Sabido es que la dinastía borbónica, por mor de sucesivos matrimonios entre parientes cercanos, había trasmitido diferentes enfermedades genéticas a sus miembros. En el caso del Príncipe de Asturias y sucesor del melifluo Carlos IV, Fernando, que reinó en dos ocasiones en España como Fernando VII, ese famoso rey felón y traidor a la Constitución de Cádiz de 1812, la enfermedad que padeció consistió en una deformidad aberrante de su miembro viril que causó graves problemas al país y, en especial, a sus cuatro mujeres algunas de las cuales, se comenta, que pudieron morir como consecuencia de las heridas producidas en el coito real.
Fernando VII y su deformidad genital
“ fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar”.
Este “problema” dificultó enormemente la procreación real. Con su primera mujer, María Antonia de Nápoles, tuvo dos abortos y murió sin concederle descendientes. La segunda, su sobrina Mª Isabel de Braganza, dio a luz una niña que murió a los cuatro meses.
No obstante Fernando contrajo un cuarto matrimonio, también con otra sobrina, Mª Cristina de Borbón y con la que, gracias al artilugio real, pudo dejar embarazada, dando a luz a las infantas Isabel y Luisa Fernanda. Como sabemos, Fernando se empeñó, en la última etapa de su vida, en derogar la Ley Sálica y publicar la Pragmática Sanción para permitir a su hija mayor ser la heredera del trono, arrebatando así a su hermano su pretensión de convertirse en rey.
Autor: Luis Pueyo para revistadehistoria.es
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