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Kahlenberg la batalla que terminó con el segundo sitio de Viena

La batalla de Kahlenberg fue el desenlace del segundo sitio de Viena por los turcos otomanos, quienes, guiados por su visir Kara Mustafá, aislaron a la capital de los Habsburgo a mediados de julio de 1683 de todo auxilio exterior.

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Entretanto, las fuerzas imperiales, bajo el mando de Carlos de Lorena, se habían replegado al norte del Danubio en espera de refuerzos provenientes de Baviera, Franconia, Sajonia y Polonia.

Mientras los escasos defensores de Viena eran sometidos a un constante bombardeo por el innumerable ejército turco (casi un cuarto de millón de hombres), las tropas cristianas reunieron a solo 20000 efectivos entre Sajonia, Franconia  y Baviera, en tanto que el rey de Polonia, Jan III Sobieski, aportó otros 20000 combatientes, entre los que estaba la elitista caballería pesada de los “Húsares Alados”, vencedores de los otomanos en la previa batalla de Chocim (1673).

Pero mientras la ayuda estaba en camino, los defensores cristianos debieron soportar el asedio cada vez más estrecho de los otomanos, quienes compensaban la poca efectividad de sus anticuados cañones con el uso de minas subterráneas. Y a pesar de que los vieneses tenían un armamento más moderno, su crónica falta de municiones hizo que sus respuestas fuesen cada vez más menguadas. Su jefe, Von Starhemberg, rechazó todas y cada una de las propuestas de rendición que le envió su homólogo turco, Kara Mustafá, mientras disponía una eficaz guardia sobre las excavaciones de minas por parte de los otomanos.

Kahlenberg
Kahlenberg

El visir turco esperaba que el hambre y las enfermedades acelerasen la rendición de los vieneses, mientras sus efectivos continuaban demoliendo las fortificaciones de la capital de los Habsburgo. Para comienzos de septiembre de 1683, esta tarea había avanzado hasta el punto de hacer prever una rápida caída de la ciudad en manos de los otomanos.

Sin embargo, para ese entonces las fuerzas polacas, sajonas y bávaras se habían reunido al norte del Danubio con las tropas imperiales de Carlos de Lorena, reuniendo en total a unos 75000 efectivos. El liderazgo militar de los mismos quedó a cargo del rey polaco, en tanto que la guía espiritual estaba en manos del enviado del Papa Inocencio XI, el fraile Marco D’ Aviano. Ante las graves noticias aportadas por un mensajero proveniente de Viena, relativas a la inminente caída de la ciudad, Jan Sobieski decidió adelantar el ataque para la mañana del 12 de septiembre de 1683.

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Kahlenberg: la carga decisiva de Jan Sobieski

En las primeras horas de ese día decisivo, las fuerzas cristianas marcharon al combate tras oír la arenga de sus jefes militares y espirituales, con la fe de triunfar a pesar de su inferioridad numérica. Por su parte, el jefe otomano, Kara Mustafá, había desdeñado esta contraofensiva de sus enemigos y solo había destinado unos 50000 hombres, en su mayor parte caballeros turcos y sus aliados tártaros, para contenerla. La élite de los jenízaros quedó emplazada en las trincheras, en espera de poder penetrar los muros de Viena.

Los primeros choques se produjeron cuando el ala izquierda cristiana, comandada por Carlos de Lorena, forzó la posición junto al Danubio de la vanguardia otomana, liderada por Kara Mehmet Pachá, gracias al refuerzo oportuno de los sajones. Mientras tanto, en el centro, francones y bávaros entablaron combate con sus oponentes turcos liderados por Ibrahim Pachá. Sin embargo, el ataque decisivo fue el que efectuó el flanco diestro cristiano, compuesto por la caballería de los Húsares Alados polacos dirigidos por su rey Jan Sobieski, quienes bajaron por los abruptos relieves de las colinas de Kahlenberg a gran  velocidad pese a lo abrupto de las mismas.

Kahlenberg
Kahlenberg, la carga decisiva de Sobieski, cuadro de Wiedniem

Luego del mediodía del 12 de septiembre de 1683, la vanguardia de los Húsares Alados (unos 3000 caballeros de elite) arrolló a sus oponentes otomanos en un brutal combate cuerpo a cuerpo, en el que sus pesadas lanzas perforaron las armaduras de los guerreros turcos y tártaros sin que estos tuvieran tiempo de defenderse. Una vez superado este obstáculo, la caballería cristiana entró por la tarde en el campamento otomano, provocando el desbande generalizado de sus defensores, quienes prefirieron abandonarlo al saqueo antes que perder sus vidas.

Inclusive los jenízaros que esperaban poder entrar triunfantes en Viena terminaron por ser asesinados en sus trincheras por los polacos y los defensores de la capital de los Habsburgo. Kara Mustafá escapó a último momento hacia Hungría junto con los restos de su enorme ejército, dejando tras de sí su tesoro y más de 20000 muertos, bastante más que sus enemigos cristianos, quienes solo habían perdido unos 2000 efectivos.

A la hora de repartirse las riquezas de Kara Mustafá, Jan Sobieski se llevó los mejores trofeos por su condición de líder de los vencedores. Además, envió al Papa un célebre parte final de la batalla en la cual resumía su triunfo con la frase

“Veni, Vidi, Deus Vincit”.

Posteriormente, el rey polaco se reunió con el emperador Leopoldo I Habsburgo, con quien entró triunfante en Viena. Ambos líderes cristianos fueron recibidos por el jefe de los defensores vieneses, Von Starhemberg, con quien compartieron una solemne misa en la catedral de San Esteban en agradecimiento por la salvación de la ciudad cristiana del asedio otomano.

Autor: Raúl Armando Zavala para revistadehistoria.es

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