En Hispania en general, el comercio quedó en manos privadas aunque los monarcas visigodos intentaron siempre protegerlo y potenciarlo. En este ámbito, se mantuvo la figura de los navicularii, comerciantes de muy distintas procedencias –
Hispania y el Mediterráneo
Con la conquista romana de lo que ellos denominaron Spania, puertos como el de Cartagena recobraron una especial vitalidad al convertirse de nuevo en punto de destino de mercancías, hombres e ideas –un concepto muy importante y que a menudo suele obviarse–, provenientes de todo el Oriente mediterráneo. Comerciantes estos que, lejos de quedarse en los puertos, también los tenemos presentes en el interior, tal es así el caso que encontramos en las Vidas de los Santos Padres Emeritenses, donde se narra que el obispo de Mérida, Paulo, reconoció a su sobrino Fidel entre los comerciantes que venían de Oriente.
Fue gracias a estos navicularios, que la delegación encabezada por Leandro de Sevilla y Juan de Biclaro llegó a Constantinopla y, a la inversa, personajes como Martín de Dumio arribaron a Hispania. Otro ejemplo muy representativo lo encontramos en la notificación de su conversión al catolicismo que Recaredo envió al Papa Gregorio, en la que le decía que lamentaba que los abades que le había enviado con regalos hubieran naufragado en las costas de Marsella; sucedido lo cual aprovechó una visita del mismo Papa a Málaga para hacerle entrega de un cáliz de oro incrustado de piedras preciosas. Estos y otros ejemplos nos dan buena cuenta de la vitalidad y la frecuencia con que las costas hispanas eran navegadas por estos navicularios acarreando todo tipo de mercancías y personas.
El comercio de interior.
Las vías heredadas de época romana fueron un objetivo fundamental en la política conservacionista de la monarquía goda, ya que estos caminos unieron durante siglos a comunidades del interior además de comunicar a las ciudades con los puertos marítimos y fluviales, estos últimos también muy frecuentados y además regulados legalmente. Si bien la Península carece de grandes ríos como en el resto del continente europeo, bien es cierto que por ejemplo el Guadalquivir era navegable hasta Linares (Jaén), el Ebro lo era hasta Calahorra (La Rioja), el Guadiana lo era hasta Mérida, e igualmente el Tajo era navegable en un recorrido importante.
Si bien sabemos que los reyes intentaron mantener las vías en buen estado, ya que por ahí no sólo transitaban las mercancías sino también los soldados, no siempre consiguieron que los particulares se mantuvieran al margen de utilizarlas en su beneficio. Se trasluce a menudo en los concilios que las vías estaban en mal estado, que eran impracticables sobre todo en invierno, y que a menudo solían estar infestadas de ladrones y bandidos.
Podemos agrupar las vías principales en las siguientes:
- La vía de la Plata, que comunicaba la Bética con el noroeste pasando por Mérida y Badajoz hasta Astorga.
- La vía Augústea o Hercúlea, que ha quedado fosilizada en lo que conocemos como “autovía del Mediterráneo”, unía la Bética con todo el Levante y Cataluña, prolongándose a Narbona y a otras ciudades aquitanas.
- La vía del Oro, que enlazaba Astorga con Burdeos por el interior unía León, Palencia y Burgos para pasar a Pamplona, Vitoria e Irún de camino a Burdeos.
El mantenimiento de las vías correspondía en cambio a los propietarios particulares, que para ello solían obligar a los siervos a trabajar gratuitamente para su reparación.
¿Qué vendía Hispania?
Esta recurrente pregunta, que podríamos responder con “un poco de todo”, nos obliga a categorizar un poco más para clarificar la cuestión, y es que si en algo estaba especializado el reino de Hispania era principalmente en productos agrícolas.Antiguamente sí podía exportar minerales y metales preciosos, pero en estos momentos las canteras y minas estaban ya prácticamente en desuso en toda la Península.
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