Mientras sus flotas surcaban aguas desconocidas en busca de nuevas tierras y rutas comerciales, se generó una necesidad imperante de documentar estos viajes de forma precisa. Aquí nace la tradición de los libros de ruta secretos, cartas náuticas y diarios de navegación que eran celosamente guardados por la corona y sus navegantes y que probablemente evolucionaron de los portularios medievales.
Los Libros de Ruta Secretos que guiaron a los Imperios Ibéricos
Si bien la tradición de documentar la navegación tiene antecedentes en diversas culturas, en el siglo XVI adquiere una relevancia sin precedentes. Los navegantes españoles y portugueses adoptaron el uso de instrumentos como la brújula y el astrolabio, importados de Oriente y perfeccionados en la península, para realizar mediciones más exactas. Estos avances tecnológicos permitían una navegación más segura y eficaz, y su detallada documentación en los libros de ruta se convirtió en un activo muy valioso.
La brújula
La llegada de la brújula a Europa, probablemente a través de rutas comerciales como la Ruta de la Seda, fue un evento transformador. Aunque los europeos inicialmente desconfiaban de este “artefacto pagano”, la utilidad de la brújula en la navegación pronto se hizo evidente. De hecho, fue en la Edad Media cuando los europeos hicieron una innovación significativa: la inclusión de una “Rosa de los Vientos” en el diseño de la brújula, una característica que permitió una mayor precisión en la navegación.
La brújula demostró ser un recurso invaluable para los navegantes durante la Era de los Descubrimientos, que se extendió desde finales del siglo XV hasta el siglo XVII. Instrumental en las expediciones de Cristóbal Colón, Vasco da Gama y muchos otros, la brújula permitió a los navegantes aventurarse más allá de la vista de la tierra, en aguas desconocidas. Este instrumento sencillo, pero crucial, proporcionó a las potencias marítimas europeas, como España y Portugal, una ventaja significativa en su búsqueda de nuevas rutas comerciales y territorios.
El astrolabio
Los primeros rastros del astrolabio se remontan a la antigua Grecia. Hiparco de Nicea, astrónomo griego del siglo II a.C., es a menudo atribuido como uno de los primeros en describir el astrolabio, aunque su versión era bastante rudimentaria. La herramienta pasó a través de las manos de los romanos antes de encontrar un nuevo hogar en la civilización islámica, donde recibió mejoras sustanciales en diseño y precisión.
El astrolabio fue algo así como la “computadora portátil” de su época. Este instrumento de medición astronómica, generalmente hecho de metal, podía realizar una variedad de funciones, desde determinar la posición de las estrellas hasta calcular la hora del día. Los marinos lo usaban para determinar la latitud de un barco en alta mar, los astrónomos para medir la altura de los cuerpos celestes, y los religiosos para determinar los horarios de oración.
En el mundo islámico, grandes astrónomos y matemáticos como Al-Farabi y Al-Biruni hicieron contribuciones significativas al diseño y aplicación del astrolabio. Los textos islámicos sobre el astrolabio fueron eventualmente traducidos al latín, enriqueciendo así el cuerpo de conocimiento científico en Europa.
Durante la Era de los Descubrimientos, el astrolabio jugó un papel indispensable. Las expediciones financiadas por las coronas ibéricas de España y Portugal incorporaron este instrumento en su arsenal de navegación. Los navegantes podían ahora aventurarse más allá de la vista de tierra, con un medio más preciso para determinar su ubicación. Se convirtió en un objeto tan preciado que los tratados de navegación de la época incluían instrucciones detalladas sobre cómo usarlo.
Estructura y Contenido de los Libros de Ruta
Los libros de ruta eran más que simples mapas. Incluían anotaciones sobre corrientes, vientos, la calidad del agua y la tierra, y otras observaciones naturales.