Guillermo de Ockham: pensamiento y herejía en la Baja Edad Media

En la convulsa Europa del siglo XIV, marcada por las luchas entre el Papado y el Imperio, el auge de las universidades y el ocaso de la escolástica, emergió una figura singular cuya obra sacudió los cimientos del pensamiento medieval.

Guillermo de Ockham, fraile franciscano, filósofo, lógico y teólogo, se convirtió en un referente tanto por la radicalidad de sus ideas como por la firmeza con la que las defendió frente a autoridades eclesiásticas y civiles.

Su nombre se asocia habitualmente a la famosa “navaja de Ockham”, un principio metodológico que resumía una visión crítica, clara y rigurosa del conocimiento.

Pero su influencia fue mucho más allá del ámbito de la lógica: cuestionó la autoridad papal, defendió la pobreza evangélica de su orden y anticipó formas de pensamiento que serían retomadas siglos más tarde por reformadores y modernos.

Guillermo de Ockham: formación y primeros conflictos

Nacido hacia 1287 en Ockham, un pequeño pueblo de Surrey, en Inglaterra, Guillermo ingresó muy joven en la Orden franciscana. Tras su formación inicial, fue enviado a estudiar a la Universidad de Oxford, uno de los centros intelectuales más importantes de Europa. Allí se formó en lógica, teología y filosofía, dentro del marco de la escolástica, la corriente dominante en el pensamiento cristiano medieval.

Durante su etapa en Oxford, Guillermo comenzó a desarrollar una crítica sistemática a las doctrinas filosóficas heredadas de Aristóteles y de los grandes pensadores escolásticos como Tomás de Aquino. Frente a la visión realista de los universales —la idea de que las categorías generales tienen una existencia objetiva fuera de la mente—, Ockham sostuvo una postura nominalista: los universales no existen más que como nombres o conceptos en la mente humana, sin entidad real independiente. Esta idea, aparentemente abstracta, tenía profundas implicaciones teológicas y filosóficas, pues socavaba la noción de que el mundo podía ser comprendido de forma segura a través de categorías fijas impuestas por Dios.

Las tesis ockhamistas generaron fuerte controversia. En 1324, sus enseñanzas fueron sometidas a revisión por parte de las autoridades eclesiásticas. Aunque no fue formalmente condenado, la desconfianza sobre su pensamiento se consolidó. Poco después, fue convocado a la corte papal de Aviñón, donde quedó retenido durante años sin juicio, mientras se analizaban sus escritos. Ese prolongado cautiverio intelectual no apagó su pensamiento, sino que lo afiló y lo llevó a un camino aún más combativo.

La “navaja” y la lógica de la simplicidad

El principio más célebre atribuido a Guillermo es la llamada “navaja de Ockham”: “No se deben multiplicar los entes sin necesidad”. Aunque él nunca formuló esa frase exacta, sí defendió que en la explicación de los fenómenos se debe optar por la hipótesis más simple que dé cuenta de los hechos, evitando elementos superfluos.

Este criterio metodológico, que hoy se aplica desde la ciencia hasta la filosofía, tenía en su origen un profundo sentido teológico. Para Ockham, Dios es omnipotente y no está limitado por estructuras lógicas humanas. Por tanto, no se debe imponer al orden divino construcciones conceptuales innecesarias. Toda explicación debe limitarse a lo que se puede justificar racionalmente o por la fe revelada.

Su énfasis en la economía del pensamiento y la claridad argumentativa le llevó a desarrollar una lógica formal precisa y rigurosa, que influyó notablemente en el desarrollo posterior de la filosofía analítica. En lugar de las complejas síntesis escolásticas, proponía una separación entre fe y razón, y una visión crítica del conocimiento humano como limitado y falible.

Fue uno de los primeros en sistematizar la lógica proposicional, y sus tratados sobre inferencia, predicación y términos mentales anticiparon estructuras modernas del pensamiento científico. Defendía que sólo los individuos concretos existen realmente y que todo conocimiento abstracto es producto del entendimiento humano, no de una realidad superior e inmutable.

Ruptura con el papado y defensa de la pobreza evangélica

Durante su estancia forzada en Aviñón, Ockham entró en contacto con una de las controversias más encendidas del momento: el conflicto entre el Papa Juan XXII y la rama espiritual de la Orden franciscana. Los franciscanos espirituales defendían la pobreza absoluta como principio evangélico y denunciaban la riqueza acumulada por la Iglesia. El Papa, por el contrario, sostenía que Cristo y los apóstoles habían tenido bienes y que la Iglesia tenía derecho a poseerlos.

Guillermo se puso del lado de los espirituales. En 1328, escapó de Aviñón y huyó a Pisa, y luego a Múnich, bajo la protección del emperador Luis IV de Baviera, enemigo del Papa. Allí, se convirtió en un feroz crítico del poder pontificio. Escribió numerosas obras políticas en las que defendía la separación entre el poder espiritual y el poder temporal, afirmando que el Papa podía caer en herejía y que los fieles tenían derecho a resistir su autoridad en tales casos.

Sus textos, como Breviloquium de principatu tyrannico o Octo quaestiones de potestate papae, son considerados precursores del pensamiento laico moderno. En ellos, Ockham argumentaba que la comunidad de creyentes tenía un papel esencial en la constitución de la Iglesia, y que el poder del Papa no era absoluto ni incuestionable. Defendía que el Estado debía conservar autonomía frente a la Iglesia, y que la obediencia ciega a la autoridad eclesiástica podía convertirse en complicidad con el error.

También postuló que ningún poder humano —ni eclesiástico ni civil— debía coartar la libertad de conciencia en materia de fe. En ese punto, se adelantó con varios siglos a los principios del individualismo religioso que marcarían la Reforma.

Pensamiento teológico y consecuencias intelectuales

La teología de Ockham partía de una afirmación rotunda de la omnipotencia divina. Dios no está sujeto a ninguna ley moral o racional que el hombre pueda conocer por sí mismo: todo lo que existe, existe porque Dios lo ha querido así, y podría haber sido de otro modo. Esta visión conllevaba una fuerte crítica al racionalismo tomista, que pretendía demostrar racionalmente muchas verdades teológicas. Para Ockham, la fe no podía reducirse a conceptos filosóficos.

En el plano epistemológico, sostuvo que solo se pueden conocer con certeza las experiencias sensibles inmediatas. Todo conocimiento universal o abstracto es una construcción mental, útil para ordenar la experiencia, pero sin una existencia objetiva independiente.

Estas posiciones fueron interpretadas por sus detractores como escepticismo o incluso como relativismo, pero en realidad constituían una revalorización del límite del conocimiento humano y de la libertad divina. Insistía en que la única vía segura para alcanzar la salvación era la fe, no el razonamiento especulativo.

Su influencia se dejó sentir en diversos campos: desde la lógica formal, que él ayudó a depurar, hasta la política, al anticipar teorías del poder que cuestionaban el derecho divino de los reyes y papas. También tuvo impacto en la teología protestante, especialmente en la formulación luterana de la fe como acto interior desligado de mediaciones eclesiásticas.

El impacto en la Europa posterior

A pesar de haber sido marginado y silenciado por las autoridades eclesiásticas de su tiempo, sus ideas no fueron olvidadas. En las universidades europeas del siglo XV, especialmente en París, Praga y Heidelberg, la influencia de la via moderna se hizo notar. Esta corriente, inspirada en Ockham, se convirtió en una alternativa al tomismo y al realismo escolástico.

Con la llegada del Renacimiento, pensadores como Lorenzo Valla retomaron su crítica al lenguaje teológico y jurídico, mientras que en el siglo XVI, reformadores como Martín Lutero reconocieron el valor de muchas de sus tesis. En particular, su separación entre la fe y la razón, y su insistencia en la experiencia individual frente a la autoridad institucional, fueron retomadas en un nuevo contexto.

Más tarde, en los siglos XVII y XVIII, con el auge de la ciencia moderna, su principio de simplicidad metodológica cobró una nueva dimensión. Científicos como Newton o Galileo operaban bajo esa misma premisa: no introducir causas innecesarias cuando bastan las observables. De este modo, la “navaja” se convirtió en una herramienta intelectual que trascendió su contexto original.

Últimos años y muerte

Guillermo vivió sus últimos años en Múnich, bajo la protección imperial. Continuó escribiendo hasta su muerte, ocurrida hacia 1347, probablemente a causa de la peste. Nunca fue rehabilitado por la Iglesia, ni canonizado, a diferencia de otros pensadores de su tiempo. Sin embargo, su influencia persistió en las universidades europeas, donde su pensamiento fue debatido, combatido y, en muchos casos, asumido con matices.

Durante siglos, los nominalistas y los seguidores de la via moderna —en contraposición a la via antiqua escolástica— retomaron sus postulados. Su figura fue redescubierta con admiración por pensadores modernos que vieron en él un antecedente de la crítica ilustrada, el empirismo y la secularización del saber.

¿Eres Historiador y quieres colaborar con revistadehistoria.es? Haz Click Aquí

Suscríbete a Revista de Historia y disfruta de tus beneficios Premium

Podcast: EL CISMA DE OCCIDENTE, MARSILIO DE PADUA Y GUILLERMO DE OCKHAM.

Deja una respuesta

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies