Las diferentes razas del Virreinato de Nueva EspaƱa

Al comenzar el Gobierno de los Virreyes en La Nueva EspaƱa se encontraron con un conglomerado de elementos humanos diversos, en el que la diferencia de razas y costumbres servĆ­a de motivo para establecer una escala de categorĆ­as sociales. La raza considerada inferior, fue la de los negros, como lo sigue siendo en nuestros dĆ­as. Al embarcarlos ya estaban comprados o sometidos a una eventual subasta vergonzosa. El precio oscilaba entre los 30 y 40 pesos; mĆ”s bajo aĆŗn en la mayorĆ­a de los casos al que se exigĆ­a por cualquier caballerĆ­a. La raza negra se considerada infamante, hasta tal punto que se despreciaba al que se contaminase con ella. Desde un principio eran destinados a la esclavitud, a los trabajos mĆ”s rudos, negĆ”ndoseles la libertad, el uso de las armas, a no ser cuando desempeƱaban su cometido como guerreros, y hasta les era vedado el ingresar en las Ɠrdenes Religiosas.

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Las diferentes razas del Virreinato de Nueva EspaƱa

Por encima de los negros en cuanto a prerrogativas y libertades se encontraban los indios, que durante mucho tiempo se mostraron indĆ³mitos[1], defendiendo con el mayor ahĆ­nco el territorio que les pertenecĆ­a, hasta que extenuados, en su mayor parte, por las constantes y equivocadas luchas, tuvieron que claudicar. Otros, agrupados en tribus tardaron muchos aƱos en someterse, vertiendo su sangre a cambio de la que hacĆ­an derramar a los espaƱoles. Pero como la conquista espaƱola, con todos sus defectos, iba unida a buenas cualidades de mejoras de los campos y de las ciudades y especialmente mediaba la cultura y la propagaciĆ³n de la fe cristiana, que fueron captando gracias al desinterĆ©s y sacrificio que mostraron los misioneros, poco a poco, se dejaron catequizar, con un espĆ­ritu de sumisiĆ³n y sin exigir a cambio ninguna ventaja. De tres maneras entrĆ³ el indio en la sociedad novohispana; incorporĆ”ndose plenamente a ella; por matrimonio con espaƱoles; conviviendo con Ć©stos, ya en los barrios de las ciudades y villas, ya en los pueblos adjuntos; bien, reuniĆ©ndose en los pueblos que formaban los misioneros. En los primeros casos, el indio fue asimilado lentamente por la nueva sociedad, de manera que aĆŗn olvidĆ³ su propio idioma y siguiĆ³ cabalmente las costumbres espaƱolas. En cambio, los que subsistieron aislados en sus pueblos y misiones, con sus autoridades y leyes indias, se conservaron ā€œindiosā€.

De la mezcla de razas blanca e india nacieron los criollos, abĆŗlicos y pendencieros, hasta que fueron recibiendo una cultura adecuada que les hizo comprender y presagiar que algĆŗn dĆ­a podrĆ­an ser los verdaderos dueƱos de los vastos territorios donde vieron la primera luz; prefiriendo hacer uso de las inteligencias que fueron cultivando entre ellos, poniĆ©ndoles al servicio del trabajo para conseguir la independencia y prosperidad. Esta lamentable situaciĆ³n de las razas de color fue mejorada primero y despuĆ©s remediada en gran parte por la constancia que pusieron en conseguirlo tanto los Monarcas como sus representantes en AmĆ©rica, y especialmente los religiosos, evitando a los indios e incluso a los negros muchĆ­simas penurias y dando a los primeros mayores libertades y consideraciĆ³n, y a los segundos un trato menos inhumano. Por encima de todos predominaba el blanco y entre ellos, los espaƱoles, conquistadores y colonizadores[2], quienes a pesar de sus defectos mantuvieron una fe y un valor inquebrantable, siguiendo los impulsos de un gran ideal, que con frecuencia se convertĆ­a en quimera y que no siempre estaba inspirado en el egoĆ­smo, sino tambiĆ©n en virtudes dignas de ser apreciadas.

Al hacerse cargo de la GobernaciĆ³n de La Nueva EspaƱa, el primer Virrey, Antonio de Mendoza, se encontrĆ³ con un caos de indisciplina y de luchas con las que tuvo que enfrentarse, dictando leyes urgentes que pusieron un remedio preventivo a tal situaciĆ³n. Eso mismo le ocurriĆ³ a los diferentes Virreyes que le sucedieron, quienes buscaban igualmente por todos los medios el llegar a una completa paz interna y que el trabajo llevado por los indios fuese lo mĆ”s humanitario posible, dĆ”ndoles continuas concesiones. QuizĆ”, el mayor defecto en que incurrieron durante su alto mandato fue el atender con demasiado celo a las constates exigencias de dinero que les hacĆ­an desde la Corte para continuar las guerras en las que se veĆ­an envuelta EspaƱa, con lo que el trabajo de los negros, incluso el de los indios en las minas fue demasiado duro. Por otra parte, los Virreyes tenĆ­an que luchar no sĆ³lo contra las tribus guerreras indias, sino tambiĆ©n contra los piratas y corsarios extranjeros que veĆ­an en el pueblo americano lugares idĆ³neos para despojar con el mĆ­nimo esfuerzo las riquezas que se extrajeron de las tierras y piedras.

El paĆ­s estaba dividido en Reinos hasta que durante el Virreinato de Antonio MarĆ­a Bucareli se dividiĆ³ en Provincias Internas y en el de Bernardo de GĆ”lvez en Intendencias[3]. Los Reinos eran: Nueva EspaƱa, Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo LeĆ³n, Nuevo MĆ©xico, y una Provincia: YucatĆ”n.

El Virrey proveĆ­a a los Gobernadores de estos Reinos que ejercĆ­an su jurisdicciĆ³n en su nombre. Se concediĆ³ una mayor independencia de actuaciĆ³n al de Nueva Galicia, por desempeƱar ese cargo el Presidente de la Audiencia de Guadalajara. El Virrey tambiĆ©n proveĆ­a de Alcaldes Mayores[4] y Corregidores[5], salvo en algunas provincias donde eran nombrados por el Rey.

Con los primeros conquistadores de AmĆ©rica iban algunos religiosos, en la mayorĆ­a de los casos frailes, cuya primera misiĆ³n consistĆ­a en alentar la fe de estos guerreros y practicar las doctrinas de la de fe cristiana, evitando que cayesen en la herejĆ­a. Poco a poco y a medida que las extensiones de territorios conquistados eran mĆ”s amplias, se aumentaron progresivamente el nĆŗmero de religiosos, incluyendo al clero secular, aunque con grandes inconvenientes para la evangelizaciĆ³n de los indios sometidos, a causa del desconocimiento de su idioma y sus costumbres, pero se fueron solucionando estos problemas, siendo en realidad el clero regular el que con mucha paciencia y dedicaciĆ³n fue organizando todo hasta fundar la Iglesia Mexicana. SegĆŗn el padre Mendieta: ā€œNo habĆ­a suficientes frailes predicadores en los idiomas indĆ­genas, predicĆ”bamos con interpretesā€. La primera Orden que se puso en actividad fue la Orden Franciscana, a la que siguieron los Dominicos y los Agustinos, y mĆ”s tarde los JerĆ³nimos. Unos y otros tuvieron que luchar, aparte de lo ya comentado, con los encomenderos[6], quienes, al tratar de defender encubiertamente su creciente avaricia, veĆ­an en ellos mĆ”s que unos colaboradores desinteresados, a unos terribles enemigos. El choque de las doctrinas evangĆ©licas de los religiosos, que predicaban la libertad y el buen trato con los indios, los miraban como un peligro para sus haciendas y un obstĆ”culo para sus ambiciones, lo que produjo en muchas ocasiones no ya sordas hostilidades, sino desenmascaradas luchas y escandalosos desapegos y rupturas entre los hombres de la Iglesia y los colonos espaƱoles. Pero en todas las ocasiones, aunque vencedores, llegaron algunas veces a saber los encomenderos la constancia y la inquebrantable energĆ­a de los religiosos que hacĆ­a momentĆ”neo aquel triunfo, que llegaba a convertirse en derrota, merced a los incesantes trabajos de la Ɠrdenes monĆ”sticas que nunca se daban por vencidas agotando hasta el Ćŗltimo recurso para obtener el triunfo de sus ideas.

Hacia la mitad del Virreinato de Antonio de Mendoza acudieron paulatinamente a La Nueva EspaƱa, las religiosas, fundado conventos ininterrumpidamente, tales como el de la ConcepciĆ³n, en 1570, Santa InĆ©s, en 1600, etc., Cerca de 50 diĆ³cesis se crearon en la Ć©poca del Virreinato, siendo los mĆ”s destacados Arzobispos y Obispos, fray Alonso de Montufar, ZumĆ”rraga, Pedro Moya de Contreras, Juan de Palafox, Francisco GĆ³mez de Mendiola, Antonio Alcalde, etc., LĆ”stima que tambiĆ©n surgieran rencillas entre el poder eclesiĆ”stico y el poder civil, pues muchos prelados se extralimitaban en sus funciones, llegando a medir el alcance de las mismas incluso con el Virrey, pero se fue contemporizando en cuanto les fue posible dicha tirantez, manteniĆ©ndose firmes en su actitud cuando veĆ­an que el prestigio de su autoridad civil sufrĆ­a menoscabo. TambiĆ©n hubo muchos Jefes de la Iglesia que se mostraron comprensivos.

La situaciĆ³n en que se encontraban generalmente los Virreyes no era muy envidiable. Aparte de contentar a los religiosos tenĆ­an que transigir con las Audiencias y los Corregidores, mermar las pretensiones de los encomenderos y nobles, que, procediendo de EspaƱa arruinados, pretendĆ­an enriquecerse en pocos aƱos. Por si todas estas dificultades y problemas fueran pocas, al hacerse cargo de los Virreinatos se encontraban con las arcas casi vacĆ­as, debido a las grandes cantidades de oro y plata que habĆ­a que enviar a la PenĆ­nsula, y sorprendidos no solamente por ataques de los piratas sino tambiĆ©n por las inundaciones, terremotos y peor aĆŗn, por las espantosas enfermedades, difĆ­ciles de curar, a pesar del sacrificio y la gran generosidad de que daban muestras los misioneros, la mayor parte de las Ɠrdenes Religiosas y de la ayuda de la poblaciĆ³n civil. Pero habĆ­a algo mĆ”s lamentable, que herĆ­a el amor propio y la dignidad de algunos Virreyes, que consistĆ­a en las injusticias con que les trataban sus Monarcas, aconsejados por la Corte que les rodeaba y por la parcialidad manifiesta de determinados componentes del Consejo de Indias[7]. Por este motivo, con frecuencia, se encontraban desautorizados en el ejercicio de sus funciones, comprobĆ”ndose mĆ”s tarde con amargura que existĆ­a cierta confusiĆ³n para apreciar las equivocaciones y aciertos y que el favoritismo imperaba en numerosos casos.

A pesar de tales obstƔculos e ingratitudes, puede decirse que no todos los Virreyes realizaron una labor destacada por circunstancias ajenas a su voluntad y muchos de ellos merecen un elogioso recuerdo en la Historia Americana.

Autor: JosĆ© Alberto Cepas PalancaĀ para revistadehistoria.es

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BibliografĆ­a

ƁLVAREZ DE ESTRADA, Juan. Los Grandes Virreyes de AmƩrica.

[1] Los chichimecas fueron un ejemplo. Ya establecidos los castellanos designaron como “pueblos chichimecas” a todos los habitantes al norte del Valle de MĆ©xico y por ende a todo el septentriĆ³n arriba de la “frontera mesoamericana”. A la hora del contactoĀ espaƱol las cuatro naciones chichimecas eran los pames, guamares, zacatecos, y guachichiles, Ć©stos dos Ćŗltimos a diferencia de losĀ tecuexe, caxcanes, tezol, cocas, sauzas y guaxabanes, tenĆ­an un grado cultural inferior, porque los demĆ”s tenĆ­an adoratorios y conocĆ­an laĀ agricultura, aunque cabe resaltar que la mayorĆ­a de los chichimecas eran cazadores-recolectores y los que conocĆ­an la agricultura eran los que vivĆ­an cerca de rĆ­os o en Ć”reas donde habĆ­a fuentes de agua, manantiales, rĆ­os, etc.

[2] Peninsulares o chapetones.

[3] El Intendente es un funcionario, de origen francĆ©s, introducido en EspaƱa y en la AmĆ©rica hispana por Felipe V, Casa de BorbĆ³n, que ejerce sus competencias sobre un determinado territorio.

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