Los estudios de Prehistoria Americana y el origen del hombre se remonta a consideraciones desde finales del siglo XVI, Fue el padre jesuita José de Acosta, oriundo de Medina del Campo, España (1540-1600) quien en su obra “Historia Natural y moral de las Indias”, publicada en Sevilla en 1590 expresa ideas sobre el origen de los americanos.
“… y pues por una parte, sabemos de cierto que ha muchos siglos que hay hombres en estas partes, y por otra no podemos negar lo que la Divina Escritura claramente enseña, de haber procedido todos los hombres de un primer hombre, quedamos, sin duda, obligados a confesar que pasaron acá los hombres de allá, de Europa o de Asia o de África, pero el cómo y por qué camino vinieron todavía lo inquirimos y deseamos saber.”
Prehistoria Americana
Sin embargo el poblamiento mongololoide desde Siberia por el Estrecho de Bering esta apuntalado con restos arqueológicos y etnográficos que denuncian una cultura nómada con estimaciones entre 50 000 y 30 000 mil años para poblamiento de Alaska y Canadá; Norteamérica y el Norte de México 27 000 mil años, Venezuela hasta 22 000, Perú 18 000 y la Patagonia con elementos diagnósticos desde 10 000 mil años.
La teoría más aceptada respecto el poblamiento de América se dio hace 30,000 mil años a través de la franja al norte del continente mejor conocido como el Estrecho de Bering, durante la última glaciación Wisconsin; así el puente que se formaba por el hielo permitió al hombre venido de Asia cruzar al este continente en oleadas permanentes mientras sucedió el final de la glaciación.
Existen ahora en día teorías respecto al cruce trasatlántico; hay vestigios en Terranova de viajes Vikingos muy recientes, son históricos; pero en Sudamérica se encuentran vestigios arqueológicos del periodo Neolítico que muestran elementos de la polinesia; concretamente en la Isla de Padua, Sur de Chile y Argentina. Estos indicadores indican la posibilidad de oleadas de migrantes de otros continentes en diferentes periodos, pero el más antiguo según las dataciones sigue siendo por Bering. Entre los elementos más significativos se encuentran los trabajos de piedra tallada propios del periodo Neolítico con tecnologías para la caza y pesca; en materiales de piedra basáltica, algunas obsidianas, trabajo en hueso y muestran ya una cultura de cazadores y recolectores estacionales que vienen avanzando del hielo perene hacia climas mas cálidos, por lo que varían su caza de pasar de la fauna pleistocenica casi en extinción a fauna del periodo interglaciar.
Hay vestigios en México de este periodo como lo es el Hombre de Tepexpan; de hace aproximadamente 10 000 ac., fue una excavación para una construcción lo que puso a la luz restos humanos, así como de artefactos líticos en asociación con fauna del Pleistoceno. Dicho descubrimiento revoluciono la investigación Pale antropológica en México; otros casos de suma importancia fueron los restos de Tamaulipas y Chiapas, estos últimos vinculados ya con una cultura propiamente que domestico el maíz, hace aproximadamente 5 000 ac.
Sus ancestros del maíz, es decir en su forma más antigua una pequeña mazorca no más grande de 5 a 10 cm se localizaron en Tamaulipas y en Tehuacán Puebla; allí una fundación Alemana en los años setenta realizo los últimos trabajos para vincular en ese laboratorio natural al desarrollo de las grandes culturas; las tecnología y las especies endémicas conservadas por su microclima tan seco.
Este proceso de domesticación del maíz y otras especies alimenticias marcaron el desarrollo y rumbo de las grandes culturas que se desarrollaron en el área denominada por algunos especialistas como Mesoamérica. Muy debatido hasta la fecha este término ya que encasilla alas grandes culturas sin considerar otros polos muy interesantes como Sinaloa, Nayarit, Sonora, Chihuahua y Nuevo León. Podemos solo apuntar que la gran área Mesoamericana encierra condiciones climáticas, topográficas, edafológicas; desarrollo de culturas al margen de los grandes ríos, culturas estado, y culturas militaristas; con todos sus atributos propios de ciudades.
Autor: Dionisio Trujillo García para revistadehistoria.es
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