El Papa Urbano II, tras el Concilio de Clermont (1095), pregonó la necesidad de acudir a Tierra Santa en ayuda de los territorios ocupados. El pueblo respondió al grito de:
‘¡Dios lo quiere!’.
La cruzada popular.
Formada por entre 40.000 a 100.000 personas, según las diversas fuentes, entre hombres, mujeres y niños, armados con sus herramientas, junto con pequeños nobles y soldados, respondieron a la predicación de Pedro el Ermitaño.
Al cruzar reinos como Hungría, bien por la necesidad de abastecimiento, bien por la búsqueda de botín, algunos peregrinos no dudaron en asaltar aldeas y pueblos, hasta tal punto que fue necesaria la intervención del ejército del rey húngaro, Colomán I.
Cuando llegaron a Constantinopla no atendieron la recomendación del emperador, Alejo I Comneno, de esperar allí a los cruzados. Cruzaron el Bósforo en las naves bizantinas hacia Anatolia. Ante Nicea, los turcos selyúcidas, el 21 de octubre de 1096, los emboscaron y aniquilaron en su mayoría.