El Escorial: La gran obra de Felipe II

El ascenso de un reino a la cúspide de su poder queda reflejado en sus monumentos. En el siglo XVI, España se erigía como la mayor potencia del mundo bajo el reinado de Felipe II. Su dominio se extendía por Europa, América y Asia, y la monarquía hispánica se cimentaba en una profunda fe religiosa y una visión política centralizadora.

En este contexto, surgió una construcción sin precedentes, un coloso arquitectónico que reunía en sí mismo las funciones de palacio, monasterio, basílica y panteón real: El Escorial.

La empresa no solo respondía a la necesidad de consolidar la imagen del monarca, sino también a su fervor religioso y a la conmemoración de una victoria militar decisiva. El resultado fue una obra sin parangón en la arquitectura europea de su tiempo.

El Escorial: La gran obra de Felipe II

Un proyecto sin precedentes

Felipe II concibió el monasterio como un centro neurálgico para su gobierno y como un símbolo de la cristiandad. La batalla de San Quintín, en 1557, contra Francia, marcó el punto de partida de esta iniciativa, pues el monarca quiso honrar la memoria de su padre, Carlos V, y agradecer la victoria obtenida en la festividad de San Lorenzo. Para ello, encomendó la construcción a Juan Bautista de Toledo, arquitecto con experiencia en las obras de la basílica de San Pedro en Roma.

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