A medida que avanzaba el siglo XVII, la Casa de Contratación enfrentó una serie de desafíos que llevaron a su declive gradual. El puerto de Cádiz comenzó a tomar más relevancia debido a su ubicación más accesible y la acumulación de arena en el río Guadalquivir, que dificultaba la navegación hasta Sevilla. Finalmente, en 1717 la Casa fue trasladada a Cádiz, marcando el fin de una era para Sevilla pero no para la institución, que siguió operando hasta su disolución en 1790.
El Guadalquivir, Vena Comercial
El río Guadalquivir tenía la particularidad de ser navegable hasta Sevilla, lo que permitía que las embarcaciones pudieran llegar al corazón de la ciudad. Esto facilitaba enormemente la descarga de mercancías y la conexión con otras regiones de España. Sin embargo, el río también presentaba desafíos: su cauce era variable, y las embarcaciones que lo surcaban tenían que ser lo suficientemente pequeñas y maniobrables para evitar encallar.
El Puerto de Indias trajo prosperidad sin precedentes a Sevilla, transformando su tejido económico y social. Surgieron nuevas clases sociales, desde ricos mercaderes hasta artesanos especializados en bienes de lujo. Los edificios religiosos y palacios brotaban con una opulencia reflejada en el arte y la arquitectura de la ciudad. Sin embargo, esta prosperidad vino acompañada de sombras éticas y morales. Sevilla se convirtió en un punto central del tráfico de esclavos hacia las Américas, y la explotación de los recursos y las poblaciones indígenas quedó implícita en cada carga de oro y plata que llegaba a sus muelles.
A lo largo del siglo XVII, otros puertos como Cádiz empezaron a desafiar el monopolio sevillano. Las arenas del Guadalquivir se convirtieron en un problema creciente, haciendo cada vez más difícil la navegación. Además, la apertura de nuevas rutas y la liberalización del comercio con América debilitaron el papel central de Sevilla. Aun así, la ciudad conservó una importancia significativa en la trama comercial entre España y sus colonias hasta bien entrado el siglo XVIII.
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