Las cruzadas nacen en un contexto de guerra generalizada en Europa occidental y Bizancio.
A grosso modo, el escenario nos muestra a los húngaros hostigando al Imperio Germánico, a la Corona de Aragón teniendo pretensiones geográficas sobre algunos territorios francos y sobre las islas del Mediterráneo, por su lado Bizancio está en conflicto con los Selyúcidas (1).
“Quien acuda a la guerra sustituye todas sus penitencias por ello”.
En el trasiego de esta guerra los jefes cruzados se disputan el botÃn de tal forma que cansan al pueblo, grueso del ejército. Tras la toma de Jerusalén ningún noble asume el reinado, excepto Godofredo de Bouillon que es nombrado Advocatus Sancti Sepulchri, una especie de tÃtulo patriarcal sobre la Ciudad Santa, expulsando a todos los sacerdotes de ritos orientales(2). En esta cruzada se impuso la iglesia romana sobre la iglesia ortodoxa, viniendo todo como empezó, desde el ánimo de Urbano II desde Roma. Urbano hace un llamamiento al rescate de Jerusalén que tiene un mensaje cierto si observamos el carácter de bula ante la penitencia y que allà se rescatan las santas reliquias, la Santa Lanza y la Vera Cruz. Pero si tenemos en cuenta que a esta cruzada se animaron contingentes militares flamencos, normandos del Sur de Italia, lombardos del Norte de Francia, francos, cruzados de Renania y del Sur de Germania, de Lorena y de Provenza, no podemos hablar de otra cosa que de un verdadero conflicto internacional entre un bando de aliados que socorre a Bizancio y luego toma todos los territorios subyugados para que se los repartan sus lÃderes hasta la misma Jerusalén.
El peculiar ejemplo de la cruzada albigense
Según Antoni Dalmau (3), no puede hablarse de una Iglesia cátara como tal, estructurada y con una doctrina clara y definida, sino de varias iglesias dispersas, desiguales, vinculadas por hermandad y solidaridad, intentando emular a las comunidades cristianas primitivas. La que nos ocupa es la iglesia cátara que se desarrolla en suelo francés y sus territorios vasallos, estos son: Flandes, Borgoña, Champaña, y además otros territorios como la Aquitania, el Norte de Italia, Alemania, los condados catalanes y el Languedoc, este perteneciente al condado de Tolosa junto a Carcasona, Béziers y Albi, Narbona y el condado de Foix. Todos estos lugares conocerán el auge de la religiosidad cátara durante los siglos XI-XII.
El verdadero problema de esta proclamada como “herejÃa” no era otro sino que empezaba a captar fieles de entre los señores y los nobles de los principados y condados franceses y, lo que es más, esto fue visto como una amenaza para la Iglesia Romana, ya que a medida que el catarismo ganaba poder la Iglesia Romana lo perdÃa. De hecho, será el papa Inocencio III quien anime a levantar hogueras para quemar a éstos “usurpadores”.
La cruzada albigense acabó con muchos de estos cátaros, luego la Inquisición los remató. AsÃ, en la primera mitad del siglo XIV desaparece del Languedoc y de toda Francia, luego se acaba con las iglesias del Norte de Italia y, finalmente, la última iglesia cátara desaparece en Bosnia en el siglo XV.
Siguiendo con “la guerra de Languedoc”, narraremos a grandes rasgos que en el momento del inicio de la beligerancia, sólo existÃa el recelo de la Iglesia en cuanto a esta creencia disidente que gana poder e influencia en el sur de Francia. En esta misma región el propio Inocencio III mantiene a un legado suyo, Pèire de Castelnau, que sospechosamente es asesinado presuntamente por un fiel de la doctrina cátara. Esto sirvió como pretexto para que el papa nombrara un nuevo legado para ejecutar la masacre, Arnau Amalric, encomendando a Simon de Montfort la campaña para la cruzada albigense. Este último será quien aglutine a la masa cruzada llegada desde el Norte de Francia en un primer escarnio en Béziers.
A Béziers le siguió Carcasona y una tras otra estas regiones donde el catarismo tenÃa fuerza, hasta el punto de la aniquilación(4). En un momento de esta matanza diaria, interviene en el conflicto la corona de Aragón, a quien el condado de Tolosa le rendÃa vasallaje. Pero esto no sirvió más que para que se diera lugar a una nueva matanza. Hay que tener en cuenta que los albigenses, los cátaros, eran contrarios al uso de la violencia (5), asà que dudamos claramente que estos hombres y mujeres pudieran prestar mucha resistencia ante un ejército armado.
El hecho de que entrara en conflicto la corona de Aragón también debe ser visto como un conato de conflicto internacional: los intereses propios le movÃan a ello, los económicos saltan a la vista, pues también se estaba desarrollando la guerra en los territorios que le prestan vasallaje, lo que debe tomarse como una invasión o peligro para la corona de Aragón, aunque ya vimos que su favor fue meramente presencial.
Autor: José Alejandro Ortiz Correro para revistadehistoria.es
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BibliografÃa:
- Kinder y Hillgeman, “Atlas Histórico Mundial”, ISTMO, Madrid 1988.
- Mirallés, P. ,” La conquista de Jerusalén”, revista HNG, nº 70, 2009.
- Dalmau, A., “La herejÃa de los cátaros”, revista HNG nº47, 2008.
- Alvira Cabrer, M.; “Las cruzadas contra los albigenses”, revista HNG nº76, 2010.
- Covadonga Valdaliso, “HerejÃas medievales”, revista HNG nº15, 2005.
Saladino recupera Jerusalén - Revista de Historia
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