El reinado de Isabel había fortalecido a Inglaterra tras años de inestabilidad, y aunque inicialmente se mostró diplomática con España, su apoyo a los corsarios ingleses que atacaban las flotas españolas y su respaldo a los rebeldes protestantes en los Países Bajos la convirtieron en una amenaza directa para los intereses españoles. La ejecución de María Estuardo en 1587, católica y prima de Isabel, supuso un agravante que convenció a Felipe de la necesidad de intervenir militarmente. La invasión de Inglaterra, por tanto, no solo era un esfuerzo por debilitar a una potencia rival, sino también por restaurar el catolicismo en un reino que Felipe consideraba errante.
El Plan: La Gran Armada y la Estrategia Española
Felipe II puso en marcha un ambicioso plan para acabar con el desafío inglés. La “Grande y Felicísima Armada”, como se denominaba oficialmente, estaba compuesta por unos 130 barcos y más de 30.000 hombres, entre soldados y marineros. El objetivo era cruzar el Canal de la Mancha, reunirse con las fuerzas españolas estacionadas en los Países Bajos bajo el mando del duque de Parma, y juntos lanzar un ataque terrestre sobre Inglaterra. La táctica española dependía de una estrecha coordinación entre la flota y el ejército en tierra, lo que requería una ejecución perfecta en condiciones que difícilmente podían controlarse.
La Armada era un reflejo del poderío militar y económico de España, pero también de las limitaciones logísticas de la época. A pesar de contar con algunos de los mejores barcos y marinos de su tiempo, el plan presentaba dificultades inherentes desde el principio. La comunicación y coordinación con las fuerzas en tierra eran un desafío debido a las distancias y al clima impredecible del Canal de la Mancha. Además, la naturaleza de la operación requería una navegación precisa y un tiempo favorable para asegurar que la flota y el ejército se unieran sin interferencias.
Los Primeros Enfrentamientos: La Habilidad Inglesa y la Tecnología Naval
El viaje de la Armada hacia el Canal de la Mancha comenzó el 21 de julio de 1588. Sin embargo, desde el principio, la operación estuvo plagada de problemas. Las tormentas dispersaron la flota en varias ocasiones, y la travesía se alargó más de lo planeado. Para cuando la Armada se aproximó a la costa inglesa, las fuerzas de Isabel ya estaban listas para enfrentarse a ellos.
La armada inglesa, bajo el mando de destacados almirantes como Sir Francis Drake y Charles Howard, empleó una táctica diferente a la tradicional guerra naval. En lugar de intentar abordar los barcos españoles, como era costumbre en la época, los ingleses utilizaron su flota más ligera y maniobrable para hostigar a los pesados galeones españoles desde una distancia segura. Los barcos ingleses estaban armados con cañones de largo alcance, lo que les permitía disparar repetidamente sin exponerse al combate cuerpo a cuerpo. Esta táctica, junto con las difíciles condiciones climáticas, fue minando progresivamente la moral y la capacidad combativa de la Armada española.
La clave de la superioridad inglesa no residía únicamente en la tecnología naval o en la habilidad de sus marinos, sino también en una serie de factores externos que jugaron a su favor. La geografía de las aguas del Canal y las corrientes desfavorables hicieron que las grandes embarcaciones españolas tuvieran dificultades para maniobrar y reagruparse. Los ingleses, conscientes de estas limitaciones, aprovecharon la ocasión para desgastar a la Armada, atacando en repetidas ocasiones y retirándose rápidamente.
El Punto de Inflexión: Los Brulotes en Calais
Uno de los momentos decisivos de la campaña se produjo en la bahía de Calais. Después de días de maniobras infructuosas, la Armada española ancló cerca de esta ciudad francesa, a la espera de poder reunirse con las tropas del duque de Parma. Sin embargo, los ingleses lanzaron una táctica inesperada: enviaron brulotes (barcos incendiarios) contra la flota española. En medio de la noche, los barcos ardiendo se precipitaron hacia los galeones españoles, provocando el caos.
El miedo a que las llamas se extendieran obligó a los capitanes españoles a cortar las anclas y dispersarse, rompiendo la formación de la flota. Aunque las pérdidas directas fueron pocas, la Armada quedó desorganizada, sin posibilidad de reagruparse de manera eficaz. Este fue un golpe fatal para la operación, ya que las fuerzas de tierra nunca pudieron unirse a la flota.
La Retirada y el Desastre: Las Tormentas del Norte
Tras el desastroso episodio en Calais, la única opción para la Armada era regresar a España. Sin embargo, el viaje de regreso resultó ser aún más trágico que la propia campaña militar. Al no poder volver por el Canal debido a la presencia inglesa, la flota se vio obligada a circunnavegar las islas británicas, lo que la expuso a las tormentas del Atlántico Norte. Durante el trayecto, decenas de barcos fueron destruidos o encallaron en las costas de Irlanda y Escocia. Se estima que solo la mitad de la flota original regresó a España.
Las razones del fracaso de la Armada Invencible fueron múltiples: desde la imprevisibilidad del clima hasta errores de planificación y la subestimación de la capacidad defensiva inglesa. Sin embargo, más allá de las circunstancias tácticas y logísticas, el desastre de 1588 simbolizó el fin de la hegemonía naval española en Europa.
Un Nuevo Orden en Europa
El resultado de la campaña de la Armada Invencible tuvo consecuencias profundas para el equilibrio de poder en Europa. Aunque España continuó siendo una potencia formidable durante varias décadas más, el fracaso de la Armada marcó el inicio del declive de su supremacía marítima. Inglaterra, por su parte, se consolidó como una potencia naval emergente, capaz de desafiar el poderío de sus vecinos continentales.
El conflicto anglo-español no terminó con la derrota de la Armada. Durante los años siguientes, ambas potencias siguieron enfrentándose en diversos teatros de guerra, desde las costas europeas hasta las colonias en América. Sin embargo, la campaña de 1588 fue un momento decisivo que redefinió las estrategias navales y alteró el curso de la historia para ambas naciones.
Felipe II no volvió a intentar una invasión directa de Inglaterra, aunque sí continuó luchando por preservar su influencia en Europa. Isabel I, en cambio, reforzó su posición en el escenario internacional, y la victoria sobre la Armada Invencible se convirtió en un símbolo de la resistencia inglesa frente a la adversidad.
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