Su trayectoria abarca campañas en Italia, Flandes y el Mediterráneo, episodios que reflejan la expansión española y la audacia de los tercios. Intervino en la reconquista del Peñón de Vélez de la Gomera, en Lepanto y en las guerras flamencas, y llegó a capitán general de la costa de Granada.
Su vida inspiró a cronistas y dramaturgos del Siglo de Oro y hoy se evoca como modelo de arrojo y liderazgo. Su nombre simboliza el apogeo imperial español.
Lope de Figueroa: valiente por tierra y mar. Familia y juventud militar
Guerras y gestas en Europa y el Mediterráneo
A mediados de la década de 1560, el emperador confió al duque de Alba la sofocación de la revuelta en Flandes, y Lope se enroló con su compañía en el tercio de Sicilia que Julián Romero llevó a los Países Bajos. En la batalla de Jemmingen de julio de 1568, encabezó la vanguardia española con sus mosqueteros; resistió el ataque de las fuerzas de Luis de Nassau y lideró la persecución de los rebeldes holandeses, sufriendo diecisiete heridas y perdiendo su caballo. Meses después, en Jodoigne, los arcabuceros de su compañía contribuyeron a una emboscada que mató a tres mil protestantes; Felipe II recompensó sus servicios con una pensión vitalicia de cuatrocientos ducados. En reconocimiento a su coraje, el duque de Alba le confió el traslado de despachos a la corte; durante el viaje sobrevivió a un naufragio cerca de Bayona, episodio que no mermó su prestigio.
Cuando en 1569 estalló la rebelión morisca en las Alpujarras, el rey lo llamó a Granada para formar un tercio de infantería que llevaba su nombre. Lope organizó la unidad y participó en el asedio de Galera en enero de 1570, donde resultó herido en un ataque contra jenízaros que defendían la plaza. También combatió en Serón y Tíjola, limpió las cuevas de la costa donde se escondían los rebeldes y se convirtió en figura clave para Don Juan de Austria en la pacificación de la región. Sus esfuerzos le valieron el ascenso a maestre de campo del tercio Costa de Granada, también llamado de Figueroa o de la Liga. Durante esta campaña solicitó a la corona el cargo de maestre de campo de Sicilia o Lombardía alegando su experiencia y las haciendas consumidas en el servicio.
El tercio de Figueroa, formado en plena contienda granadina, contaba con catorce compañías y casi dos mil soldados cuando en 1571 la Santa Liga reunió una gran flota para enfrentarse al Imperio otomano. En julio de ese año Lope embarcó sus tropas en Barcelona y se dirigió a Génova y Nápoles antes de integrarse en la armada cristiana. El 7 de octubre, en el golfo de Lepanto, la Real de Don Juan de Austria fue abordada por la Sultana turca. La situación parecía desesperada hasta que Álvaro de Bazán consiguió transferir infantería de los tercios de Figueroa y de otros maestres a la nave insignia. Sus soldados detuvieron a los jenízaros y contraatacaron con furia; el propio Figueroa, armado con espada y rodela, derribó el estandarte otomano que ondeaba en la popa de la Sultana. La victoria de Lepanto marcó un cambio estratégico en el Mediterráneo y elevó la reputación del tercio de Granada, que absorbió los restos de otras unidades y quedó conocido como el tercio de la Liga. Don Juan de Austria envió a Lope a la corte para comunicar la victoria; aunque el rey ya había recibido la noticia por el embajador veneciano, mostró satisfacción por el gesto y ordenó a su hermanastro que mantuviese al veterano maestre en la flota.
Mientras sus hombres se curtían en las galeras y castillos del Mediterráneo, Figueroa se esforzaba por mantener su unidad abastecida y cohesionada. Su capacidad organizativa fue puesta a prueba por la carestía de víveres, algunas ciudades italianas rebeldes y la distancia con la corte; aun así, mantuvo la moral alta mediante un mando cercano y el respeto al soldado viejo. Ese liderazgo resultó decisivo en las largas marchas por el Camino Español y en las operaciones de Flandes.
Tras Lepanto, el tercio de Figueroa pasó el invierno en Sicilia. Se tomaron muestras que contabilizaron hasta 2.665 soldados organizados en dieciocho compañías, un coste que generó tensiones con el virrey de la isla. En 1573, mientras las compañías se distribuían por Nápoles, Malta, Túnez y Puglia, Miguel de Cervantes servía en una de las unidades del tercio de Figueroa. La disciplina y pericia adquiridas en el Mediterráneo convirtieron a esta formación en un modelo para las operaciones anfibias y la infantería de marina; sus soldados podían combatir tanto en la mar como en tierra, adelantándose a un ideal que el siglo modernizaría.
En 1578 Figueroa recibió órdenes de regresar a Flandes con su tercio, que había crecido hasta veintidós compañías. Partió de Milán el 22 de febrero y llegó a Namur el 27 de marzo, recorriendo el Camino Español en treinta y dos días, tiempo récord para esa ruta de más de mil kilómetros. En Flandes, sin embargo, el conflicto había cambiado: Don Juan de Austria murió en octubre de 1578 y Alejandro Farnesio tomó el mando. Lope participó en el asedio de Maastricht, donde los tercios de Figueroa y de Francisco de Valdés lanzaron en abril de 1579 un asalto que fracasó; la plaza cayó más tarde gracias a la ingeniera y la obstinación de Farnesio. La diplomacia de Farnesio permitió firmar la Unión de Arrás y el tercio de Figueroa retornó a Italia en 1580.
Mientras tanto, la crisis sucesoria en Portugal empujó a Felipe II a organizar una expedición para asegurar el dominio de las Azores. Los tercios de Figueroa y de Francisco de Bobadilla, compuestos por veteranos, se concentraron en Lisboa y se embarcaron en la flota del marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán. En julio de 1582 la armada española se enfrentó a la flota francesa de Felipe Strozzi en aguas de la isla Terceira. El galeón San Mateo, en el que viajaban Lope de Figueroa y 250 de sus hombres, se adelantó con proa hacia los buques enemigos. La capitana francesa y otros navíos rodearon al San Mateo; los españoles esperaron hasta que las naves estuvieron a tiro para descargar su fuego. Tras varias horas de combate, el arribo del San Martín de Bazán y de la nao Catalina obligó a Strozzi a rendirse; los franceses dejaron más de mil quinientos muertos, mientras que los españoles lamentaron unos doscientos veinte. Para el año siguiente, Bazán regresó con fuerzas de desembarco para asegurar las Azores. Figueroa fue nombrado maestre de campo general de la infantería y condujo a veinte banderas con 3.722 soldados. La noche del 26 de julio de 1583 desembarcó silenciosamente a cuatro mil hombres en cala das Mos, entre Angra y Praia, sorprendiendo las posiciones del Prior de Crato y asegurando el archipiélago para Felipe II. Su dirección en estas operaciones anfibias mostró una visión moderna de la guerra que combinaba mar y tierra, y su tercio se convirtió en referencia para la futura infantería de marina.
Últimos años y figura literaria
A su regreso de las Azores, Lope fue designado maestre de campo general de la gente de guerra en Portugal, cargo que aceptó pese a estar enfermo y agotado por décadas de campaña. Desde Lisboa se esforzó por mejorar las condiciones de los soldados y reclamar pagas atrasadas, pero la tensión en el territorio le obligaba a permanecer activo. Deseoso de descansar y allegarse a sus raíces, solicitó al rey el puesto de capitán general de la costa del Reino de Granada y se dispuso a trasladarse a Monzón para asistir a las Cortes de Aragón y a la boda de Catalina Micaela, hija de Felipe II, con el duque de Saboya. Allí, en agosto de 1585, una epidemia de fiebres se abatió sobre la corte, causando más de mil quinientas muertes; entre ellas la de Lope de Figueroa. Sus restos fueron depositados en el monasterio de San Francisco de Monzón y posteriormente trasladados a Guadix. No se casó y dejó una hija llamada Jerónima, monja en Guadix, a quien legó quinientos ducados; como heredero universal designó a su hermano Fernando de Barradas.
La muerte no terminó con la fama del maestre. Su figura fue recogida por los escritores del Siglo de Oro. Lope de Vega lo convirtió en protagonista en «El asalto de Mastrique», Luis Vélez de Guevara lo retrató en «El águila del agua» y Agustín Moreto en «La traición vengada»; Calderón de la Barca lo inmortalizó en «Amar después de la muerte» y, sobre todo, en «El Alcalde de Zalamea», donde aparece como comandante que tutela los valores de la justicia. El alférez Pedro Alfonso Pimentel lo describió como un líder nato, valiente y osado, de carácter fuerte y emotivo, capaz de combinar humor melancólico con disciplina férrea. Para los soldados de los tercios, su nombre representaba la lealtad al rey y la destreza militar; para los poetas, era un símbolo de los ideales de su tiempo. Su fama se difundió también porque su tercio fue considerado el mejor de su época, con organización y equipo que permitían combatir en condiciones extremas sin perder eficacia. A pesar de los cambios políticos y militares de los siglos posteriores, Lope de Figueroa sigue evocándose como paradigma del soldado del Siglo XVI que supo conjugar honor, adaptación y audacia.
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Podcast: Lope de Figueroa