Desde la prehistoria el vestido se ha utilizado como forma de protección para cubrir el cuerpo y evitar en él el impacto de las inclemencias climáticas. Sin embargo, a medida que avanzamos en la historia, el vestido ha adquirido nuevas funciones. Éstas se amplían en la edad moderna y más concretamente en el reinado de Felipe II. El traje se convierte en un símbolo de identidad y representación, puesto que mediante él mismo se refleja el status, la etnia y el sexo de un individuo.
Por ello, se dice que el vestido en estos momentos se convierte en uno de los principales aliados de la monarquía. Se produce una total ruptura con la indumentaria del reinado de Carlos V y algunos autores como Carmen Bernis o Ruth de la Puerta comienzan a hablar de que ha nacido el traje nacional. De hecho, surge un nuevo estilo de vestido, el vestido “a la española”.
Este estilo en el caso femenino consta de prendas interiores entre las que destacan la camisa (que puede ir con escote cuadrado o redondo), de prendas semiinteriores entre las que se encuentra la falda interior también conocida como crinolina y por último, como prenda exterior, se usa la saya alta o basquiña.
Las prendas descritas forman parte del vestido a la española pero las que verdaderamente definen el reinado de Felipe II son las prendas modeladoras. Mediante ellas la indumentaria adquiere una dimensión simbólica. Las prendas tienen una función principal: modificar el cuerpo femenino.
La primera de estas prendas es el verdugado, significa guardar la virtud. Es una falda rígida de forma acampanada. Por otro lado, nos encontramos con el cartón de pecho considerado por Carmen Bernis como el embrión de los posteriores corsés. Mediante el mismo el busto adquiere una forma casi geométrica.
Ambas prendas se consideraban modeladoras porque hacen que la mujer adquiera la forma de dos triángulos invertidos. Debido a su uso se abandona la flexibilidad de las prendas anteriores en beneficio de las formas triangulares, lo único que queda visible de las formas del cuerpo femenino es la estrechez de la cintura.
Algunos cronistas consideran que las mujeres usan el vestido para andar muy derechas y así muestran su donaire y gallardía por todo el reino.
Aunque el verdugado y las tablillas de pecho son las principales prendas modeladoras de la época, encontramos otras prendas que reflejan la rigidez del reinado como por ejemplo la cota o la almilla que tratan de alisar el torso o la gorguera o cuellos de lechuguilla que se han considerado como símbolos de linaje, porque quien lo porta no tiene libertad de movimiento para dedicarse al trabajo manual y además refleja la higiene porque han de mantenerse en un blanco impoluto.
Por último, hay que destacar al elemento indispensable de la moda femenina del momento: los chapines. Su principal problema es que limitan el movimiento natural de las mujeres, se considera que con ellos se les hace tener más quietud de la que tendrían si solamente calzarán zapatos.
La influencia de estas prendas va más allá del siglo XVI porque muchas de ellas estarán presentes en algunas obras posteriores como por ejemplo “El mundo por dentro” de Francisco de Quevedo, obra en la que se ridiculiza a las mujeres por el uso de determinadas prendas.
El vestido femenino en el reinado de Felipe II
Sin embargo, la vestimenta no sólo se ve modificada en sus formas sino también en el uso de algunos colores. Un elemento definitorio de la indumentaria femenina en el reinado de Felipe II será la normativización del uso del negro. Gracias al palo de Campeche procedente de América se comienza a usar el negro en la indumentaria. Este color se convierte en un símbolo de poder porque solo pueden portarlo algunos privilegiados.
La importancia del color negro refleja los valores religiosos del momento puesto que con la normalización de su uso desaparece la colorida indumentaria de origen musulmán. El negro, se convierte en un símbolo de identidad nacional a la vez que refleja la sobriedad de la monarquía. En torno a su uso surge un debate puesto que de un lado se considera que se debe a la aparición del palo de Campeche y por otra parte el negro se concibe como un símbolo de unidad religiosa.
Esta última posición con respecto al uso del negro tiene su fundamentación en el Concilio de Trento. Mediante este concilio se intenta evitar la influencia protestante en la monarquía hispánica y una de las doctrinas que se impone se basa en la honestidad en las ropas.
En cualquiera de los casos no se puede negar que durante el reinado de Felipe II se intentó imponer un estilo de moda único que trataba de borrar las formas del cuerpo femenino. El objetivo principal era huir de los vicios que se cometen en las ropas con el fin de mantener la unidad religiosa. Se construye una nueva identidad femenina basada en los valores del concilio de Trento: honestidad, sobriedad, decoro y humildad.
La principal fuente para analizar estas transformaciones son los retratos de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. En ellos se reflejan como las mujeres se someten al tiránico decreto del verdugado. Incluso se llega a hablar de que mediante el uso de estas prendas se está produciendo un proceso paralelo al encorsetamiento de las mentes; el encorsetamiento de los cuerpos.
Autor: Pilar Hernández Manzano para revistadehistoria.es
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