La situación de las mujeres en la Grecia antigua se deterioró notablemente desde lo que se refleja en los textos homéricos hasta la época clásica, en la que es poco menos que un cero a la izquierda.
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La instauración de las ciudades-estado supuso la postergación de la mujer, reservándose para ella las labores del hogar y la tutela de los hijos. Hombres y mujeres llevaban vidas separadas por completo.
Ellas vivían sometidas al varón, no podían alcanzar la condición de ciudadanas ni tener propiedades ni acudir a los tribunales, estaban excluidas de la política y de actividades sociales como los banquetes, y era poco frecuente que acudieran al ágora; por otro lado, celebraban cultos y festivales a los que los varones no tenían acceso y pasaban horas reunidas en el gineceo, en lugares el lavadero o el telar. Salían poco de casa, limitándose a ir a la fuente a por agua o a visitar a otras mujeres. No tenían tampoco acceso al teatro ni a los Juegos Olímpicos, ni a las Academias filosóficas.
Amor, matrimonio y sexualidad
La boda propiamente dicha solía celebrarse en enero o febrero y comenzaba con el ofrecimiento que hacía la novia a alguna divinidad de determinados símbolos de su vida de soltera que abandonaba; llegaba entonces el novio acompañado de sus parientes y se procedía a hacer el sacrificio a las divinidades nupciales. Acudían los ya esposos a la fuente Calírroe para una purificación ritual y a continuación se celebraba el banquete nupcial. Ya al anochecer, se formaba una comitiva nupcial integrada por los cónyuges, la madre de la novia, el padrino y los invitados jóvenes, que se dirigían a la casa de los contrayentes cantando durante el camino unos himnos llamados himeneos. Ya en la casa, la madre del marido le daba a probar a la joven esposa un membrillo, símbolo de fecundidad, y durante toda la noche los invitados cantaban junto a la casa los epitalamios, que se traducían en desear a los novios dicha y bendición.
Destaca el hecho de que la prostitución estaba muy extendida en la sociedad ateniense. La mayoría eran esclavas que ejercían su oficio en burdeles regentados legalmente por ciudadanos griegos, vestían de una forma llamativa, usaban recargados maquillajes, pelucas, tintes capilares y zapatos de tacón.
La vida cotidiana
Las principales funciones de las mujeres atenienses eran parir hijos legítimos y encargarse del gobierno de la casa, ya haciendo ella misma las labores domésticas o supervisando la labor de los esclavos. Debían coser, bordar, hilar y tejer la ropa de la familia, controlar los almacenes, la limpieza y la comida, cuidar de los hijos y de los enfermos de la casa y gestionar la economía familiar.
En cuanto a su aseo, tomaban un baño diario, se depilaban, se hidrataban la piel con aceite perfumado, daban brillo a su cabello con aceites y algunas se lo teñían o usaban pelucas. Otras empleaban rellenos para mejorar su figura o se ponían sandalias con gruesas suelas para parecer más altas. Muchas se daban colorete para tener mejillas sonrosadas y se pintaban las cejas de oscuro. La piel pálida estaba de moda y se utilizaba maquillaje para aclarar el cutis.
Había una gran mayoría de analfabetas, si bien algunas aprendían a leer y a tocar instrumentos musicales dentro del núcleo familiar.
Cuando una mujer enviudaba, no podía heredar y estaba obligada a raparse el pelo y a casarse con quien hubiera dejado estipulado su marido o con quien decidiera su nuevo “dueño”, que podía ser incluso su hijo mayor.
El culto y la religión
Es aquí donde las mujeres van a tener una mayor libertad y protagonismo, siendo especialmente relevante la figura de las sacerdotisas, encargadas de mediar entre los humanos y los dioses a través del culto religioso y del oráculo.
Además, participaban en diversos rituales, tanto individuales (su purificación tras el parto o los relacionados con el cuidado del muerto) como colectivos (en honor a alguna divinidad), entre los que destacan las Panateneas y Arreforias (en honor a Atenea), las Tesmoforias ( a Deméter y Perséfone), las Leneas (a Sémele) y las Dionisiacas (a Dionisos).
Autora: Yolanda Barreno, colaboradora del Podcast “El Abrazo del Oso” para revistadehistoria.es
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Esperanza
08/10/2019 @ 13:24
Me ha gustado mucho el artículo. Es increible cómo se ha marginado a la mujer desde tiempos tan antiguos y lo que cuesta conseguir los avances
Esperanza
20/11/2019 @ 17:29
Me ha gustado mucho el artículo. Es increible cómo se ha marginado a la mujer desde tiempos tan antiguos y lo que cuesta conseguir los avances