Alfonso VI, El Bravo

Alfonso VI, El Bravo, Rey de León y de Castilla (1040-1109). Segundo hijo de Fernando I el Magno, Rey de Castilla y León, y de Sancha de León. Su padre había legado el Reino de Castilla a su hijo Sancho II el Fuerte, a Alfonso VI el de León y, a García, el de Galicia. Este reparto no satisfizo a ninguno de los dos hijos mayores, que se mostraron disconformes con la herencia recibida, y, sobre todo, con la desmembración del Reino.

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En 1068, los dos hermanos se enfrentaron en Llantada, a orillas del río Pisuerga, en Palencia, sin que hubiera un claro vencedor. Pese a la rivalidad, ambos llegaron a un acuerdo para despojar del Reino de Galicia a su hermano García, que hecho prisionero por Sancho II y obligado a exilarse en la taifa de Sevilla. Tras el reparto, la situación de Sancho II fue absurda, puesto que para acudir a Galicia tenía que pasar por el Reino de León. En 1072, los dos hermanos volvieron a enfrentarse en Golpejera, cerca de Carrión de los Condes, en Palencia, favoreciendo las armas a Sancho II, que hizo prisionero a su hermano encarcelándolo en Burgos.

Urraca, hermana de Sancho y Alfonso, consiguió con sus ruegos que éste fuera puesto en libertad a condición de que se metiera a monje. El tiempo que permaneció en el claustro fue breve, pues disfrazado, logró evadirse, refugiándose en la taifa de Toledo junto a al-Mamún, su amigo y antiguo tributario. Mientras, el conde Pedro Ansúrez, de acuerdo con Urraca, que residía en Zamora, que su hermano le había cedido, preparaba la sedición de los leoneses contra Sancho II. El Monarca, sabedor de la intrigas de Urraca, marchó a Zamora sitiándola, pero murió asesinado ante sus murallas en octubre de 1072.

Alfonso VI, El Bravo

Tras nueve meses de exilio, Alfonso VI abandonó Toledo. Actuó rápidamente, no encontrando, al parecer, dificultades para que el estamento nobiliario y el Obispado le reconocieran como Rey. Los dos años siguientes los empleó en visitar las Provincias de su Reino y en consolidar su posición. Mucho tenía que agradecer Alfonso VI a su hermana Urraca, por la que sentía un morboso afecto que debió ser correspondido, puesto que según parece, tuvieron relaciones incestuosas. El Rey agradecido, concedió a su hermana la consideración y el nombre de Reina. Los castellanos, que siempre sospecharon de la participación de la muerte de Alfonso VI en la muerte de su hermano, dirigidos por Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, le exigieron que jurara su inocencia en Santa Gadea[1], “do juran los fijosdalgo”.

García, al enterarse de la muerte de su hermano Sancho, se apresuró a regresar a sus tierras de Galicia pensando en recuperar el Trono, por lo que a Alfonso VI se le presentó la urgente necesidad de eliminar a su hermano. Aconsejado por Urraca y Pedro Ansúrez[2], le invitó a una entrevista, a la que el incauto García acudió. Alfonso VI lo encerró cargado de cadenas en el castillo de Luna, en Rota, donde permaneció hasta su muerte en 1090. Alfonso VI consiguió reunir bajo su cetro el Reino que su padre había dividido entre sus hijos.

En 1076, el Monarca navarro Sancho Garcés IV, el de Peñalen caía asesinado víctima de una conjura urdida por su hermano menor Ramón, y su hermana Ermesinda. No quisieron los navarros ser gobernados por un fratricida, por lo que una parte del Reino eligió por Monarca a Sancho Ramírez I de Aragón. Alfonso VI aprovechó esta coyuntura para entrar rápidamente en La Rioja, presentándose como sucesor de su difunto primo. Tuvo el acierto de devolver sus antiguos fueros a los de Nájera, nombrando conde a García Ordóñez, al que casó con Urraca, hermana del Rey asesinado. Con estas medidas políticas, Alfonso VI recuperó pacíficamente las tierras que antes fueron de Castilla: Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y la Bureba[3]. En 1077, adoptó el título de “Emperador de toda España”, con lo que indicaba su decisión de no someterse a los dictados del Papa Gregorio VII, ni pagarle el censo, que pagaban otros Reyes de España, aunque sí cedió en abolir el rito mozárabe, aceptando el romano.

En el verano de 1074, Alfonso VI lanzó una ofensiva sobre la taifa de Granada, obligando a su Rey, Abd Allah, al pago de las parias[4]. Al año siguiente, junto con su aliado al-Mamún de Toledo, tomó Córdoba, que pasó a incrementar las posesiones de la taifa toledana, prueba de que entre al-Mamún y Alfonso VI había una estrecha colaboración. En 1075, al-Mamún murió envenenado en Córdoba. Su hijo, Yahia, que tomó el título de al-Qadir, heredó la taifa de Toledo. Débil de carácter y de escasa inteligencia, se dejó dominar por los eunucos y las mujeres del harén, entre las que se había criado. Al-Qadir, viendo cómo se desmoronaba su reino, solicitó la ayuda de Alfonso VI, que empezó a guerrear contra los enemigos del Rey toledano. Al-Mutawakkil, Rey de la taifa de Badajoz, perdió la ciudad de Coria, y escribió una primera carta a los almorávides previniéndoles del peligro que representaba Alfonso VI para los musulmanes. Al-Qadir, incapaz de poner orden en su propio Reino, pidió al Monarca leonés que aumentara su ayuda militar, pero éste exigió un mayor precio por su ayuda. Alfonso VI sitió Toledo, llevando consigo a al-Qadir, que tuvo que refugiarse en Cuenca  tras los disturbios producidos en la ciudad.

En mayo de 1081, los partidarios de una alianza con Alfonso VI le abrieron las puertas de la ciudad. Alfonso VI regresó a Castilla cargado con rico botín, sin embargo, los ánimos siguieron revueltos en Toledo, al sentirse amenazados los partidarios de Alfonso VI por la facción que incitaba a al-Muqtadir y a al-Mutámid, Reyes de las taifas de Zaragoza y Sevilla, para que se apoderaran del Reino. Esta situación hizo pensar a Alfonso VI que la única solución pasaba por la anexión de Toledo. Los partidarios de la alianza con León enviaron mensajeros secretos al Rey comunicándole su deseo de entregarle Toledo, pero exigían que se les concediera la posibilidad de efectuar una resistencia honrosa que legitimara ante el Islam la entrega de la ciudad. En el verano de 1081, Alfonso VI comenzó unas campañas devastadoras que fueron agotando los recursos de la taifa de Toledo. Reducida a la miseria, sin posibilidad de recibir ayuda de otras taifas, que por el contrario habían suministrado víveres al Ejército de Alfonso VI, Toledo se rindió el seis de mayo de 1085. Al-Qadir, sostenido por Alfonso VI y por el Cid Campeador, pudo reinar durante siete años en Valencia. La cristiandad celebró con júbilo la toma de la emblemática ciudad, mientras los Reyes de taifas abrían las puertas de Al-Ándalus a los Ejércitos almorávides. La frontera se estableció entonces en el Río Tajo.

Alfonso VI, después de 14 años de triunfos militares y políticos ininterrumpidos, vivirá un período mucho más largo, 23 años, de reveses e infortunios. Alfonso VI, para asegurarse el cobro de las parias, había puesto en cada taifa tributaria un lugarteniente al mando de un reducido destacamento de soldados. Los Reyes de taifas, que veían impotentes como sus arcas se iban vaciando, decidieron llamar en su ayuda a los almorávides.

El 30 de julio de 1086, Yusuf ibn Tashufin, creador del Imperio almorávide, desembarcaba en Algeciras al frente de un numeroso Ejército. Se le unieron las tropas de al-Mutámid de Sevilla, las de Abd Allah de Granada, y, más tarde las de al-Mutawakkil de Badajoz. Alfonso VI ordenó inmediatamente levantar el sitio de Zaragoza y pidió ayuda a los Reinos cristianos, disponiendo que las fuerzas se reunieran en Coria (Cáceres). La batalla de Zalaca, la actual Sagrajas, en las proximidades de Badajoz, tuvo lugar el 23 de octubre de 1086. Aunque el Ejército cristiano opuso una fuerte resistencia, pues los combates duraron hasta el anochecer, la derrota cristiana fue completa y el mismo Alfonso VI fue herido en una pantorrilla, aunque una parte de las fuerzas cristianas se pudieron poner a salvo en Coria. La derrota de Zalaca marcó un período de retroceso en la política expansionista del Monarca. No obstante, la defensa obstinada que hizo solo permitió a los almorávides apoderarse de pequeñas parcelas del territorio castellanoleonés. El objetivo primordial de Yusuf era la conquista de Toledo, ciudad clave para el equilibrio de las fronteras entre musulmanes y cristianos, acabaría en un total fracaso.

Al año siguiente, Alfonso VI sofocó una revuelta en Galicia. El Obispo de Santiago, Diego Peláez, y el conde de Galicia Rodrigo Ovéquez, se levantaron en armas con la idea de liberar al encarcelado García. La causa rebelde fracasó estrepitosamente: el conde tuvo que huir y el Obispo fue depuesto.

Alfonso VI volvió a llamar a Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, con el que enemistó a causa de su desobediencia. El Cid contuvo el avance de los aragoneses y catalanes, obligando a las taifas de todo el Levante a pagarle parias. Desde la fortaleza de Aledo (Murcia) atacaban los leoneses a las débiles taifas de Murcia y Almería. Yusuf ben Tashufin la sitió en 1090, pero tuvo que levantar el cerco ante la llegada de Alfonso VI con un Ejército. El Cid, que no pudo reunirse a tiempo con su Rey, porque éste cambió el itinerario, cayó nuevamente en desgracia siendo desterrado, siguiendo en solitario su aventura de conquistas, que culminaría con la toma de Valencia en 1093.

Los almorávides, llamados por las taifas para que aliviaran la presión que sobre ellas ejercían los Reinos cristianos, decidieron conquistar Al-Ándalus. Las taifas viendo en peligro su independencia, se volvieron a Alfonso VI en busca de ayuda que envió un contingente de tropas que fueron vencidas, lo que permitió a Yusuf apoderarse de las taifas de Granada y Málaga, a las que pronto siguieron las de Jaén, Murcia y Denia. Al-Mutawakkil, Rey de la taifa de Badajoz, había cedido a Alfonso VI, en pago por su ayuda las ciudades de Lisboa, Cintra y Santarem, que fueron reconquistadas en el invierno de 1093-1094, por General almorávide Sir Ibn Abu Bakr, a la vez que sometía a la taifa de Badajoz, asesinando al Rey y a sus hijos. En 1097, los almorávides avanzaron sobre Toledo. Los cristianos, aunque sufrieron un duro castigo, aguantaron en Consuegra, donde murió el hijo de El Cid, Diego, teniendo que retirarse las fuerzas almorávides hacia el Sur. Dos años después, los almorávides, al mando de Yahya Ibn Tashufin, nieto de Yusuf, arrasaron las poblaciones al Sur del Tajo, lo que les permitió sitiar Toledo, una vez más, en el verano de 1100, pero la ciudad resistió nuevamente.

El Cid Campeador falleció en 1099, y su esposa, Jimena Díaz, tuvo que pedir ayuda a Alfonso VI para defender Valencia. Un par de años después, comprendiendo la imposibilidad de mantenerla, Alfonso VI decidió evacuarla, prendiendo fuego a todo lo que quedaba en ella. Los mesnaderos[5] de El Cid llevaron su cadáver a Castilla enterrándolo en el Monasterio de San Pedro de Cardeña[6]. A finales de mayo, el almorávide Mazdalí ocupaba Valencia.

Los últimos años del Monarca leonés fueron de una gran actividad bélica. Cuando al-Mustain de Zaragoza concertó una alianza con Yusuf, Alfonso VI temió la pérdida de Toledo, aunque se negó a aceptar esa posibilidad y, en 1103, puso sitio a Medinaceli, que vigilaba las tierras toledanas por el valle del Río Jalón. Tras un largo asedio, esta importante plaza caía en sus manos en julio de 1104, con lo que disminuía la presión sobre Toledo. A pesar de las incursiones victoriosas por tierras sevillanas y malagueñas, Alfonso VI no pudo alterar el equilibrio que le era desfavorable desde la batalla de Zalaca.

Ya anciano, pues tenía 69 años, intentaba resolver el problema de la sucesión que le planteaba la falta de un hijo varón, a pesar de los cinco matrimonios contraídos. El primer enlace lo realizó en 1074 con Inés, hija del duque de Guillermo VIII de Aquitania, de la que se separó, posiblemente por no darle descendencia. En 1079, se casó con Constanza, hermana del duque Eudes I de Borgoña, viuda de Hugo II, conde de Chalons-sur-Seone. Alfonso VI, que había oído hablar de la belleza de Constanza, la solicitó en matrimonio. En los 12 años que duró la unión, del 1080 al 1092, Constanza tuvo seis hijos, de los cuales, cinco fallecieron pronto y sólo la sobrevivió Urraca, que al final heredaría el Trono de Castilla-León. Con el séquito de Constanza vino una hermosa dama francesa, pariente de la novia, que agradó más al Rey que su propia esposa y que amargó la luna de miel de Constanza. Otra humillación hubo de soportar la Reina; Al-Mutámid, Rey de la taifa sevillana, con el objeto de estrechar públicamente con Alfonso VI, le ofreció como concubina en 1090, a su nuera Zaida, a la que dotó de las poblaciones de Consuegra (Toledo), Huete (Cuenca) y Cuenca. El sensual Alfonso VI, que tuvo relaciones incestuosas con su hermana Urraca, y que en las cartas que escribía a los musulmanes se hacía llamar “Emperador de las dos religiones”, previo consejo con sus condes, la recibió. Zaida, hija del Rey de la taifa de Sevilla, – aunque algunos historiadores dicen que eran su nuera – tras ser bautizada con el nombre de Isabel, fue una excelente competidora en el tálamo regio de Constanza y Berta. En 1093, Zaida-Isabel dio a Alfonso VI su único hijo varón, Sancho Alfónsez, lo que alegró sobremanera al Rey. Pero desgraciadamente, Sancho Alfónsez falleció en la batalla de Uclés (Cuenca) en 1108. La tercera esposa fue Berta, de origen toscano pero emparentada con la Casa de Borgoña y que debió morir hacia 1098. Al año siguiente contraería su cuarto matrimonio con Isabel, de origen incierto, de la que nacerían dos hijas: Sancha, que se casó con el conde Rodríguez de Lara[7], y Elvira, que al casarse con Roger II[8] fue Reina de Sicilia. En 1108, se casó por última vez, ésta vez con Beatriz, también francesa de origen de origen, hija del duque de Aquitania y conde Poitiers, que, al fallecer el Rey en 1109, regresó a su país, donde contrajo nuevo matrimonio.

También tuvo Alfonso VI concubinas, de las que se pueden destacar, a la rica, noble y hermosa Jimena Muñoz, de la Casa de los Guzmanes, que dio dos hijas al Monarca: Elvira, hermana de la condesa de Portugal, Teresa de León, que se casó con Raimundo IV, conde de Tolosa, y Teresa que en 1095 contrajo matrimonio con el conde Enrique de Borgoña, conde de Portugal, llevando como dote las tierras lusitanas y que sería la madre de Alfonso Enríquez, el primer Rey de Portugal.

De la boda celebrada en 1091, entre la infanta Urraca y Raimundo de Borgoña, nació, posiblemente en 1105, Alfonso Raimúndez, el futuro Alfonso VII de León, el Emperador, que fue Rey de León y de Castilla, y otra infanta de nombre Sancha. Raimundo fallecería poco después. La falta de descendencia masculina de Alfonso VI hacía recaer la herencia en una mujer: su hija Urraca, a la que le faltaba un marido que pudiera proseguir la lucha contra los almorávides. Los nobles leoneses y castellanos, queriendo evitar que el Gobierno cayese en manos extranjeras, propusieron a Alfonso VI que casara a la viuda Urraca con el poderoso conde de Candespina, Gómez González. Pero el Rey tenía otros planes, pues proyectaba casar a su hija con el Monarca Alfonso I el Batallador, para que reinara en Castilla-León, y, a su muerte, el hijo que naciera de este matrimonio gobernaría como como Rey de León, Castilla y Aragón. Tan poderoso Reino – pensaba Alfonso VI -, tendría el poder suficiente para resistir y vencer a los musulmanes. Pero temiendo la debilidad de Urraca, en lo que se equivocó, pues su hija hizo gala de la misma energía persistencia que su padre, concertó el matrimonio con el aragonés.

Alfonso VI no vio celebrarse esta boda. En 1109, el Monarca se hizo llevó en una litera a Toledo para dirigir la defensa de la ciudad ante un esperado ataque almorávide. Falleció, sin poder asistir al asalto, el día uno de julio de 1109. Su cuerpo fue trasladado, según sus disposiciones, al Monasterio de Sahagún.

Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es

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Bibliografía

RÍOS MAZCARELLE, Manuel. Diccionario de los Reyes de España.

[1] Según la tradición, el juramento que hubo de prestar Alfonso VI tuvo lugar en la iglesia de Santa Gadea de la ciudad de Burgos, a finales del año 1072.

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1 Comment

  1. Batalla de Zalaca, la Reconquista en peligro - Revista de Historia
    05/06/2020 @ 12:59

    […] rey de Castilla Alfonso VI, parecía imparable en sus deseos de apoderarse de todo al-Ándalus, y ya no se contentaba con las […]

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