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La quimera de los piratas irredentos (Libertalia III)

El sueño de levantar una fundación de piratas continuó creciendo, por lo que Misson arrastró a algunos de sus hombres hacia la costa norte de Madagascar para localizar el emplazamiento de su sueño.

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La quimera de los piratas irredentos

Tras hacer una exhaustiva navegación de cabotaje por la zona, encontró en el extremo norte de la isla una bahía ancha, en cuyo extremo confluían todos los medios para levantar una plaza viable. Allí, al norte de las tierras rojas de Diego Soares, había un abrigo rocoso que atesoraba tierra fértil y cultivable, agua dulce en abundancia, recursos, animales, espacio fortificable y una posición estratégica para asaltar el comercio que alimentaba a los gigantes imperios europeos. Aquél, era el sitio idóneo, así que tan pronto consiguiera la aquiescencia de sus tripulaciones, nacería allí una república pirata de hombres libres e iguales, que recibiría por nombre el bello y enigmático de Libertalia.

Tras regresar a por sus hombres y rogar ayuda a la reina aliada, se construyeron durante días dos grandes fuertes de madera con forma octogonal, a cuyo final se cebaron con 40 cañones procedentes de los navíos. Acto seguido, se iniciaría la construcción del muelle y la fortificación de la playa. En los días venideros, se levantaron también las casas y los almacenes con la madera de las capturas, las plantaciones con las semillas en su poder y los cercados para el numeroso ganado comprado a los nativos. Mientras acaecía la construcción, Misson se echó al mar con el Victoire y trajo consigo varios hombres menos, una imponente presa lusa y una balandra amiga, el Amity del capitán Thomas Tew, que fue cortésmente invitada a residir en Libertalia.

Misson mandó a Tew a numerosas expediciones lejanas de las que trajo cuantiosas presas y oro. En paralelo, encomendó a Caraccioli explorar las islas cercanas para extraer información acerca de los riesgos o utilidades que pudiesen albergar. Finalmente, tras construir las balandras Liberty y Chilhood, las envió a circunnavegar la costa de Madagascar para obtener referencias geográficas precisas de la zona. Poco después, el mismo Misson se echó al mar y capturó un monstruoso navío de 110 cañones cargado con telas, especias y diamantes en bruto.

Estaba Misson en estos menesteres, cuando una de las balandras de exploración regresó a gran velocidad a la colonia para dar parte a Misson de una urgente noticia. Al parecer, cinco potentes navíos portugueses de 50 cañones se aproximaban a Libertalia prestos a arrasarla. Tan pronto como fue informado, Misson dispuso la artillería de los fuertes y la playa, a los que secundó con varios cientos de hombres en la retaguardia.

No estaban ultimados los preparativos, cuando el convoy comenzó a adentrarse en la bahía para labrar la afrenta. Apenas hubo penetrado, los dos fuertes de Libertalia lo recibieron escupiendo una ruidosa bienvenida que, a poco tardar, había escorado al primer navío luso y, ya unida la flota de Libertalia, otros dos habrían de resultar hundidos. Los portugueses, que habían seguido avanzando, vieron frustrada su empresa y abandonaron velozmente aquella trampa mortal. La flota de Libertalia se impuso aquella jornada y, con su victoria, había garantizado su propia supervivencia. ¿O no?

Tras la batalla, los navíos retomaron sus tareas en el mar, y estando Tew explorando nuevas costas, una iracunda tempestad se levantó sobre el mar y empujó al Victoire contra los arrecifes de la costa, contra los que se golpeó violentamente antes de ser engullido por las aguas del Índico. Obligados a malvivir en esta costa, Tew y sus hombres anhelaron durante semanas un rescate que se haría de rogar, pues no sería hasta unas después cuando otearon que dos mundas velas blancas se aproximaban hasta la playa. Los hombres que desembarcaron eran Misson y un puñado de libertalianos que contaron a Tew la tétrica tragedia acaecida en Libertalia, que había sido arrasada brutalmente.

Al parecer, cuando Tew abandonó la colonia, y cuando el Bijoux hizo lo propio días después, la fundación fue atacada por los nativos. En mitad del desconcierto, los cuchillos, los gritos y la sangre, Caraccioli y Misson cargaron las balandras de las riquezas y los hombres que pudieron reunir e intentaron escapar, resultando el viejo fraile destripado en el repliegue y el capitán empujado al mar en una diáspora desesperada. Finalmente, bien entrado el SVIII y tras veinticinco años de existencia, moría el paradisíaco sueño de los piratas de Libertalia.

A partir de ahí el mito cobra fuerza. Unos dicen que Tew y Misson hicieron fortuna en las Américas, otros que uno murió en un temporal de camino hacia allí y el otro de un disparo fortuito en el Mar Rojo años después. Incluso hay quien defiende la muerte de los capitanes contra los nativos, o puede que contra los portugueses tiempo atrás. Lo cierto es que no lo sabemos. A decir verdad, la propia existencia de Libertalia y sus legendarios fundadores está cuestionada, hasta el punto de que ha quedado para la historia como la crónica de un simple mito, o una mera crítica social a un sistema opresivo que no hubiera podido ser denunciado públicamente sin estas sutilezas. ¿Pero qué historia de piratas sería esta si no albergase misterio alguno?

Hasta cierto punto, la de Libertalia es la historia de la condición humana, no importa si se asemejó más al Nassau de Avery que a la Arcadia de Tomás Moro, lo realmente importante es que hubo hombres en los tiempos de las coronas absolutas que gestaron entre los oprimidos la idea de un mundo mejor fecundado por las ideas de igualdad, tolerancia y convivencia universal. Si el padre de Libertalia fue el capitán Misson en las arenas de Madagascar o el literato Defoe sobre su viejo escritorio no es relevante, lo que realmente podría serlo es que ésta historia se haya perpetuado durante siglos a golpe de tinta y susurros, pues, al fin y al cabo, cuando un hombre se siente solitario, extenuado u oprimido, siempre puede hallar la inspiración visitando aquella vieja quimera de los piratas irredentos. Esa Libertalia, jamás será destruida, está en nosotros.

Autor: Manuel Ruiz Isac para revistadehistoria.es

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Mecenas

Agradecemos la generosa donación de nuestro lector Ana María Carrasco Pascual su mecenazgo desinteresado ha contribuido a que un Historiador vea publicado éste Artículo Histórico.

Bibliografía

“Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas” Daniel Defoe, 2007

“Libertalia: Una utopía pirata en el Índico”, Teresa Sopeña Biarge, 2011

“La isla del tesoro”, R. L. Stevenson, 1970

“Life Under the Jolly Roger: Reflections on Golden Age Piracy” Gabriel Kuhn, 2010

“Treasure Neverland: Real and Imaginary Pirates” Neil Rennie, 2013

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