Cada noche, al término de una jornada de marcha, el ejército levantaba un fortín temporal: el castra itineraria. Estas fortificaciones, levantadas con una regularidad casi ritual, garantizaban seguridad, orden y eficiencia en el avance de las legiones. Aunque su existencia era efímera, su construcción seguía un patrón meticuloso, reflejo del orden y la jerarquía que caracterizaban a Roma.

Cómo se construían los fuertes temporales, los Castra itineraria. De la marcha al asentamiento: el inicio de la rutina diaria
Al caer la tarde, tras una jornada de marcha, el ejército recibía la señal para detenerse. El legado o el tribuno al mando seleccionaba el terreno, asistido por los agrimensores (metatores) y centuriones veteranos. La elección del lugar era crucial: debía ofrecer agua, visibilidad y un terreno seco y ligeramente elevado. Los metatores avanzaban por delante de la columna para marcar los límites y el eje del futuro campamento con estacas y banderas.
El proceso de construcción del castra itineraria comenzaba antes incluso de que las tropas llegaran. Se trazaba primero la línea central, el via principalis, y sobre ella se establecía el punto donde se erigiría la tienda del general (praetorium), auténtico corazón del campamento. Desde ese centro se organizaba la disposición de todas las unidades según una jerarquía estricta: las cohortes más experimentadas cerca del praetorium, las auxiliares en las zonas exteriores y la caballería en los flancos.
Mientras tanto, los ingenieros y los fabri (obreros militares) iniciaban el trabajo pesado: levantar el foso (fossa), el terraplén (agger) y la empalizada (vallum). El foso se excavaba con azadas y palas transportadas por cada legionario como parte de su equipo estándar. La tierra extraída servía para elevar el terraplén interior, sobre el que se colocaban las estacas de madera cortadas durante la marcha. En pocas horas, el perímetro del campamento quedaba protegido.
Una ciudad militar efímera
Cada legionario sabía exactamente dónde debía instalar su tienda (papilio). Se trataba de estructuras de cuero tensadas sobre mástiles, compartidas por ocho hombres —la contubernium. A su alrededor, se cavaba un pequeño canal para evacuar el agua de lluvia y se almacenaban las armas y pertenencias. Los animales de carga y las carretas se colocaban en un espacio reservado junto a las murallas, en un orden preestablecido que evitaba el caos.
A pesar de ser un campamento temporal, el castra itineraria funcionaba como una ciudad organizada. Había zonas destinadas a la intendencia, talleres para reparaciones menores, un área para la cocina común (culinae) y, en algunos casos, incluso pequeñas letrinas excavadas provisionalmente. El resultado era un espacio perfectamente estructurado, capaz de acoger a más de veinte mil hombres en condiciones seguras y ordenadas.
Comparación con los castra aestiva y stativa
Los castra itineraria representaban el nivel más básico y móvil de la infraestructura militar romana. Por encima de ellos estaban los castra aestiva —campamentos de campaña o estacionales—, y los castra stativa, auténticas bases permanentes.
Los castra aestiva se levantaban cuando una legión permanecía durante semanas o meses en una zona de operaciones. Su estructura era más robusta: los fosos se reforzaban, las empalizadas se sustituían por muros de tierra apisonada y madera, y las tiendas podían reemplazarse por cabañas de adobe o piedra ligera. Estos campamentos ofrecían mayor comodidad, almacenamiento y defensas más duraderas, pero seguían manteniendo la disposición ortogonal característica de los castra itineraria.
Por su parte, los castra stativa eran bases permanentes, auténticas fortalezas que servían de cuartel general en las provincias fronterizas del Imperio. En ellos, las murallas se construían de piedra, las calles se pavimentaban y los edificios se levantaban siguiendo modelos urbanos. De hecho, muchos de estos campamentos se transformaron con el tiempo en ciudades romanas, como Vindobona (Viena) o Eboracum (York).
En comparación, los castra itineraria eran una expresión de la movilidad y la eficiencia romana. Aunque su vida útil era de apenas una noche, respondían a los mismos principios de orden, seguridad y jerarquía que guiaban la construcción de los otros tipos de fortificaciones. Eran, en esencia, fortalezas portátiles.
El papel de la disciplina y la ingeniería
Construir un castra itineraria era una demostración de la disciplina colectiva de las legiones. Cada soldado sabía qué tarea le correspondía y ejecutaba su parte sin demora. La rapidez era vital: según Polibio, un campamento completo podía levantarse en menos de cinco horas. Los legionarios alternaban entre labores de ingenieros y soldados, excavando, clavando estacas y organizando su propio alojamiento antes de que cayera la noche.
Las herramientas empleadas eran simples pero eficaces: azadas, palas, cestas de mimbre y martillos. Cada soldado transportaba en su sarcina (mochila) parte del equipo necesario: estacas, cuerda, herramientas y raciones. Este sistema descentralizado permitía a la legión operar de forma autónoma, sin depender de un tren logístico externo.
Los ingenieros militares, o architecti, supervisaban la exactitud del trazado. Eran los encargados de verificar que las proporciones del campamento se ajustasen al número de cohortes presentes y a las condiciones del terreno. Si el ejército debía permanecer varios días en el mismo lugar, se añadían refuerzos al vallum, torres de observación de madera y fosos secundarios.
Esta capacidad de transformar un terreno virgen en una fortaleza en pocas horas asombró a los pueblos enemigos. Durante las campañas de César en la Galia, los relatos mencionan que las tribus celtas se veían desconcertadas por la rapidez con que los romanos pasaban de la marcha al combate tras haber levantado un campamento perfectamente defendido.
Vida y funcionamiento dentro del castra itineraria
Una vez concluida la construcción, el campamento cobraba vida con un orden reglamentado. Sonaba la trompeta que marcaba la hora de la cena, y cada contubernium preparaba su comida sobre pequeños fuegos. Los centuriones pasaban revista, asegurándose de que las armas estuvieran limpias y los perímetros vigilados. En el centro del campamento, el general recibía informes y organizaba las órdenes para el día siguiente.
El castra itineraria también cumplía una función simbólica: era un espacio donde la jerarquía se mantenía visible. Las insignias, los estandartes y el altar portátil del ejército se colocaban junto al praetorium. Allí se rendían honores a los dioses y al emperador, reforzando la cohesión espiritual del ejército.
La vigilancia nocturna se organizaba en turnos. Las cohortes se rotaban en la guardia de las puertas (portae) y las torres de observación. Cualquier descuido se castigaba severamente, pues un ataque sorpresa podía ser fatal para una legión acampada. Este rigor, unido a la eficiencia constructiva, convirtió al castra itineraria en una pieza clave de la superioridad militar romana.
El amanecer y el desmontaje
Con las primeras luces del día, sonaba la señal para el desmontaje. Los legionarios recogían las tiendas, desenterraban las estacas y nivelaban parcialmente el terreno antes de marchar. La disciplina exigía no dejar rastro visible del campamento, una medida que dificultaba al enemigo seguir la pista del ejército. El orden del desmantelamiento seguía la misma jerarquía que su construcción: primero las tiendas periféricas, luego el centro y, finalmente, la empalizada.
El resultado era una movilidad extraordinaria. Las legiones podían marchar con la seguridad de saber que, al final del día, dispondrían de una fortaleza defensiva donde descansar. Este sistema garantizaba que incluso en territorio hostil el ejército nunca estuviera desprotegido.
Innovaciones y adaptaciones a lo largo del tiempo
A lo largo de los siglos, la estructura del castra itineraria evolucionó con las necesidades del ejército. En tiempos de César, el diseño era más estandarizado, con dimensiones calculadas según el tamaño de la legión. En el siglo II d.C., durante las campañas de Trajano o Adriano, el aumento del uso de auxiliares y tropas aliadas obligó a ajustar la distribución interna para incluir áreas separadas para cada contingente.
Durante las guerras fronterizas del siglo III, los campamentos itinerantes empezaron a incorporar pequeños refugios de madera en lugar de tiendas, especialmente en regiones frías o húmedas como Britania o Germania. La movilidad seguía siendo esencial, pero la creciente inestabilidad de las fronteras llevó a combinar elementos temporales con otros más duraderos, dando origen a campamentos semipermanentes que anticipaban las burgi o torres de vigilancia tardoimperiales.
La influencia del castra itineraria fue profunda. Su diseño y método de construcción inspiraron modelos de fortificación posteriores, desde los campamentos medievales hasta los cuarteles de campaña modernos. La idea de que un ejército debía ser capaz de crear su propio refugio defensivo en cualquier circunstancia formó parte del pensamiento militar romano durante más de seis siglos.

El genio logístico de Roma
El éxito del castra itineraria no residía solo en su ingeniería, sino en la logística que lo hacía posible. Cada soldado romano llevaba una carga promedio de treinta kilos, que incluía no solo armas y víveres, sino también herramientas de construcción. Esta autosuficiencia permitía al ejército moverse sin depender de un tren de suministros inmediato.
Los animales de carga, organizados en columnas separadas, transportaban los materiales más pesados: estacas adicionales, herramientas colectivas y provisiones de grano. Las legiones marchaban con un orden que combinaba flexibilidad y control. El general sabía que, sin importar el terreno, al caer la noche el ejército estaría protegido tras un foso y una empalizada.
Esta rutina diaria de construcción y desmontaje reforzaba la disciplina. No había espacio para la improvisación. La repetición constante de las mismas tareas inculcaba una mentalidad colectiva de orden y previsión. Cada soldado se convertía en parte de una máquina perfectamente sincronizada, capaz de responder ante cualquier amenaza.
Eficiencia y seguridad: las claves del dominio romano
El castra itineraria simbolizaba la filosofía romana de dominio racional sobre el espacio. Allí donde acampaban, los romanos imponían su propio orden geométrico al paisaje. En un mundo lleno de incertidumbre y peligro, el campamento ofrecía una sensación de control absoluto. Los enemigos podían dominar los bosques o las montañas, pero no podían penetrar fácilmente un campamento romano, incluso si este había sido construido en pocas horas.
Esa combinación de movilidad, previsión y fortificación fue uno de los factores que explican la superioridad táctica de las legiones. Cada jornada terminaba con la seguridad de un refugio; cada amanecer, con un ejército descansado y organizado para continuar su avance. Ninguna otra fuerza militar de la Antigüedad alcanzó un nivel semejante de preparación sistemática.
¿Eres Historiador y quieres colaborar con revistadehistoria.es? Haz Click Aquí
Suscríbete a Revista de Historia y disfruta de tus beneficios Premium
Resumen de Vídeo:
Te hemos preparado un resumen de vídeo de este artículo para enriquecer tus conocimientos:
Resumen en Podcast:
También te hemos preparado un resumen de audio en formato Podcast para que puedas entender el contexto:
Podcast: Mujeres en los campamentos romanos
🏕️ Preguntas frecuentes sobre los Castra itineraria
1. ¿Qué diferencia había entre los castra itineraria, aestiva y stativa?
Los campamentos que hoy algunos autores llaman castra itineraria corresponden a los campamentos de marcha que el ejército romano levantaba cada día al finalizar la jornada. Eran instalaciones completamente temporales, diseñadas para una sola noche y construidas siguiendo un plan muy estandarizado.
Los castra aestiva eran campamentos temporales de campaña, habitualmente empleados durante operaciones prolongadas, especialmente en verano. A diferencia de los de marcha, podían mantenerse semanas o meses y solían incluir estructuras más sólidas y una organización interna más desarrollada.
Los castra stativa (o hiberna, cuando eran de invierno) eran campamentos permanentes, con murallas de piedra, fosos estables y edificios fijos. Funcionaban como auténticos cuarteles, especialmente en las provincias fronterizas del Imperio.
2. ¿Cuánto tiempo tardaban los romanos en construir un castra itineraria?
Podían levantar un campamento completo en menos de cinco horas. Cada soldado tenía asignadas tareas específicas, desde cavar el foso hasta levantar la empalizada o montar las tiendas, lo que garantizaba una ejecución rápida y organizada.
3. ¿Qué elementos defensivos incluía un castra itineraria?
Contaba con un foso (fossa), un terraplén de tierra (agger), una empalizada (vallum) y cuatro puertas. En su interior se organizaban calles rectas, zonas para las tiendas y un centro de mando llamado praetorium.
4. ¿Cómo decidían dónde construir el campamento?
El terreno se elegía por su seguridad y recursos: debía ser elevado, con acceso a agua y buena visibilidad. Los metatores (topógrafos militares) trazaban el perímetro y las calles principales antes de que llegaran las tropas.
5. ¿Qué ocurría al día siguiente?
Al amanecer, el campamento se desmontaba siguiendo el mismo orden con el que se había construido. Las tropas recogían tiendas y estacas, nivelaban el terreno y retomaban la marcha, dejando apenas rastro de su paso.