El Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar nació en Burgos, hacia el año 1043. A los quince años entró en el mundo de la corte. Sancho, el primogénito de Fernando I, le armó caballero y le llevó consigo en diversas campañas. Cuando Sancho se hizo rey de Castilla pasó a ser Sancho II, e hizo a Rodrigo alférez de sus tropas bajo el título de “príncipe de las huestes”.
Gracias a su destreza en combate pasó a ser Campeador (guerrero invicto) y, tras sus gestas contra el rey de Zaragoza Monctádir, se le conocería también como Cidi (mi señor). El Cid Campeador se terminó convirtiendo en mano derecha de Sancho II en las guerras familiares tras la muerte de Fernando I, que dejó su herencia en un reino dividido.
La llegada de Alfonso al poder
El caballero salió indemne, saliendo a galope del campamento en el que dio muerte al rey de Castilla. Todo apuntaba a una conspiración entre Alfonso y Urraca, pero no pudo demostrarse. Alfonso tomó el trono de Castilla, a cambio de jurar que no había participado en la muerte de su hermano. El juramento se hizo en Santa Gadea de Burgos ante El Cid. Este hecho marcaría un profundo recelo por parte de Alfonso hacia Rodrigo Díaz de Vivar.
El destierro de El Cid Campeador
Dentro de las tropas granadinas se encontraban hombres de García Ordóñez, que saquearon y devastaron la ciudad. Rodrigo, testigo de aquellos hechos, se puso al mando de una pequeña tropa para combatir al ejército castellano-granadino. Obtuvo la victoria y García Ordóñez cayó prisionero. Esta acción no pasó en vano para Alfonso, que no permitió la humillación de su favorito.
Decidió el destierro del Cid, que tuvo que dejar atrás todo lo que había obtenido. No encontró refugio en Burgos, porque Alfonso se lo había prohibido bajo pena de confiscación y ceguera a pesar de que los burgaleses se compadecían del desterrado. Fueron cinco años de relaciones equívocas entre ambos.
El Cid, finalmente, rehusó de combatir para el rey y se unió a los Beni Hud, los reyes moros de Zaragoza. Se convirtió en jefe de tropas mercenarias muy poderosas que combatían a favor del Reino de Zaragoza. Hizo prisionero al conde de Barcelona, Ramón Berenguer II, y combatió contra los reyes musulmanes de Lérida y Valencia.
La llegada Almorávide
Eran buenos tiempos para Alfonso, que había reconquistado Toledo. Los señores árabes pidieron, no obstante, ayuda a los almorávides; una dinastía beréber muy poderosa bajo el mandado de Yusuf. En 1068 envió a su ejército, donde obtuvo una victoria aplastante contra las tropas de Alfonso cerca de Badajoz.
El rey, que apenas escapó de la mano del señor almorávide, tuvo que enmendar varios de sus errores. Entre ellos, prescindir del Cid, su mejor caballero. Tuvo que conciliarse con Rodrigo Díaz, hecho que ocurrió en Toledo.
Se forja la leyenda de El Cid Campeador
Nacían cantares bajo las premisas de la admiración y el temor. Se ganó varios apelativos en tierras moras. El caudillo maldito o el infiel perro gallego fueron algunos de ellos. Su caballo, rápido como el rayo, de nombre Babieca, y su espada Tizona, también pasaron a formar parte de la leyenda.
Valencia, la ciudad de sus sueños
Las represalias de los almorávides no tardaron en hacerse notar. Una nueva oleada desató en Valencia ciento cincuenta mil jinetes y tres mil peones al mando de Mohàmmad, sobrino de Yusuf. Su objetivo era recuperar la ciudad levantina y capturar al Cid. El campo de Cuarte se convirtió en una carnicería. Las tropas de Rodrigo Díaz destrozaron a las tropas almorávides, haciendo múltiples prisioneros.