En este contexto, surgió una construcción sin precedentes, un coloso arquitectónico que reunÃa en sà mismo las funciones de palacio, monasterio, basÃlica y panteón real: El Escorial.
Felipe II concibió el monasterio como un centro neurálgico para su gobierno y como un sÃmbolo de la cristiandad. La batalla de San QuintÃn, en 1557, contra Francia, marcó el punto de partida de esta iniciativa, pues el monarca quiso honrar la memoria de su padre, Carlos V, y agradecer la victoria obtenida en la festividad de San Lorenzo. Para ello, encomendó la construcción a Juan Bautista de Toledo, arquitecto con experiencia en las obras de la basÃlica de San Pedro en Roma.
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