El inicio de la
Guerra de Invierno en noviembre de 1939 marcó un desafío inesperado para una nación que, a pesar de su menor tamaño y capacidad militar, estaba decidida a resistir. Finlandia, con un territorio extenso y una población reducida, se enfrentaba a un enemigo que la superaba ampliamente en recursos y soldados. Sin embargo, la geografía y las condiciones climáticas jugaron un papel fundamental en el desarrollo de la contienda.
La Unión Soviética buscaba consolidar su influencia en la región y garantizar su seguridad frente a posibles amenazas. La negativa de Finlandia a ceder territorios derivó en una ofensiva que, en un principio, parecía destinada a una rápida victoria. Sin embargo, la resistencia finlandesa y el conocimiento del terreno convirtieron la campaña en una lucha prolongada e inesperadamente costosa para los atacantes.

El conflicto ártico: la Guerra de Invierno entre Finlandia y la Unión Soviética
La guerra estalló tras el fracaso de las negociaciones entre ambas naciones. La Unión Soviética, liderada por Stalin, buscaba ampliar su frontera occidental y reducir la vulnerabilidad de Leningrado, una ciudad estratégica cercana al territorio finlandés. Las demandas soviéticas incluían la cesión de la región de Carelia y el arrendamiento de bases militares, peticiones que Finlandia rechazó rotundamente.
El 30 de noviembre de 1939, el Ejército Rojo inició su ofensiva con una abrumadora superioridad numérica y material. Sin embargo, el invierno extremo, con temperaturas por debajo de los -40 °C, y la tenacidad de los defensores complicaron el avance soviético. Las tropas finlandesas utilizaron su conocimiento del entorno para lanzar ataques sorpresa, empleando tácticas de guerrilla y movilidad en esquís para hostigar al enemigo.
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