Irena Sendler, el Ángel del Gueto de Varsovia

En los territorios ocupados por Alemania  durante la II Guerra Mundial miles de judíos escaparon del Holocausto gracias a la ayuda desinteresada de ciudadanos de los países en que vivían. A veces eran vecinos, amigos o conocidos, en otras ocasiones  desconocidos altruistas. Ocurrió en Francia, Holanda, Bélgica, Dinamarca,  Bulgaria, la misma Alemania e incluso Polonia, donde el antisemitismo estaba muy arraigado. A pesar de la eficacia del aparato represivo alemán, era posible hacer algo por los judíos.

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Escondidos en granjas o pisos urbanos, en el propio hogar o en propiedades de gentiles, en conventos e iglesias, en cementerios y almacenes, en embajadas y consulados,  muchos judíos consiguieron ver el final de la guerra. La familia de  Ana Frank no tuvo suerte. Pero a otras muchos individuos y familias enteras de judíos sí les sonrió la fortuna.

Además del ocultamiento, había otras formas de prestar ayuda a los perseguidos. Por ejemplo,  proporcionándoles documentos falsos (un certificado de nacimiento o una cédula de identidad). O ayudándoles a alcanzar un país no hostil: Suiza, Suecia, España, Portugal… O adoptando a un niño judío. El precio a pagar por la ayuda era muy alto, sobre todo en los países del Este. En Europa occidental el castigo en general era menos drástico.

Irena Sendler, el Ángel del Gueto de Varsovia

Algunas de las personas que arriesgaron sus vidas para salvar la de judíos son conocidas. Entre otros, el empresario alemán Oscar Schlinder; el diplomático sueco Raoul Wallenberg; el también diplomático, éste español, Ángel Sanz-Briz; el comerciante italiano Giorgio Perlasca, que continuó la labor de Sanz-Briz en Budapest… El caso de la enfermera polaca Irena Sendler es menos conocido. Sin embargo, Irena salvó a más de dos mil quinientos niños judíos de Varsovia de una muerte segura durante la ocupación nazi.

En septiembre de 1939, cuando Alemania se anexionó Polonia, Irena Sendler trabajaba en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia. Entonces la capital polaca contaba con cerca de un millón de habitantes, un tercio de los cuales eran judíos. Las calles de la ciudad estaban llenas de niños judíos y cristianos hambrientos que habían quedado huérfanos a causa de la guerra. Dos meses después de la capitulación de Polonia los nazis promulgaron las primeras medidas antisemitas en  el país. Entre los pocos polacos  que se jugaron la vida para salvar a judíos  estaba Irena Sendler.

Cuando se creó el gueto de Varsovia Irena comenzó a ayudar a los judíos allí encerrados. Pensado inicialmente para 80.000 personas, el gueto llegó a acoger más de 400.000. Situado en el centro de la capital, cerca del Vístula, era el más grande de Europa, una auténtica ciudad dentro de otra ciudad. Al principio la mayor parte de los judíos reunidos en el gueto pensaban que estarían más seguros entre aquellos muros que no fuera de ellos. Pero estaban muy equivocados. Altos muros rematados con alambre de púas y accesos permanentemente controlados les hicieron percatar de su error.

A causa del hacinamiento de cientos de miles de personas en poco espacio, una alimentación escasa y la falta de higiene, las condiciones de vida en el gueto se deterioraron con rapidez. Para frenar  una epidemia de tifus y otras enfermedades infecciosas que se declararon en el gueto, las autoridades alemanas permitieron a médicos y enfermeras que entraran en el recinto y les extendieron pases.

Irena Sendler fue una de aquellas enfermeras y aprovechó la ocasión para contactar con familias que tenían hijos pequeños. Les ofrecía sacarlos del gueto y llevarlos a un lugar seguro en la zona aria de la ciudad. La primera dificultad era vencer la resistencia de los padres. ¿Qué padres acceden a separarse de sus hijos, aunque sepan que las vidas de éstos corren peligro? Pocos, sin duda.

Los niños eran sacados del gueto de diversas maneras. Dentro de sacos, de cajas de herramientas, de cubos de basura, de ambulancias, a través de túneles, de la red del alcantarillado… Después de dormirles, muchos bebés fueron sacados metidos en mochilas o maletas “olvidadas” en un tranvía que cruzaba el gueto. Una vez fuera del gueto, los niños debían recibir una asistencia rápida. Si tenían un aspecto muy semítico, se cambiaba de diversas formas.

Irena Sendler y sus colaboradores realizaron acciones cada vez más audaces. Contaban con amigos dentro del gueto que les ayudaban en sus humanitarias tareas. La enfermera entraba y salía del gueto varias veces al día, por lugares distintos según una calculada rotación para no levantar sospechas a los SS que controlaban los accesos, le pedían la documentación y la interrogaban. Cuando el control nazi sobre el gueto se intensificó, hubo que buscar otros medios para sacar a los niños. Se llegó a sacar a más de uno dentro de ataúdes.

Una vez fuera del recinto, los niños eran llevados a orfanatos religiosos y a pisos de familias cristianas. Si los vecinos sospechaban algo, eran conducidos a otro refugio. Muchas veces los niños salvados eran bautizados, “convertidos” al cristianismo para más seguridad de sus vidas. En los orfanatos, cuando moría un niño cristiano no se comunicaba su muerte; el nombre y el número de registro se intercambiaban; así se daba una nueva identidad a un niño judío.

Un año después,  en octubre de 1943, Irena Sendler fue arrestada. Afortunadamente, antes de su detención había escondido su archivo. Si hubiera caído en manos de la Gestapo sus esfuerzos no habrían servido de nada. Fue sometida a tortura, pero sus verdugos no lograron arrancarle ni una palabra. Condenada a muerte, se libró milagrosamente de la ejecución. Sobornar a la Gestapo era muy arriesgado, pero no imposible, y de ello se encargó la Zegota, la organización clandestina a la que pertenecía Irena. Y la operación salió bien.

Después de reunir muchos testimonios, en 1966 se agregó el nombre de Irena Sendler a la larga lista de Justos entre las Naciones, una alta  distinción que también se otorgó  a otras colegas de esta valiente enfermera polaca.

Autor: Josep Torroella Prats para revistadehistoria.es

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