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Nijuu Hibakusha. “Doble irradiación”

El periodista, reportero y escritor suizo Fernand Gigon (1908-1986) fue un gran especialista en el Lejano Oriente. Sus informes sobre Japón, China o Vietnam le valieron reputación internacional a mediados del siglo pasado. Gracias a él conocemos la historia de Enemon Kawaguki.

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Kawaguki era ingeniero de proyectos en la enorme fábrica de Mitsubishi. Cuarenta años, tipo enérgico, deportista consumado y regular a pesar de que aquellos días los turnos de trabajo parecían no terminar nunca. Su fábrica se dedicaba a la industria bélica y era un objetivo militar que había sido ya atacado varias veces. Kawaguki quería ver el lado bueno de todo aquello y siempre decía que peor era estar en el frente.

Nijuu Hibakusha. “Doble irradiación”

Pasaban pocos minutos de las ocho de aquella mañana de agosto cuando, desde su despacho, escuchó cercano el ruido de un avión. No había dudas, era un bombardero americano. La mayoría de los trabajadores corrieron a los refugios aunque no había sonado la sirena. Kawaguki se confió y se entretuvo, pensando que podía ser un avión de propaganda o de reconocimiento. Un solo avión no representaba demasiado peligro. ¡Anda que no habían venido oleadas de ellos en los meses anteriores! Aquellos sí que daban miedo.

De repente, algo explotó a unos 5 kilómetros de distancia. Tras un fogonazo, un gran resplandor, nuestro protagonista, ensordecido, perdió el sentido y en posteriores entrevistas afirma que nunca pudo recordar exactamente qué vio o sintió en ese preciso momento. Tras un tiempo indefinido recobró el sentido. En este punto los recuerdos son más nítidos: una pieza de metal le había golpeado y una teja le había herido en la espalda. Estaba desnudo, no sabía por qué. En la fábrica no había nadie. Solo veía enormes llamas por todas partes. Salió de allí como pudo, solo para notar que se estaba levantando, en sus propias palabras,

“un viento tan candente como una llama oxhídrica”.

Como soplaba desde el centro de Hiroshima, intentó en primera instancia huir en dirección al mar. Cruzó a nado el río que rodeaba su fábrica, pero no pudo salir en la otra orilla porque la situación allí era también infernal. Gracias a su buena forma física pudo mantenerse un tiempo prudencial en el agua. Cuando al fin el cansancio le obligó a abandonar el río, subió a un collado solo para ver como el fuego destruía una ciudad entera.

Hoy sabemos que, en Hiroshima, el calor alcanzó los 3.000ºC, que carbonizó literalmente a miles de personas y que la ciudad fue consumida por cientos de incendios sin control. Muchos otros perecieron sepultados bajo los destrozados edificios o golpeados por el escombro. La gente se lanzaba desesperada a ríos cercanos. Murieron más de 200.000 personas, la mitad de la población de la ciudad, y desaparecieron entre 50.000 y 60.000 edificios. La mitad de las víctimas aproximadamente no moriría en esas primeras horas, sino años más tarde, culpa de la radiación y las quemaduras.

En este momento Kawaguki se vino abajo, sin fuerzas y cayó rendido en la orilla de puro agotamiento. Cuenta que despertó a media tarde, un poco más aliviado gracias a la ligera brisa que venía del mar y con algo de fuerza recuperada, y que se puso a andar.

AI caer la noche había conseguido llegar a la periferia de la ciudad y se topó con un tren abandonado entre los restos de una literalmente destrozada estación ferroviaria. El tren le salvó. Subió a un vagón y se acurrucó. Su cuerpo se sacudía entre estremecimientos provocados por el frío. Tenía muchísima hambre y su piel supuraba, por la exposición.

No se despertó hasta dos días después. Al principio no conseguía recordar nada. Estaba en una especie de tren-hospital que avanzaba lentamente durante un tiempo que le pareció eterno. Por los vagones se movían, inquietas y nerviosas, varias enfermeras, que cuidaban a heridos más graves que él. Cuando el tren se detuvo por fin, el ingeniero Kuwaguki bajó por su propio pie y se dirigió al centro de aquella ciudad, intacta y tranquila. Después de lo que había pasado, le parecía estar soñando, junto a cinco o seis compañeros de viaje, tan asombrados como él.

Mientras caminaba por un camino cercano al mar, Kawaguki oyó el ruido de un avión e instintivamente levantó los ojos al cielo. Pánico. Pesadilla. Horror. Sobrecogido, se arrojó a una cuneta, aplastándose en el fango todo lo posible. Paralizado de terror, miraba el cielo por el rabillo del ojo mientras los que pasaban quedaban atónitos de su reacción.

Enemon Kuwaguki se encontraba en ese momento a unos cuatro kilómetros de distancia del punto cero de Nagasaki, y de nuevo volvía ver el resplandor cegador del sol atómico, el horror del hongo arremolinado hacia el cielo, el mar de ruinas y el horror de la muerte por todas partes.

En apenas pocos días, el brillante ingeniero técnico Kuwaguki conocerá dos veces el infierno. Casi pierde la razón. El resto de su vida lo pasará vagando, incapaz de concentrarse, sin ambiciones ni ganas de vivir. La silueta de un B-29 recortada en el horizonte le perseguirá hasta su muerte.

Morirá en 1957 en una cama de hospital, de cáncer atómico, con su cuerpo reventando en pústulas. Fue archivado como el caso clínico 163.641.

Esta es sólo la historia de una de las personas que sobrevivieron a las dos bombas atómicas lanzadas sobre Japón. Es probable que hubiera más, sin duda, pero tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial en país del Sol Naciente era un caos y el Gobierno apenas dejó registros. Los poquísimos casos confirmados vienen del Museo de la Paz en Hiroshima, que calcula que pudieron existir unas 160 Nijū Hibakusha (personas doblemente bombardeadas).

Ante la falta de información, el productor nipón Hidetaka Inazuka empezó a investigar. En un documental llamado “Nijuu Hibaku” (Doble Irradiación), del año 2011, entrevista al último sobreviviente, Tsutomu Yamaguchi, de 90 años (moriría tres años después). Lo podéis encontrar en Netflix (2019) como Twice, the extraordinary life of Tsutomu Yamaguchi.

Yamaguchi tenía 29 años y delineaba tanques de petróleo para la Mitsubishi en Nagasaki. La casualidad quiso que el 6 de agosto se encontrara en Hiroshima en un viaje relacionado con su trabajo. La detonación de “Little Boy” le sorprendió a 2 km de la Zona Cero, afortunadamente protegido por una fortificada instalación de la zona industrial de los astilleros de Hiroshima. Sin embargo, Tsutomu sufrió quemaduras de gravedad en brazos y cara. Su vida no corría peligro así que fue vendado por completo y enviado desde el hospital a su ciudad natal, con la audición bastante deteriorada, eso sí. “La demanda era tanta que (los médicos) no podían hacer más”, sostuvo. Sólo recuerda un repentino gran flash de magnesio en el cielo y que luego saltó por los aires.

Como vemos, el relato de Yamaguchi coincide con el de Kawaguki, incluso en el hecho de que, cuando llegaron a Nagasaki, se vivía allí en el desconocimiento y la incredulidad.

“Le estaba contando a mi jefe en las oficinas de Nagasaki que una bomba había arrasado con toda la ciudad de Hiroshima. Él me decía que yo estaba loco cuando al mismo tiempo cayó la bomba sobre Nagasaki”,

recordó sobre ese momento. Las oficinas del astillero se encontraban a unos tres kilómetros de la zona cero.

Salió vivo también de aquella, tras desmayarse, pasar siete días inconsciente en el hospital y hacer frente a unas terribles fiebres posteriores.

Su experiencia le permitió concienciarse del peligro nuclear y dedicó buena parte de su vida posterior a defender, en diversas conferencias la paz mundial, y la desmilitarización de las naciones. Sorprendentemente, Yamaguchi alcanzó a vivir 93 años, algo inaudito en alguien que había pasado lo que él.

Aunque figuraba en la lista de los Hibakusha (persona bombardeada) de Nagasaki, no fue hasta 2009 cuando el Gobierno japonés reconoció también a Yamaguchi como superviviente de la bomba de Hiroshima, convirtiéndose en la única persona reconocida oficialmente por el Gobierno en haber sobrevivido a ambos acontecimientos, aunque, como hemos visto, existen otros casos “no reconocidos”.

La certificación Hibakusha es algo importante, no solo nominal, ya que garantiza a los ciudadanos japoneses una compensación del gobierno que incluye chequeos médicos y cubre los costos de funeral. Oficialmente hay más de 360.000 hibakusha de los cuales la mayoría, antes o después, han sufrido desfiguraciones físicas y otras enfermedades provocadas por la radiación tales como cáncer y deterioro genético.

Autor: HISTORIADOS PODCAST para revistadehistoria.es

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1 Comment

  1. La masacre de Nankín - Revista de Historia
    27/12/2019 @ 10:39

    […] rendición de Japón en septiembre de 1945, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, puso el punto final a la […]

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