El ocaso del Imperio Romano de Occidente se entiende comúnmente, desde los más pequeños que van a clase con sus libros de texto bajo el brazo o en sus pesadas y coloridas mochilas hasta nuestros mayores, que en el año 476 d.C. un bárbaro, caudillo de los hérulos, derrocó al último emperador romano, llamado Flavio Rómulo Augusto, y apodado por sus enemigos como “Augústulo”, que significa “el pequeño Augusto”, pues tan sólo contaba con catorce años de edad cuando fue investido con el color púrpura, color únicamente reservado a los emperadores.
Desde ese momento se puso fin al Imperio Romano de Occidente y a la Antigüedad. ¿Pero fue, en realidad, el último emperador?
No eran, pues, antiguos romanos, sino germanos romanizados quiénes ostentaban el título imperial; y no era una curia quién los elegía, sino que se imponían por las armas sobre otras facciones opuestas dentro del mismo ejército, con el beneplácito o no del senado. Para más inri, y como ya sucediera en el sangriento siglo III, podía haber varios emperadores al mismo tiempo. La usurpación estaba a la orden del día, así como los reinados cortos de los usurpadores.
El ocaso del Imperio Romano de Occidente. Rómulo Augusto y su tiempo
En este caso, nuestro Rómulo Augústulo –el “emperador niño” como también se le conoció– fue entronizado en el año 475 d.C. por su padre, el general Orestes; quién, a su vez, había depuesto al anterior emperador Julio Nepote. Sin embargo, las fuentes tardorromanas y altomedievales consideran que Julio Nepote fue el último emperador romano de Occidente por derecho. Éste había sido reconocido en el cargo por el emperador de la parte oriental León I, mientras que Orestes era un general que contaba con el apoyo del ejército y de las clases dirigentes de Italia, lo que le favoreció el acceso al poder a través de la usurpación.
Nepote gobernó durante un año –474 a 475 d.C.– pero, sin apoyos, hubo de refugiarse en Dalmacia, de donde era natural. Orestes, entonces, decidió coronar a su hijo Rómulo Augusto para gobernar como títere suyo; gobierno que duró el mismo tiempo que el de su antecesor, un año –475 a 476 d.C.–. No obstante, Julio Nepote continuaba ostentando, al menos oficialmente y reconocido por el Imperio romano de Oriente, el título de emperador.
Varias tribus bárbaras –los hérulos, esciros y torcilingios– reclamaron a Orestes –quién decidía por su hijo– un tercio de los territorios italianos para establecerse como federados. Ante la negativa de Orestes, esta agrupación de tribus germanas lideradas por Odoacro decidió derrocar al emperador, ejecutando a Orestes y deponiendo a Rómulo Augústulo.
A Rómulo, quizá por su juventud e inocencia, se le perdonó la vida y se le permitió retirarse a una acomodada villa en la Campania italiana. Odoacro se convirtió en el primer rey bárbaro de Roma. Mientras, en Dalmacia, Julio Nepote continuó ostentando el título de emperador hasta su muerte en el 480, cuando las intrigas palaciegas y las conspiraciones acabaron con él. Éste, y no otro, fue el año en el que el Imperio romano de Occidente sucumbió tras siglos de hegemonía en el mundo conocido.
El ocaso del Imperio Romano de Occidente
El ocaso del Imperio no llegó tras un hecho puntual como pudiera ser la deposición de Rómulo Augústulo o el asesinato de Julio Nepote, sino que se trató de un largo proceso de decadencia que comenzó con la crisis del s. III d.C. y se agravó en el siglo V. Son muchos los factores interrelacionados que explicarían dicha decadencia.
La crisis demográfica generó escasez de brazos que trabajasen la tierra y de bolsillos que comprasen productos manufacturados, lo que perjudicó a la circulación monetaria –comercio– y a la producción artesanal; así mismo, esta baja natalidad perjudicó al ejército, necesitado de legionarios que defendieran las fronteras ante las numerosas invasiones.
El Estado, al haber perdido su capacidad recaudatoria y fiscal, se vio obligado a federar a numerosas tribus germanas para que hicieran el trabajo que ellos no podían hacer. Lógicamente, esto supuso la romanización y aumento de poder de estas tribus. Roma había entrado, militarmente hablando, en fase defensiva, por lo que ya no obtenía ningún tipo de botín por las nuevas tierras conquistadas.
Los esclavos formaban parte de ese preciado botín y, ante la ausencia de éstos, no quedó otro remedio que cambiar el sistema productivo agrícola, apareciendo la figura social del liberto vinculado a la tierra, jurídicamente libre pero sin libertad de movimiento, siendo su productividad mayor que la de los esclavos.
Este liberto se convertirá en el colono, antecesor del siervo feudal. Además, el vacío dejado por el Estado ante la inseguridad general del período fue ocupado por los vínculos de dependencia, lo que llevaría a la fragmentación territorial y atomización del poder. El fin de la unidad, el fin del Imperio. Rómulo Augústulo y Julio Nepote no representaban ya nada en una Roma sentenciada a muerte hacía décadas.
Autor: Borja Aso Morán para revistadehistoria.es
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