Fernando I, El Magno

Fernando I, El Magno (1037-1065). Rey de León. García Sánchez, conde de Castilla, falleció asesinado por los Vela en 1029 sin dejar descendencia. El Rey de Navarra, Sancho Garcés III el Mayor, casado con Munia o Mayor, hermana del conde fallecido, reclamó y obtuvo, de acuerdo con las leyes, el condado castellano en nombre de su esposa.

En 1032 lo cedió a su segundo hijo, Fernando, si bien el Gobierno efectivo de Castilla estuvo en manos del Monarca navarro mientras vivió. Ese mismo año, Fernando contrajo matrimonio con Sancha, hermana del Rey Bermudo III de León, que también fue prometida del asesinado conde García Sánchez. Puesto que, en 1030, Sancho Garcés III ocupó militarmente las tierras entre el Cea (León) y el Pisuerga, entregándolas a Castilla, se supuso que con esta boda se normalizarían las relaciones entre Navarra y León, ya que Sancha aportó como dote las tierras en litigio.

Fernando I, El Magno

Cuando falleció Sancho Garcés III, en 1035, el condado de Castilla sufrió una importante merma. En su testamento, el difunto Monarca segregó una amplia zona del Este de Castilla que incluía Asturias de Trasmiera (Asturias), Castilla la Vieja, Álava, Bureba (Burgos) y los montes de Oca (Burgos), en beneficio de Navarra, quedando la frontera castellana con Navarra, a escasos kilómetros de Burgos. Estos cambios territoriales determinaron las futuras luchas contra León y Navarra. Entre 1035 y 1037, Fernando I consolidó su situación en Castilla, elevando el condado a Reino, con lo que culminó un largo proceso de gestación.

Las tierras entre el Cea y el Pisuerga fueron motivo de enfrentamiento entre Bermudo III de León y Fernando I. Tan pronto el Monarca leonés fue declarado mayor de edad, al cumplir los 20 años, reclamó estos territorios, decidiéndose a recuperarlos por las armas. En la batalla del valle de Tamarón (Palencia), Fernando I, con la ayuda de su hermano García Sánchez III de Navarra, derrotó a Bermudo III, que pereció en el enfrentamiento. Con él se extinguió la descendencia de Pelayo, siendo la heredera su hermana Sancha, casada con Fernando I, que se apresuró a reclamar el Reino leonés. De esta manera, en julio de 1037, los dos Reinos se unieron bajo un solo cetro, convirtiéndose Fernando I en Rey de León y Castilla y, posteriormente en Emperador hispánico.

De 1037 a 1054, Fernando se dedicó prudentemente a consolidar su posición en León, apaciguando las discordias internas y las rebeliones de los nobles. Al ser navarro, llevó a la corte leonesa costumbres de su tierra, que se tradujeron en una mayor implantación del sistema feudal, al tiempo que aportó el innovador sistema castellano. Este período de paz fue posible gracias a las luchas internas que dividieron a las taifas musulmanas, lo que no impidió que, en 1043, ante la petición de ayuda de Al-Ma`mun de Toledo, acudiera en su auxilio contribuyendo a recuperar la ciudad, por lo que el Rey de Toledo se declaró tributario suyo.

En 1055, Fernando I y su esposa Sancha, junto con los Obispos y magnates del Reino, presidieron el Concilio de Coyanza (Valencia de Don Juan). En él se restablecieron las antiguas leyes góticas y se promulgaron nuevas disposiciones de disciplina eclesiástica, entre las que destacaban: la prohibición de que los clérigos utilizaran las armas de guerra y de que tuvieran bajo su techo otra mujer que no fuera su madre, hermana, tía o madrastra; los sacerdotes no irían a las bodas a comer sino a dar su bendición; los cristianos no cohabitarían con los judíos ni comerían con ellos; se devolvería a los templos el derecho de asilo… Por último, Fernando I confirmaba a los leoneses los fueros que Alfonso V les había concedido, con lo que quedó suavizado el resentimiento que éstos tenían contra el vencedor de Bermudo III.

La partición del Reino, que Sancho Garcés III el Mayor de Navarra hizo entre sus hijos, produjo roces. García Sánchez III, el de Nájera, Rey de Navarra, se había enfrentado con su hermano bastardo Ramiro I, Rey de Aragón. Ahora, las ambiciones territoriales de los dos hermanos, Fernando I de León-Castilla y García Sánchez III de Navarra, les iba a enfrentar en el campo de batalla. La paz que imperó entre los dos hermanos se rompió por una serie de anómalos incidentes. Fernando I acudió a Nájera (La Rioja) a visitar a su hermano, que se hallaba enfermo, quien concibió el siniestro plan de secuestrarlo. Avisado de lo que se tramaba, Fernando I regresó rápidamente a su Reino. Más tarde, enfermó Fernando I, y García Sánchez III se sintió obligado a visitarlo con el ánimo de disipar las dudas que sobre él concibiera su hermano, y, quizá, con la esperanza de verle morir y heredarle. Lo cierto es que Fernando I se adelantó a sus intenciones y lo encarceló en el castillo de Cea. García Sánchez III, sobornó a sus carceleros y logró evadirse de la prisión, regresando a Nájera.

Una vez libre, empezó a efectuar incursiones sobre Castilla. Intentando evitar la guerra, Fernando I, envió emisarios a su hermano, pero no escuchó ninguna de las peticiones de paz. Confiando en el valor de sus navarros, en el contingente de musulmanes que había atraído a su bando y en su pericia como guerrero, instaló su campamento en Atapuerca, cerca de Burgos. Nada más comenzar la batalla, en la madrugada del uno de septiembre de 1054, algunos nobles que se consideraban agraviados abandonaron al navarro y se pasaron al bando leonés.

Fortún Sánchez, el fiel ayo que crio a García Sánchez III, viendo perdida la batalla, y no queriendo sobrevivir a ese desastre, se precipitó en lo más duro del combate, donde buscó y encontró la muerte. Posteriormente, García Sánchez III era derribado de su caballo cayendo al suelo acribillado de heridas, expirando en brazos del abad Íñigo. Su hijo, Sancho Garcés IV, fue proclamado Rey de Navarra en el mismo campo de batalla, no sin antes rendir homenaje a Fernando I reconociendo su supremacía. La derrota de Atapuerca supuso el fin de la hegemonía navarra, proporcionando a Fernando I el Noroeste de la Bureba, incluido el monasterio de Oña.

Habiendo consolidado ya su poder en León-Castilla, Fernando I consideró llegado el momento de emplear sus armas contra los musulmanes. En 1055, avanzó por la Lusitania, apoderándose de Viseo (La Coruña) y de Lamego (Norte de Portugal), pero incapacitado para repoblar estas zonas por falta de gente, se vio obligado a imponer las parias o tributo anual, con lo cual al-Mufaddar, Rey de la taifa de Badajoz, se declaró tributario suyo. Después se dirigió contra las fronteras de la taifa de Zaragoza, apoderándose de San Esteban de Gormaz (Soria) y de Berlanga (Soria). Al-Muqtádir, Rey de la taifa de Zaragoza, no tuvo más remedio que declararse vasallo de Fernando I y comprometerse al pago de las parias. Después atacó la taifa de Toledo, que había suspendido el pago del tributo. Después de asolar una extensa zona, obligó a al-Ma`mun, demasiado débil para oponer una seria resistencia, a reanudar el pago de las parias. En el verano de 1063, Fernando I comenzó a arrasar la poderosa taifa de Sevilla. Su Rey, al-Mutádid, consideró oportuno presentarse en el campamento cristiano y declararse vasallo de Fernando I. Junto con el pago de las parias, pidió el Monarca cristiano la entrega del cadáver de Santa Justa, mártir de la época romana. Como no se encontró dicho cadáver, se llevó a León el de San Isidoro de Sevilla.

Estas victoriosas campañas contribuyeron a mermar la capacidad bélica de los musulmanes. Los tributos anuales que percibía Fernando I de las cuatro taifas más grandes le permitieron mantener casi permanentemente, a sus Ejércitos en campaña.

A comienzos de 1063, Fernando I puso sitio a Coímbra, que se rindió tras seis meses de asedio imponiendo a los musulmanes el abandono de toda la zona, con lo que la frontera por esta parte quedó fijada por el curso del río Mondego[1].

Al año siguiente, Fernando I emprendió su última campaña. Primero pasó por Zaragoza para castigar a al-Muqtádir, que había dejado de pagar las parias. Luego se dirigió hacia la taifa Valencia, regida por el débil y apático Abd al-Malik al-Mudaffar, poniendo sitio a la capital. Ante la imposibilidad de reducirla, Fernando I fingió la retirada y los musulmanes creyendo en una victoria fácil, salieron en su persecución, pero cerca de Paterna, Fernando I les hizo frente causándoles una terrible derrota y mortandad. Fernando I volvió a sitiar Valencia, aunque al sentirse enfermo tuvo que levantar el cerco. El 27 de diciembre de 1065, cuatro días después de llegar a León, falleció Fernando I. Fue enterrado en la iglesia de San Isidoro, que él había hecho construir. Su esposa Sancha, le sobrevivió dos años, siendo enterrada junto a su esposo.

En 1063 Fernando I hizo testamento, dividiendo su Reino entre sus hijos. Al primogénito, Sancho, le dejó el Reino de Castilla y las parias de Zaragoza; al segundo, Alfonso, el Reino de León y las parias de Toledo; para el tercero, García, separó del Reino de León a Galicia y los territorios portugueses con las parias de Badajoz y Sevilla. A sus hijas, Urraca y Elvira, les legó el Señorío de todos los monasterios de los tres Reinos, lo que se llamó posteriormente el “infantazgo”, pero con la condición de que no se casaran, en cuyo caso quedarían privadas de dichas rentas.

A ese reparto del Reino, que respondía al concepto patrimonial que tenían los navarros de la Monarquía y contra el que ya había protestado el primogénito Sancho, se opusieron los castellanos y especialmente la élite eclesiástica. La paz entre los hermanos duró muy poco.

Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es

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