El asunto de las reliquias comenzó en el año 326, cuando Santa Elena, madre del emperador romano Constantino, fuera en peregrinación a Jerusalén y encontrara restos de los instrumentos de la pasión; para regresar llevando consigo varios.
En los siglos siguientes comenzaron a encontrarse, a menudo “milagrosamente”, reliquias no sólo de Jesús, sino de la Virgen María, personajes del Evangelio e incluso del Antiguo Testamento; de santos, mártires, beatos, y de hombres y mujeres dotados de poderes milagrosos.
El fraude de las reliquias del cristianismo
Las Cruzadas descargaron sobre Occidente un aluvión de reliquias. La inflación alcanzó cotas máximas en los siglos XIV y XV, cuando la industria de fabricación de reliquias daba trabajo a reputados talleres del mundo mediterráneo oriental. Prodigiosamente, el mercado nunca se saturó sino todo lo contrario, la demanda se mantenía por encima de la oferta.
Todo empeorará cuando a los santuarios se concedieron las indulgencias (perdón de los pecados), llegándose a grotescos registros como el de Federico el Sabio de Sajonia, quien contaba con 5.005 reliquias, garantía de 127.799 años de indulgencia; por eso muchas críticas se alzaron con la Reforma protestante. Calvino especulando sobre las supuestas astillas de la verdadera cruz del calvario, afirmaba que eran tan numerosas que podrían llenar un barco.
El Santo Sudario de Turín, Sindone o Sábana Santa
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Los primeros datos históricos de la Sindone no van más atrás de la mitad del siglo XIV, cuando apareció en manos del caballero francés Godofredo de Charny, y su esposa Juana de Vergy.
En junio de 1353 Godofredo dio el Sudario a los canónigos del Colegio de Lirey, que él mismo había fundado, y su primera exposición pública se produjo después de su muerte en 1357. Margarita de Charny, descendiente de Godofredo, recuperó la tela y en 1453 la vendió a los duques de Saboya. Ellos la mantuvieron en Chambéry, donde sobrevivió al incendio de 1532 en la Sainte-Chapelle du Saint-Suaire, registrando daños en varios lugares.
En 1578 fue llevada a Turín, por una petición del obispo de Milán, Carlos Borromeo, cumpliendo un voto hecho durante la peste en Milán. Desde entonces permaneció allì de forma ininterrumpida hasta el presente, porque Umberto II de Saboya, último rey de Italia, al fallecer en 1983, lo legó a la Santa Sede que delegó en el Arzobispo de Turín su custodia.
En 1898 el sudario fue fotografiado por primera vez por el abogado Secondo Pía, descubriéndose que la imagen impresa en la tela tenía las características de un negativo fotográfico.
Sorpresivamente, luego de sometido a la prueba del Carbono 14, realizada por tres universidades diferentes en 1988 (la Universidad de Arizona, EE.UU.; la Universidad de Oxford, Gran Bretaña; y la Escuela Politécnica Federal de Zurich, Suiza), el Sudario fue fechado entre 1260 y 1390, por lo que no debe ser considerado como el verdadero manto que envolvió el cadáver de Jesucristo.
Evidencias contra su autenticidad
La posición del cuerpo no está en consonancia con lo que sucede en un cuerpo humano. Las manos se superponen en el pubis, lo que no sería posible ya que la posición requiere que los músculos estén en tensión o las manos atadas. El rigor mortis no justifica la posición como si los músculos del cadáver se vieran forzados, porque siempre se relajan. La propia postura de las manos cruzadas sobre la zona púbica delata que se trata de una falsificación medieval, porque los judíos de los tiempos de Cristo cruzaban los brazos de sus difuntos sobre el pecho.
El muslo derecho es más grueso que el izquierdo en la figura frontal y sin embargo más delgado en la dorsal, y las piernas más largas por delante que por detrás.
La tela es de hilo de lino tejido a mano, entrelazándose las fibras con sentido horario, mientras los obenques judíos del primer siglo eran diferentes por la tela, el tejido, torcido del hilo y ajuste de toda la pieza.
Varios doctos en asuntos bíblicos, dudan de la autenticidad del sudario porque tendrían que haber existido dos condiciones cuando se formó la imagen: No podrían haber lavado el cuerpo, porque las manchas de sangre se ven claramente; y la tela de lino no debió haberse apretado contra el cuerpo, sino haber sido colocada flojamente.
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Autor: José Óscar Frigerio para revistadehistoria.es
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Bibliografía
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