Tras numerosas batallas y conquistas entre los pueblos sajones, Germania fue erigida como reino hereditario en 911. Hasta entonces la corona se confería por voluntad popular. Después de los reinados de Konrad de Franconia y Heinrich “el Cetrero”, asumió en 936 el trono Otón I. Se hizo coronar en el Palacio de Carlomagno en Aquisgrán con el título “rex et sacerdos” (rey y sacerdote), y su plan era restaurar el Imperio Carolingio.
El nuevo monarca consolidó su poder frente a los señores feudales castigando duramente a los nobles por faltas menores y apoyándose en la Iglesia Católica –nombrando familiares en las altas jerarquías eclesiásticas-. También perdonó a su hermano Heinrich, que se rebeló contra él en dos oportunidades, y lo nombró Duque de Baviera.
En política interior y exterior se propuso consolidar el reino. Continuó la lucha iniciada por su padre para contener las invasiones normandas, y lanzó campañas contra eslavos y magiares, combinando la guerra con la evangelización. Los pueblos eslavos occidentales aceptaron la Iglesia Católica Romana, mientras que los de Rusia y los Balcanes eran devotos de la Iglesia Ortodoxa. Esto evitó la unidad de los pueblos eslavos contra los germanos. Otón comenzó a planificar entonces la creación de un gran Imperio que incluyera a Roma. La excusa para intervenir en Italia llegaría pronto.
Otón I y el sueño de un nuevo Imperio Romano
Pero en 953 debió enfrentar la rebelión de su hijo Liudolf, quién acusaba a su padre de haberse apropiado de su ejército –base de su poder- y de que el nuevo matrimonio del rey amenazaba sus derechos sucesorios. Contó con el apoyo de su cuñado Konrad “el rojo” de Franconia, y de jinetes magiares que invadieron Germania asolando aldeas. La rebelión fue aplastada con apoyo del Duque de Baviera y en 955 derrotaron a los magiares en el Río Lech, poniendo fin a su amenaza. Tras esto, Otón fue aclamado como “Padre de la Patria y Emperador”.
Desde Bizancio llegaron las protestas del emperador romano de Oriente que consideraba que “a un bárbaro sajón” no podría atribuírsele tal título. Para forzar su reconocimiento, Otón I invadió posesiones bizantinas al sur de Italia y propuso un acuerdo: la boda de su hijo Otón –nacido de Adelaida- con una princesa bizantina. El emperador bizantino se opuso, pero unos años después el acuerdo se concretó: la princesa Teófana Skleraina contrajo matrimonio con el futuro Otón II. Otón I logró lo que ni Carlomagno había conseguido: emparentar “un bárbaro” con la familia real bizantina. Así el Sacro Imperio Romano-Germánico y el Imperio Romano de Oriente podían permanecer en paz.
Mientras tanto, en Italia, el Papa Juan XII comenzó a arrepentirse de haber proclamado emperador a Otón, ya que ahora sus libertades se veían limitadas, y urdió una rebelión junto con Berengario. Otón invadió la Ciudad Eterna poniendo fin a esta amenaza: Berengario fue detenido y enviado a un monasterio germánico donde moriría, y el Papa fue destituido por un concilio formado por prelados germánicos e italianos. Juan XII retomó brevemente al poder, pero murió de un ataque de apoplejía mientras ordenaba torturar a los prelados opositores. Otón intentó poner al Papado bajo autoridad imperial, como ya sucedía con los obispados germánicos, algo que no se concretó completamente.
Autor: Luciano Andrés Valencia para revistadehistoria.es
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Bibliografía:
- Asimov, Isaac; (2001) La Alta Edad Media, Madrid, Alianza.
- Bianchi, Susana; (2009) Historia social del mundo occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea, Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.
- Grimberg, Carl; (1995) Historia Universal, tomo 16: La Era de los Otones, Lord Cochrane, Sociedad Comercial y Editora Santiago Ltda (para la Colección Biblioteca de Oro del Estudiante).