Las primeras batallas mostraron la destreza de los ejércitos palmirenos, pero la disciplina y la experiencia de las legiones romanas acabaron imponiéndose. Aureliano avanzó con rapidez, derrotando a las fuerzas de Zenobia en la Batalla de Immae y, poco después, en Emesa. La reina, viendo que la resistencia era insostenible, se retiró hacia Palmira con la esperanza de reorganizar sus fuerzas.
El sitio de la ciudad marcó el final de su reinado. Cercada por el ejército romano y sin posibilidades de recibir refuerzos, intentó huir hacia el Imperio sasánida en busca de apoyo, pero fue capturada en el desierto antes de llegar a su destino. La caída de Palmira supuso el fin de su ambicioso proyecto político y la restauración de la autoridad romana en la región.
Las versiones sobre su destino final varían. Algunas fuentes indican que fue llevada a Roma, donde desfiló como prisionera en el triunfo de Aureliano, mientras que otras sugieren que recibió un trato más favorable, viviendo en el exilio bajo la protección del emperador. Lo cierto es que su figura se convirtió en símbolo de desafío y resistencia, una gobernante que osó desafiar el orden establecido en un tiempo donde pocos podían hacerlo.
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