En el amanecer helado del 24 de febrero de 1525, el norte de Italia se vio envuelto en una danza macabra de acero y pólvora, un espectáculo de lucha y estrategia donde las piezas clave eran ejércitos y sus líderes, hombres cuya ambición les llevaría a forjar sus nombres en la historia.
Aquel día, la ciudad de Pavía se convirtió en el tablero de ajedrez de un enfrentamiento que cambiaría el destino de Europa: la batalla de Pavía.
Duelo de Gigantes: Pavía y la Rivalidad de Carlos V y Francisco I
Esta rivalidad se vio agravada por la fragmentación política de la península italiana. Las ciudades-estado y los ducados italianos, como Milán y Venecia, eran objeto de disputas y ambiciones por parte de las potencias extranjeras, que veían en estas tierras un tablero de ajedrez en el que mover sus piezas para ganar ventaja en su lucha por la hegemonía europea. En este contexto, las alianzas y traiciones eran moneda corriente, y los ejércitos mercenarios, contratados para defender intereses ajenos, se convirtieron en los protagonistas de una partida de ajedrez sangrienta.
Pavía era una ciudad de gran importancia estratégica, situada en la ribera del río Ticino, a tan solo unos kilómetros de Milán. Su fortaleza, conocida como el Castillo de Pavía, era una obra maestra de la arquitectura militar del Renacimiento y constituía un baluarte inexpugnable. Francisco I, consciente de la importancia de esta plaza, reunió un ejército de más de 30.000 hombres, compuesto por soldados franceses, mercenarios suizos y contingentes de otras naciones aliadas, y se dispuso a tomar la ciudad a cualquier precio.
La defensa de Pavía estaba en manos del experimentado general español Fernando de Avalos, también conocido como el Marqués de Pescara, quien contaba con un ejército de 20.000 hombres, en su mayoría soldados españoles y alemanes, pero también con algunos contingentes de tropas italianas. Avalos era un estratega consumado y sabía que sus fuerzas eran inferiores en número a las del enemigo, por lo que optó por una táctica defensiva, atrincherándose en la ciudad y esperando el momento oportuno para contraatacar.
Adolfo Jiménez Millán
18/05/2023 @ 18:11
Ha faltado decir que el Rey francés, no cumplió ni uno solo de los compromisos contraídos, a pesar de que Carlos I lo trató con cortesía y no lo mandó ejecutar como habría sido lo lógico, porque en aquella época aún se creía que el poder real provenía directamente de Dios y su ejecución habría significado para Carlos tirar piedras sobre el tejado de su propia legitimidad. En cualquier caso es una pena que los súbditos murieran por decenas de miles en una orgía de hierro, sangre y pólvora, mientras los inductores se agasajaban mutuamente y se trataban con la mayor deferencia.