Fue en el año 43 d.C. cuando las águilas romanas se posaron en las costas de Britannia, la isla de la bruma, la tierra de los antiguos celtas y druidas. El emperador Claudio, en su afán por consolidar su nuevo poder y hacerse un nombre, había ordenado la conquista de esta tierra misteriosa y lejana. A sus ojos, Britannia era el último confín del mundo conocido, un lugar misterioso donde su gloria y su dominio podrían extenderse aún más.