Aunque lo curioso no acaba aquí, ya que la fama de esta sala le viene dada de los fenómenos solares.

Tras su construcción, los días 21 de febrero y octubre (nuevos estudios apuntan a que podrían tratarse de los días 20 y 22 respectivamente), los rayos de luz iluminaban el interior de la sala dejando en la penumbra a Ptah, dios del inframundo. Y por si fuera poco, los días marcarían fechas señaladas (esto no está probado científicamente), que coincidirían con el cumpleaños del máximo mandatario, su coronación, o incluso la popular fiesta del Hed-Sed.

Por otra parte, Hathor y la reina Nefertari son las protagonistas del templo menor, y en consecuencia, menos conocidas. Las estatuas del faraón y su esposa, intercaladas entre sí, protegen la entrada que conduce a la sala principal, y esta, a su vez, a un nuevo santuario que da cobijo a la figura de la diosa del amor como única y principal protagonista principal.

Ahora bien, todo el deterioro del paso del tiempo de los magnificentes motivos descritos fue descubierto en 1813 por el suizo Johann Ludwig, para que cuatro años más tarde, el italiano Giovanni Belzonilo saqueara, no sin antes liberar el complejo de las fieras arenas del desierto, pues estas llegaban a cubrir hasta el cuello a varios colosos.

A mediados del siglo XX, la construcción de la famosa presa de Asuán significaba una seria amenaza para el nuevo templo. Tras varias propuestas rechazadas, la UNESCO se dispuso a trasladarlo, en bloques y hacia una ubicación de mayor altitud.

Autor: Manuel Toro Galea para revistadehistoria.es
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