Sin embargo, el culto también reflejaba las tensiones entre las tradiciones romanas y las influencias extranjeras. A pesar de su integración en el panteón romano, siempre se mantuvo un cierto grado de ambivalencia hacia sus rituales orientales y extáticos, que desafiaban las normas romanas de conducta religiosa.
La Magna Mater, con su complejo legado de devoción y controversia, ilustra cómo Roma, en su apogeo, era un crisol de culturas. A través del culto de la Magna Mater, se puede observar cómo los romanos negociaban su identidad cultural, incorporando y adaptando prácticas extranjeras que, a su vez, enriquecían y complicaban su tejido social y religioso. La Gran Madre no solo enriqueció a Roma con su espiritualidad exuberante, sino que también desafió a los romanos a confrontar y expandir sus concepciones de lo divino.
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