El diseño de la edificación respondía a principios renacentistas, inspirados en la sobriedad y la armonía de la arquitectura clásica. Tras la muerte de Juan Bautista de Toledo en 1567, su discípulo Juan de Herrera asumió la dirección del proyecto y consolidó el estilo herreriano, caracterizado por la pureza geométrica, la ausencia de ornamentación superflua y la monumentalidad de las proporciones. Las obras avanzaron a un ritmo notable, y en 1584, apenas 21 años después de su inicio, el complejo estaba prácticamente terminado.
El impulso de Felipe II hacia la concreción del proyecto se reflejó en su supervisión minuciosa de las obras. Se conservan documentos en los que el monarca revisaba planos, corregía detalles y discutía con arquitectos y constructores sobre la ejecución de cada espacio. La elección del lugar tampoco fue casual: situado en la sierra madrileña, el emplazamiento ofrecía un entorno aislado y propicio para la meditación, lejos de las distracciones de la corte. Además, su proximidad a Madrid permitía mantener una comunicación fluida con la capital, consolidando la centralización administrativa del reino.
Un conjunto monumental al servicio de la monarquía
La disposición del edificio se organizó en torno a un esquema rectangular de enormes dimensiones, con 207 metros de largo por 161 de ancho. En su interior, se integraban varias funciones que reflejaban el espíritu de la monarquía hispánica: la basílica, el palacio, el monasterio, la biblioteca y el panteón real. Cada una de estas partes tenía un propósito bien definido y respondía a una visión global de poder y espiritualidad.
La basílica, situada en el centro del conjunto, constituía el núcleo religioso del complejo. Su imponente cúpula, inspirada en la de San Pedro del Vaticano, se alzaba como un elemento distintivo en el horizonte. Los frescos de sus bóvedas, ejecutados por artistas como Luca Giordano y Pellegrino Tibaldi, dotaban al recinto de una atmósfera celestial, mientras que el altar mayor, presidido por un retablo de Juan de Herrera y Juan Gómez de Mora, acentuaba la grandiosidad del espacio.
A un lado de la basílica, el palacio real servía de residencia para Felipe II y su corte. Aunque austero en comparación con otros palacios europeos, su ubicación dentro del monasterio enfatizaba la piedad y el carácter reflexivo del monarca. Desde allí, el rey gobernaba sus vastos territorios, rodeado de monjes jerónimos que combinaban la vida religiosa con la labor administrativa y académica.
Otro de los espacios más notables era la biblioteca, una de las más valiosas de la época. Su concepción respondía a la idea renacentista de que el conocimiento debía estar al servicio del poder y la fe. En ella se recopilaban manuscritos en griego, latín, árabe y hebreo, abarcando diversas disciplinas como la teología, la astronomía y la medicina. Su decoración, con frescos que representaban las siete artes liberales, evidenciaba el esfuerzo por armonizar ciencia y religión en un mismo espacio.
Finalmente, el panteón real albergaba los restos de los monarcas de la dinastía de los Austrias y, posteriormente, de los Borbones. Este mausoleo, situado bajo el altar mayor de la basílica, consolidaba la relación entre el poder terrenal y la trascendencia espiritual. Felipe II estableció así un vínculo perpetuo entre la familia real y la devoción religiosa que definía su gobierno.
Impacto y transformación a lo largo del tiempo
Desde su construcción, el Escorial fue objeto de admiración y emulación en Europa. La grandeza de su diseño y la sobriedad de sus líneas influyeron en la arquitectura posterior, estableciendo un modelo que se replicaría en palacios y monasterios. Durante los siglos siguientes, el complejo experimentó diversas modificaciones y restauraciones, especialmente tras los daños sufridos en incendios y guerras.
Durante la Guerra de la Independencia, el edificio fue ocupado por las tropas francesas, que lo utilizaron como cuartel y causaron destrozos en su interior. Posteriormente, en el siglo XIX, con la desamortización de Mendizábal, los monjes jerónimos fueron expulsados temporalmente, aunque más tarde retornaron para retomar su vida monástica.
En el siglo XX, se llevaron a cabo importantes trabajos de conservación para garantizar la estabilidad estructural del complejo. En 1984, la UNESCO lo incluyó en la lista de Patrimonios de la Humanidad, reconociendo su valor cultural y artístico. A día de hoy, continúa siendo un centro de referencia en el estudio del Renacimiento español y en la historia de la monarquía hispánica.
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