Algunos incluso poseían información sobre los pueblos indígenas, sus lenguas y costumbres, así como detalles sobre la flora y fauna. Este conocimiento acumulativo, revisado y ampliado tras cada expedición, contribuía a la creación de manuscritos cada vez más sofisticados.
En ambos imperios, la elaboración y custodia de estos documentos estaban altamente reguladas. En España, la Casa de Contratación, establecida en 1503 en Sevilla, tenía como una de sus misiones la recopilación y protección de estos textos.
En Portugal, la responsabilidad recaía en la Casa da Índia, en Lisboa. Los pilotos más experimentados eran frecuentemente consultados para actualizar y corregir los manuscritos, garantizando así su precisión y relevancia.
Dada su importancia estratégica, no es sorprendente que los libros de ruta fueran objeto de espionaje. Agentes ingleses y franceses intentaron, en más de una ocasión, acceder a estos codiciados documentos. Sir Francis Drake, el célebre corsario inglés, era conocido por saquear naves españolas en busca de estos derroteros. La adquisición de uno de estos libros podía cambiar el destino de una nación, otorgando acceso a rutas comerciales lucrativas y territorios inexplorados.
El acceso exclusivo a esta información permitió a las potencias ibéricas establecer rutas comerciales que se convirtieron en la envidia de Europa. Portugal, con su ruta alrededor de África hacia la India y el Lejano Oriente, monopolizó durante años el comercio de especias.
España, por su parte, aseguró un flujo constante de riquezas desde las Américas. Este dominio náutico fue una de las razones subyacentes del auge económico y político de España y Portugal durante el siglo XVI.
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