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Las invasiones bárbaras y sus consecuencias artísticas

Es incuestionable la importancia de las invasiones bárbaras sobre la historia de Europa de la misma forma que lo fue la caída del imperio romano, a la que va inevitablemente ligada. En el año 476 Rómulo Augusto – último emperador del imperio de occidente – abdicó, y ello supuso la definitiva victoria de los pueblos invasores sobre Roma. Sin embargo, estos pueblos hacía ya mucho tiempo que se mantenían estables en la frontera del imperio.

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Las invasiones bárbaras y sus consecuencias artísticas

Los primeros pueblos invasores llegaron en diferentes medidas, y su adscripción al imperio romano fue común entre muchos de ellos. Por ello eran habituales los foedus: pactos que el imperio y el pueblo establecido en la frontera del mismo negociaban, con beneficios que iban hacía ambos lados. Sin embargo, en muchas ocasiones las invasiones bárbaras fueron violentas y los saqueos estaban a la orden del día.
El grupo más violento y que golpeó definitivamente a Roma fue el pueblo de los hunos, llegado de las estepas de Asia central en busca de refugio en nuevas tierras para un asentamiento permanente. El efecto inmediato de estas invasiones bárbaras fue la agitación política generalizada; el efecto a largo plazo, la transformación de la política y la sociedad que tantos siglos llevaba gobernando en el Mediterráneo.

Las invasiones bárbaras
Las invasiones bárbaras

La organización de los pueblos germánicos del norte, los de los bosques del Rin y el Danubio, los de las ribas del Elba y los del mar Negro era completamente distinta, no solamente a la organización del imperio romano, sino también entre unos y otros. No hubo un reemplazo cultural frente al del imperio romano, pero los invasores dejaron una huella que fue sumamente trascendental, ya que revolucionaron el sistema jurídico, económico, institucional, jerárquico, e introdujeron nuevas lenguas que se mezclaron con el latín romanizado.

El choque de culturas durante este periodo no se resuelve de forma generalizada hasta el siglo VII, momento en el que podemos identificar una verdadera fusión y comunión entre el antiguo imperio romano – o lo que de él quedaba – y los pueblos invasores. La creación de una argamasa entre Roma, que mantenía una concepción figurativa del arte, y los pueblos bárbaros que aportaron su concepción abstracta, confluyó y permitió el nacimiento de una nueva mentalidad artística, donde el símbolo representante de la aristocracia guerrera emergente fue la misma orfebrería.

Las invasiones bárbaras
Las invasiones bárbaras, Corona de Teodolinda, siglos VI-VII. Tesoro de la catedral de Monza (Italia).

Siglos anteriores a la era cristiana, los pueblos nómadas del norte y del este estaban considerados excelentes orfebres, hábiles para la elaboración de piezas en las que la ornamentación tenía un papel principal. Caracterizada esencialmente por la simetría y los materiales coloridos, los pueblos bárbaros tenían predilección por las piedras preciosas y el oro, que abundaban en los yacimientos que recorrían durante sus viajes y traslados, propios del nomadismo. Siempre llevaban consigo sus tesoros, por lo que eran evidentemente objetos valiosos de fácil transporte, tales como joyas, adornos, coronas, hebillas, etc. Así pues, es inevitable separar este tipo de arte geométrico y zoomorfo de la forma de vida nómada, y se podría decir de hecho que fue el nomadismo el que de alguna forma obligó a que el arte fuera concebido de aquella forma.

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Durante los siglos V y VI de la era cristiana es imposible sin embargo, observar una mutación en el arte tardo-clásico en detrimento de nuevas formas. Sí se observa en cambio un empobrecimiento progresivo generalizado, que encuentra un ejemplo claro en el reino visigodo, que todavía no había desarrollado una manifestación artística consolidada, o en Italia, donde los ostrogodos se vieron siempre limitados por la imitación del arte bizantino.

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Fíbula ostrogoda en forma de águila, hecha de oro y ornamentada con gemas, siglo VI.

Un gran ejemplo de este momento fue el hallazgo casual que un trabajador de Tournai llamado Adrien Quinquin hizo en 1653. La tumba del rey franco Childerico I de finales del siglo V, ha sido uno de los mayores descubrimientos de esta época, y refleja perfectamente la grandeza de todo un ajuar funerario de valor incalculable. Entre las piezas encontradas destacó un anillo con la inscripción “Childerici Regis” y una imagen de un hombre imberbe con una lanza en la mano y un manto sobre los hombros, que permitieron atribuir la tumba al legendario rey merovingio.

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