Las diferentes razas del Virreinato de Nueva EspaƱa
De la mezcla de razas blanca e india nacieron los criollos, abĆŗlicos y pendencieros, hasta que fueron recibiendo una cultura adecuada que les hizo comprender y presagiar que algĆŗn dĆa podrĆan ser los verdaderos dueƱos de los vastos territorios donde vieron la primera luz; prefiriendo hacer uso de las inteligencias que fueron cultivando entre ellos, poniĆ©ndoles al servicio del trabajo para conseguir la independencia y prosperidad. Esta lamentable situaciĆ³n de las razas de color fue mejorada primero y despuĆ©s remediada en gran parte por la constancia que pusieron en conseguirlo tanto los Monarcas como sus representantes en AmĆ©rica, y especialmente los religiosos, evitando a los indios e incluso a los negros muchĆsimas penurias y dando a los primeros mayores libertades y consideraciĆ³n, y a los segundos un trato menos inhumano. Por encima de todos predominaba el blanco y entre ellos, los espaƱoles, conquistadores y colonizadores[2], quienes a pesar de sus defectos mantuvieron una fe y un valor inquebrantable, siguiendo los impulsos de un gran ideal, que con frecuencia se convertĆa en quimera y que no siempre estaba inspirado en el egoĆsmo, sino tambiĆ©n en virtudes dignas de ser apreciadas.
Al hacerse cargo de la GobernaciĆ³n de La Nueva EspaƱa, el primer Virrey, Antonio de Mendoza, se encontrĆ³ con un caos de indisciplina y de luchas con las que tuvo que enfrentarse, dictando leyes urgentes que pusieron un remedio preventivo a tal situaciĆ³n. Eso mismo le ocurriĆ³ a los diferentes Virreyes que le sucedieron, quienes buscaban igualmente por todos los medios el llegar a una completa paz interna y que el trabajo llevado por los indios fuese lo mĆ”s humanitario posible, dĆ”ndoles continuas concesiones. QuizĆ”, el mayor defecto en que incurrieron durante su alto mandato fue el atender con demasiado celo a las constates exigencias de dinero que les hacĆan desde la Corte para continuar las guerras en las que se veĆan envuelta EspaƱa, con lo que el trabajo de los negros, incluso el de los indios en las minas fue demasiado duro. Por otra parte, los Virreyes tenĆan que luchar no sĆ³lo contra las tribus guerreras indias, sino tambiĆ©n contra los piratas y corsarios extranjeros que veĆan en el pueblo americano lugares idĆ³neos para despojar con el mĆnimo esfuerzo las riquezas que se extrajeron de las tierras y piedras.
El paĆs estaba dividido en Reinos hasta que durante el Virreinato de Antonio MarĆa Bucareli se dividiĆ³ en Provincias Internas y en el de Bernardo de GĆ”lvez en Intendencias[3]. Los Reinos eran: Nueva EspaƱa, Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo LeĆ³n, Nuevo MĆ©xico, y una Provincia: YucatĆ”n.
Con los primeros conquistadores de AmĆ©rica iban algunos religiosos, en la mayorĆa de los casos frailes, cuya primera misiĆ³n consistĆa en alentar la fe de estos guerreros y practicar las doctrinas de la de fe cristiana, evitando que cayesen en la herejĆa. Poco a poco y a medida que las extensiones de territorios conquistados eran mĆ”s amplias, se aumentaron progresivamente el nĆŗmero de religiosos, incluyendo al clero secular, aunque con grandes inconvenientes para la evangelizaciĆ³n de los indios sometidos, a causa del desconocimiento de su idioma y sus costumbres, pero se fueron solucionando estos problemas, siendo en realidad el clero regular el que con mucha paciencia y dedicaciĆ³n fue organizando todo hasta fundar la Iglesia Mexicana. SegĆŗn el padre Mendieta: āNo habĆa suficientes frailes predicadores en los idiomas indĆgenas, predicĆ”bamos con interpretesā. La primera Orden que se puso en actividad fue la Orden Franciscana, a la que siguieron los Dominicos y los Agustinos, y mĆ”s tarde los JerĆ³nimos. Unos y otros tuvieron que luchar, aparte de lo ya comentado, con los encomenderos[6], quienes, al tratar de defender encubiertamente su creciente avaricia, veĆan en ellos mĆ”s que unos colaboradores desinteresados, a unos terribles enemigos. El choque de las doctrinas evangĆ©licas de los religiosos, que predicaban la libertad y el buen trato con los indios, los miraban como un peligro para sus haciendas y un obstĆ”culo para sus ambiciones, lo que produjo en muchas ocasiones no ya sordas hostilidades, sino desenmascaradas luchas y escandalosos desapegos y rupturas entre los hombres de la Iglesia y los colonos espaƱoles. Pero en todas las ocasiones, aunque vencedores, llegaron algunas veces a saber los encomenderos la constancia y la inquebrantable energĆa de los religiosos que hacĆa momentĆ”neo aquel triunfo, que llegaba a convertirse en derrota, merced a los incesantes trabajos de la Ćrdenes monĆ”sticas que nunca se daban por vencidas agotando hasta el Ćŗltimo recurso para obtener el triunfo de sus ideas.
Hacia la mitad del Virreinato de Antonio de Mendoza acudieron paulatinamente a La Nueva EspaƱa, las religiosas, fundado conventos ininterrumpidamente, tales como el de la ConcepciĆ³n, en 1570, Santa InĆ©s, en 1600, etc., Cerca de 50 diĆ³cesis se crearon en la Ć©poca del Virreinato, siendo los mĆ”s destacados Arzobispos y Obispos, fray Alonso de Montufar, ZumĆ”rraga, Pedro Moya de Contreras, Juan de Palafox, Francisco GĆ³mez de Mendiola, Antonio Alcalde, etc., LĆ”stima que tambiĆ©n surgieran rencillas entre el poder eclesiĆ”stico y el poder civil, pues muchos prelados se extralimitaban en sus funciones, llegando a medir el alcance de las mismas incluso con el Virrey, pero se fue contemporizando en cuanto les fue posible dicha tirantez, manteniĆ©ndose firmes en su actitud cuando veĆan que el prestigio de su autoridad civil sufrĆa menoscabo. TambiĆ©n hubo muchos Jefes de la Iglesia que se mostraron comprensivos.
La situaciĆ³n en que se encontraban generalmente los Virreyes no era muy envidiable. Aparte de contentar a los religiosos tenĆan que transigir con las Audiencias y los Corregidores, mermar las pretensiones de los encomenderos y nobles, que, procediendo de EspaƱa arruinados, pretendĆan enriquecerse en pocos aƱos. Por si todas estas dificultades y problemas fueran pocas, al hacerse cargo de los Virreinatos se encontraban con las arcas casi vacĆas, debido a las grandes cantidades de oro y plata que habĆa que enviar a la PenĆnsula, y sorprendidos no solamente por ataques de los piratas sino tambiĆ©n por las inundaciones, terremotos y peor aĆŗn, por las espantosas enfermedades, difĆciles de curar, a pesar del sacrificio y la gran generosidad de que daban muestras los misioneros, la mayor parte de las Ćrdenes Religiosas y de la ayuda de la poblaciĆ³n civil. Pero habĆa algo mĆ”s lamentable, que herĆa el amor propio y la dignidad de algunos Virreyes, que consistĆa en las injusticias con que les trataban sus Monarcas, aconsejados por la Corte que les rodeaba y por la parcialidad manifiesta de determinados componentes del Consejo de Indias[7]. Por este motivo, con frecuencia, se encontraban desautorizados en el ejercicio de sus funciones, comprobĆ”ndose mĆ”s tarde con amargura que existĆa cierta confusiĆ³n para apreciar las equivocaciones y aciertos y que el favoritismo imperaba en numerosos casos.
A pesar de tales obstƔculos e ingratitudes, puede decirse que no todos los Virreyes realizaron una labor destacada por circunstancias ajenas a su voluntad y muchos de ellos merecen un elogioso recuerdo en la Historia Americana.
Autor: JosĆ© Alberto Cepas PalancaĀ para revistadehistoria.es
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BibliografĆa
ĆLVAREZ DE ESTRADA, Juan. Los Grandes Virreyes de AmĆ©rica.
[1] Los chichimecas fueron un ejemplo. Ya establecidos los castellanos designaron como “pueblos chichimecas” a todos los habitantes al norte del Valle de MĆ©xico y por ende a todo el septentriĆ³n arriba de la “frontera mesoamericana”. A la hora del contactoĀ espaƱol las cuatro naciones chichimecas eran los pames, guamares, zacatecos, y guachichiles, Ć©stos dos Ćŗltimos a diferencia de losĀ tecuexe, caxcanes, tezol, cocas, sauzas y guaxabanes, tenĆan un grado cultural inferior, porque los demĆ”s tenĆan adoratorios y conocĆan laĀ agricultura, aunque cabe resaltar que la mayorĆa de los chichimecas eran cazadores-recolectores y los que conocĆan la agricultura eran los que vivĆan cerca de rĆos o en Ć”reas donde habĆa fuentes de agua, manantiales, rĆos, etc.
[2] Peninsulares o chapetones.
[3] El Intendente es un funcionario, de origen francĆ©s, introducido en EspaƱa y en la AmĆ©rica hispana por Felipe V, Casa de BorbĆ³n, que ejerce sus competencias sobre un determinado territorio.