico para ayudarle en la guerra de Navarra, a cambio de que dictara una ley para que en los procesos inquisitoriales se hicieran públicas las declaraciones de los testigos. Cisneros, para disuadir al rey, puso a su disposición una importante suma de dinero. En 1516, hicieron una oferta similar a Carlos I. Cuando se acordó publicar nombres y declaraciones de testigos, nuevamente Cisneros produjo su rechazo.
Fernando el Católico y Carlos I, no consideraban a la Inquisición como medio para preservar la pureza de la fe, sino como instrumento de tiranía y extorsión.
Los Comuneros de Castilla y el milenarismo
Los Comuneros de Castilla representaban intereses de los grandes municipios castellanos, de la burguesía y de la pequeña nobleza de las ciudades, aferrados a un tradicionalismo corporativista y a privilegios urbanos incompatibles con la afirmación de la monarquía absoluta. Su derrota implicó la crisis del ideal burgués en Castilla, y una estrecha alianza entre la monarquía y la nobleza. Fue el último intento de la casta judía para modificar los procedimientos inquisitoriales.
Ningún rasgo era común a las ciudades comuneras, salvo la presencia de vaticinios, gran misticismo, esperanzas mesiánicas y la creencia en la proximidad del fin del mundo. Estaban los escritos de Pedro Mártir de Anglería; los hechos de Fray Lorenzo de Rapariegos, con sus profecías sobre los Reyes Católicos… También la beata de Piedrahita, de gran fervor popular. Hacía bailes místicos, con revelaciones. Luego declararía que tenía trato íntimo con Dios por medio de señales. Hubo una auténtica eclosión de místicos, iluminados y beatas, amparados en el fervor popular y tutelados por la iglesia católica. Numerosas beatas pululaban alrededor de Cisneros; de alguna de ellas se esperaba el nacimiento de un nuevo “Mesías”.
Los signos se multiplicaron cuando apareció Fray Melchor, con sus cartas a Cisneros, atestiguando la aparición de un mesianismo iluminista franciscano, potenciado por la ascendencia judía de muchos frailes. Sus profecías anunciaban terribles sucesos: la silla de San Pedro sería derribada; la Iglesia trasladaría su sede a Jerusalén; el elegido llevaría los estandartes a la ciudadela de Sión, y pondría cima a la obra divina.
Hubo constantes en las sectas milenaristas, confirmadas en el movimiento comunero de Castilla: a) gritaban ¡Viva la Santa Comunidad!; b) el levantamiento significaba la creencia en la posibilidad del “milenio igualitario”; c) los Comuneros aceptaban sacrificios, pues existía la esperanza de una transformación total de la sociedad; d) existía certeza de la inspiración divina del movimiento.
Un aspecto proporcionaba el carácter mesiánico que se atribuía a los dirigentes del movimiento comunero: Juan de Padilla, Juan Bravo, el obispo Antonio de Acuña, gozaban de un fervor popular comparable al de santos y profetas, y se creía que estarían encargados de preparar el terreno para la nueva venida de Jesucristo.
En las ciudades, como expresión de la creencia en el “milenio igualitario”, las asambleas de las parroquias estaban encargadas de debatir y resolver todos los problemas. La “Santa Junta”, agrupaba los delegados de las ciudades, discutía las reformas y concentraba todos los poderes como verdadero gobierno.
Se ha develado una raíz judaica en el origen del movimiento comunero, puesto que los conversos eran numerosos en todas las ciudades, señalándose su deseo de reformar la Inquisición. Entre los conversos la tradición profética y mesiánica alcanzaba singular importancia, y gran parte de las inquietudes reformistas provenían de ellos.
Merece especial mención la identificación entre los Comuneros del emperador Carlos I con el Anticristo. La tradición medieval difundida del origen centro-europeo del Anticristo, venía a proporcionar respaldo místico a la decepción que produjo su primer viaje a España. En 1520, un dominico había afirmado “ha comprado con dineros el imperio”, en alusión a su catadura moral. En 1521, se afirmaba que en Segovia un fraile predicó que Carlos I era hijo de una esclava, en alusión a la descripción del Anticristo como “hijo de mujer muy vil”, teniendo como intención la alusión escatológica y negar sus derechos a la corona de Castilla. Con un trasfondo ideológico de justicia y paz escatológicas, Juan Gaitán, caballero de la Orden de Santiago, consideraba a la comunidad como movimiento irreversible, porque por una profecía antigua: