Esta era fue testigo de constantes guerras civiles entre señores feudales, o daimyō, quienes buscaban expandir su poder territorial. Ieyasu fue arrastrado a este caos desde su más temprana infancia.
Ieyasu Tokugawa: El Shogún que unificó Japón
Sin embargo, Ieyasu demostró una habilidad innata para la diplomacia y el manejo político. Con el tiempo, logró establecer una relación de confianza con su captor, Yoshimoto Imagawa, y adquirió conocimientos militares que serían fundamentales en su ascenso al poder.
En 1560, la batalla de Okehazama marcó un giro decisivo en la vida de Ieyasu. Su señor y captor, Yoshimoto Imagawa, fue asesinado en esta batalla por Oda Nobunaga, un daimyō ambicioso y emergente. La muerte de Yoshimoto dejó a Ieyasu en una posición precaria, pero con una oportunidad de liberarse de la esfera de influencia de los Imagawa. Rápidamente tomó control de la provincia de Mikawa y estableció una alianza con Nobunaga. Este pacto marcó el comienzo de un ascenso meteórico al poder que culminaría con la unificación de Japón.
En 1600, Ieyasu reclamó la supremacía en la famosa batalla de Sekigahara, derrotando a una coalición de daimyōs opuestos a él y consolidando su posición como la figura más poderosa de Japón. Este victorioso evento no solo marcó el fin del periodo Sengoku, sino también el inicio de una nueva era de paz y prosperidad.
En 1603, Ieyasu fue nombrado shogún por el emperador Go-Yōzei, sellando oficialmente su dominio sobre todo Japón. Bajo su liderazgo, se fundó el shogunato Tokugawa, que duraría más de 250 años hasta la Restauración Meiji en 1868. Durante su gobierno, Ieyasu se esforzó por garantizar la paz y la estabilidad, poniendo en marcha una serie de reformas políticas y sociales.
A pesar de su fama como guerrero, Ieyasu también es recordado por sus políticas de paz y su enfoque pragmático de la gobernanza. Desarrolló un sistema de gobierno basado en una rígida jerarquía de clases, con el samurái en la cúspide, seguido por los campesinos, artesanos y comerciantes. Este sistema, conocido como mibunsei, fue esencial para mantener la paz y el orden social durante el largo periodo Edo.
Uno de los mayores logros de Ieyasu fue la implementación de un sistema de control sobre los daimyō. Para evitar rebeliones, estableció el sistema de sankin-kōtai, que requería que los daimyō residieran en Edo (la actual Tokio) durante ciertos periodos de tiempo, dejando a sus familias como rehenes en su ausencia. Esta medida estratégica neutralizó efectivamente cualquier potencial amenaza al poder del shogunato.
Ieyasu también favoreció la educación y la cultura. Durante su gobierno, el confucianismo floreció, convirtiéndose en la filosofía dominante y el código moral de la época. Fue una era de auge en las artes, donde se desarrollaron las bases de muchas formas de arte tradicional japonés, desde el kabuki hasta la pintura ukiyo-e.
¿Eres Historiador y quieres colaborar con revistadehistoria.es? Haz Click Aquí