El rey Enrique II apostó desde un primer momento por poner en funcionamiento toda una serie de medidas destinadas a conseguir lo que antaño otros reyes castellanos buscaban: la centralización del poder regio, y para ello no dudaría en emplear el poder de las Cortes castellanas.
Para ello fue necesario acometer toda una serie de «reformas» que abarcaban todos los ámbitos: el judicial, el económico, el social y por ende la política tanto interior como exterior, esto es la articulación de la política de la Corona castellana a nivel peninsular y su proyección a nivel internacional.
Enrique II y el fortalecimiento de la dinastía Trastámara
Cabe destacar que, una de las principales consecuencias de la victoria de los Trastámara sería el auge nobiliario y el inicio de una política anti-judaica. La nobleza que había apoyado la causa de Enrique II obtuvo numerosas gracias y mercedes regias, lo que al rey le costaría el sobrenombre de Enrique «el de las mercedes».
Por último, hay que referirse a la política exterior acometida por Enrique II, cuyo rasgo más destacable fue el mantener un gobierno férreo y llevar a cabo una inteligente labor diplomática con otros reinos y aliados, no cabía menos de esperar de un rey estratega y oportunista como era Enrique II.
La situación a nivel político era bastante crítica, primaba la enemistad con el reino nazarí de Granada, que había apoyado la contienda de Pedro I. Sin embargo, Enrique II logró llegar a un acuerdo con los nazaríes. El otro gran problema era Aragón, el rey Pedro IV «el Ceremonioso» había apoyado a Enrique II en la guerra fratricida, pero el rey castellano no había cumplido con su promesa, ceder el reino de Murcia a Aragón.
El primer acercamiento de Enrique II a Aragón se produjo mediante una tregua hacia el año 1371, si bien el definitivo se produciría cuatro años después en la Paz de Almazán 1375, que mejoró las relaciones entre Castilla y Aragón.
En segundo lugar, añadir, que otro gran problema sería el reino de Portugal, cuyo monarca intrigaría contra el rey castellano. El verdadero problema de Enrique II vendría de la mano de Juan de Gante, duque de Lancaster, que no dudaría en reclamar sus derechos al trono castellano, ya que su mujer Constanza era hija de Pedro I de Castilla, por lo que, por vía femenina, se le transmitía el derecho a reinar en Castilla. Y, es aquí donde fue clave Portugal, que acogería a las tropas del duque de Lancaster, pero, Enrique II previendo el desenlace, apostó por llevar sus ejércitos al reino vecino y a Portugal no le quedó otra que firmar la Paz de Santarem (1373). Una vez acabados estos enfrentamientos, Castilla se alzó indiscutiblemente como potencia hegemónica a nivel peninsular.
En cuanto a la política internacional, ésta va a girar en torno a Francia, el gran apoyo de Enrique de Trastámara durante la guerra fratricida. Francia envió las Compañías Blancas lideradas por Bertrand du Guesclín a cambio de que Enrique de Trastámara apoyase en un futuro a Francia, ésta inmersa en la Guerra de los Cien Años. Así, Francia requirió de la ayuda del monarca castellano, en el puerto de la Rochelle, donde tuvo lugar un enfrentamiento naval sin precedentes entre el bando franco-castellano y el bando inglés. La batalla de la Rochelle (1372) fue un gran triunfo, sobre todo para Castilla, posicionándose como potencia hegemónica y como potencia naval.
Lejos de las interferencias francesas, llegamos a la cuestión pontificia. Hacia el año (1378) tuvo lugar el Cisma de Occidente, se produjo el llamado «destierro de Aviñón» había dos papas, uno francés en Aviñón (Clemente VII) y otro instalado en Roma (Urbano VI). Ante esta situación, la dinastía Trastámara representada por Enrique II, no se decidió por ninguna autoridad papal, no sabía a quién debía obedecer, y así quedó la cuestión hasta la muerte del monarca en el año 1379.
En definitiva, Enrique II «el de las mercedes» o «el fratricida», logró establecer las bases de la dinastía Trastámara, a través del fortalecimiento de la figura regia y de sus instituciones. Como gran estratega lidió con los focos opositores y con gran astucia entabló todo tipo de paces y treguas que permitieron a Castilla posicionarse como potencia hegemónica.
Autor: Miguel Ángel García Alfonso para revistadehistoria.es
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Bibliografía: