Una de las prácticas más emblemáticas de la contemporaneidad y que sin duda podemos asociar con la Edad Media, es la idea que tenemos respecto a “ser un buen caballero” y “ser una buena dama”. ¿Cuántos no hemos escuchado decir estas frases a nuestros padres, o ser repetidas constantemente por los medios de comunicación? Aunque ahora el contenido de estas frases significa poco para las nuevas generaciones, hubo un tiempo en que ser caballero era pertenecer a un estamento superior, sinónimo de orgullo, riqueza y honor, al que muy pocos tenían acceso.
La evolución del caballero
El código de caballería
El libro de la orden de caballería (Ramon Llull) y La orden de caballería (siglo XIII) son dos de las obras más conocidas que muestran el ideal del ser caballero. En este sentido, no existe un “código de caballería” único y que perdurara siempre sobre las funciones y características de los integrantes de la orden. Aun así, ninguno dudaba de la función de la caballería como reguladores del orden social establecido, por lo que el caballero debía defender a su señor en todo momento, así como a todos aquellos que trabajan la tierra. Al mismo tiempo, el caballero tenía que llevar la justicia en todo lugar a donde hiciera falta, especialmente para proteger a las viudas, huérfanos, desvalidos y a los pobres.
¿Cómo ser un caballero?
No cualquiera tiene acceso al orden de caballería, sólo los hijos de la nobleza guerrera. Entre los 10 y 12 años, los aspirantes son puestos al servicio de un caballero (generalmente es el tío o un señor feudal) quien se encargará de enseñarles a montar a caballo, a alimentar las bestias, limpiar las armas y armaduras; el escudero debe primero conocer, sufrir y entender la vida del mozo antes de tener acceso a la noble orden de caballería. Ellos también acompañan a su señor en sus aventuras por tierras lejanas, le asisten en los combates, torneos y justas, con lo cual el aprendiz aprende cuál es el oficio de las armas.
En cuanto el caballero al que presta el servicio considera que el joven escudero ha adquirido los conocimientos suficientes sobre la noble orden de caballería, es devuelto a su hogar, donde es recibido con gran júbilo y preparado para la ceremonia de iniciación. De nuevo, no existe un ritual único que se haya generalizado en toda Europa y durante toda la Edad Media, por lo que los pasos a seguir para armarse caballero pueden variar. Ramon de Llull sugiere que el escudero debe esperar a que acontezca alguna fiesta importante, en la cual se reúna la mayor cantidad de nobles caballeros para que presencien su iniciación. Por supuesto, el futuro caballero debe confesar sus pecados y hacer penitencia, así como pasar toda la noche velando sus armas y encomendándose a Dios. Al día siguiente, el aún escudero debe oír misa y jurar cumplir los mandamientos cristianos y todos los sermones que le procure el padre. A continuación, se presentará el caballero que haya decidido armarlo como caballero y desenvainará su espada, con la cual golpeará los hombros del joven (depende del rito, el “espaldarazo” puede variar en la fuerza con que se propina al iniciado) para que recuerde sus juramentos. Al final, se le ordena al otrora escudero que se levante, pues un nuevo caballero ha nacido.
Autor: José Francisco Vera Pizaña para revistadehistoria.es
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