Alfonso V el Magnánimo

Alfonso V el Magnánimo (1396-1458) heredó el Trono de Aragón y los condados catalanes cuando murió su padre, Fernando I de Antequera. En 1415, un año antes de ser proclamado Rey, contrajo matrimonio con María, que aún no había cumplido los 14 años, hija de Enrique III de Castilla y Catalina de Lancaster. De este matrimonio no tuvo descendencia, quizá porque pasó la mayor parte de su vida en Italia, alejado de su esposa.

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Alfonso V el Magnánimo

Lo primero que hizo fue llamar a su hermano Juan que se hallaba de Gobernador en Sicilia, porque los sicilianos querían nombrarle Rey y declararse nuevamente independientes. Le encargó a Juan, futuro Rey consorte de Navarra por su matrimonio en 1425 con Blanca de Navarra, reforzar el partido aragonés en Castilla, lo que produjo un enfrentamiento con su hermano Enrique.

Las difíciles relaciones de Alfonso V con las Cortes y su enfrentamiento con los catalanes, que, dada su precariedad económica, deseaban una política menos ambiciosa, le impidieron continuar la política mediterránea de su padre. En 1420, conseguidos los subsidios y preparada la flota, se hizo a la mar rumbo a Cerdeña, donde sitió a la fortaleza de Bonifacio(Córcega) en 1421, aunque los genoveses le obligaron a levantar el cerco, frustrando las esperanzas de una conquista rápida. Entretanto, recibió una embajada de la Reina Juana II de Nápoles, que imposibilitada de sostenerse en el Trono con el exclusivo apoyo del General Sforza el Viejo[1], que proponía al angevino[2] Luis III de Anjou como sucesor, y de Giovanni Caracciolo[3], que defendía la candidatura de Alfonso V, propuso al Monarca aragonés reconocerlo como heredero al Trono si le ayudaba a derrotar a sus enemigos. Alfonso V, convencido de los beneficios que le reportaría ayudar a Juana II, envió su escuadra a Nápoles, venciendo a la flota enemiga en Foz Posana en 1421. Poco después llegó el aragonés y se apoderó del castillo de la Cerra, cerca de Nápoles. Sin embargo, Juana II modificó sus acuerdos y prohijó a Luis III de Anjou, lo que llevó a Alfonso V a emprender una acción para detener a la Reina. Esto provocó que Sforza el Viejo acudiera en ayuda de Juana II con 3.000 hombres. La inferioridad numérica puso a los aragoneses en grave peligro, pues sólo se salvaron gracias a la oportuna llegada de refuerzos procedentes de Cataluña y Sicilia, lo que les permitió conquistar, palmo, a palmo, la ciudad de Nápoles y la pequeña, pero fundamental, Isla de Ischia[4].

Alfonso V, apremiado por su esposa María, que se hallaba en una difícil situación con las Cortes catalanas, decidió regresar a sus Reinos, dejando a su hermano Pedro como lugarteniente de Nápoles. Al pasar frente a Marsella, decidió saquear la rica ciudad, perteneciente a su enemigo Felipe III de Anjou. Tres años duró la guerra italiana y sus frutos no fueron muy abundantes. El coste de la campaña fue impresionante: la Iglesia catalana desembolsó 350.000 florines, y el país catalán 70.000, más el coste del equipamiento de una flota. El descontento era manifiesto.

La influencia del partido aragonés comenzaba a declinar. Los hermanos de Alfonso V, Juan y Enrique, herederos de las inmensas propiedades de su padre, Fernando de Antequera, toparon con Álvaro de Luna, valido de Juan II y figura clave en el ascenso de la Monarquía en Castilla. Álvaro de Luna, maniobrando astutamente, consiguió indisponer a los dos hermanos, expulsar a Enrique de la Corte castellana y arrebatarle sus posesiones, que fueron repartidas entre los nobles castellanos. Alfonso V apoyó a sus hermanos y, junto con Navarra, inició la guerra contra Castilla. Tras unas débiles incursiones en la frontera castellana, Alfonso V tuvo que renunciar a continuar los ataques. La crisis económica era evidente y las Cortes catalanas se negaron a conceder más subsidios. Es más, negociaron directamente con Álvaro de Luna, asegurándole que Alfonso V se vería obligado a renunciar a su política expansionista en Castilla por falta de recursos. Así ocurrió, y el aragonés tuvo que aceptar todas las exigencias de la Monarquía castellana en la tregua que se pactó en 1430.

Más interesado en los asuntos napolitanos que en los de su propio Reino, Alfonso V, gracias al donativo que le concedieron las Cortes catalanas, partió en 1432 para su segunda y decisiva campaña napolitana, entregando plenos poderes a su mujer María para el Gobierno del Reino.

Durante dos años permaneció en Sicilia, combinando una sutil política de presiones sobre Juana II de Nápoles y una serie de acciones bélicas en otros puntos del Mediterráneo. La muerte de Felipe III de Anjou, seguida por la de Juana II pocos meses después, le abrió el camino para la conquista de Nápoles. La flota genovesa acudió en ayuda de Gaeta[5], sitiada por los aragoneses, que fueron vencidos en la batalla naval de Ponza (Lacio, Italia), en 1435, cayendo prisioneros el Rey y sus hermanos, Juan y Enrique. El cautiverio no fue largo, pues Alfonso V pronto llegó a un acuerdo con su captor Felipe María Visconti, duque de Milán, para repartirse sus influencias en Italia: el duque de Milán, al Norte; Alfonso V, al Sur; y en el centro, los Estados Pontificios.

Alfonso V decidió permanecer en Italia y nombró a su hermano Juan lugarteniente general de Aragón. Desde 1436 hasta 1442 luchó para consolidar su dominio sobre Nápoles. Su triunfo se debió, más que a las batallas, a la generosidad con que repartió el dinero entre los nobles napolitanos. No regresaría jamás a sus Reinos aragoneses, pese a que lo prometió en varias ocasiones. La vorágine de los acontecimientos italianos lo retuvo en Nápoles, pues, apenas quedaba solucionado un conflicto, otro requería su atención. Mientras, la Corona de Aragón padecía gravísimos problemas: el enfrentamiento de clases surgido en Cataluña, agrupadas en torno a los partidos conocidos como la Busca y la Biga[6]; la segunda guerra con Castilla; la difícil situación económica que padecía el Reino, que cada año se hacía más profunda; la lucha entre la nobleza y los conflictos sociales, que colocaba a la sociedad en peligro de descomposición, etc.

Alfonso V, inmerso en su aventura italiana, intentó en 1447, a la muerte de su amigo Felipe María Visconti, sucederle en el ducado de Milán, pero fracasó. Su última aventura fue un nuevo enfrentamiento con Génova, que ante el peligro solicitó la ayuda de Francia.

La muerte le llegó el 27 de julio de 1458 a los 64 años. Dejó el Reino de Nápoles a su hijo bastardo Ferrante, y los Reinos catalanoaragoneses a su hermano Juan. La Reina María abandonaba este mundo cuatro meses después de fallecer su esposo, en soledad, como había vivido. Calixto III no accedió a que Alfonso V repudiara a su esposa para contraer matrimonio con Lucrecia de Alagno, queriendo premiar a María por haber dado tan alto ejemplo de lealtad como esposa.

Alfonso V, apasionado de la caza, de la música, de la poesía y del arte, fue mecenas de artistas y literatos en su Corte napolitana. Se dejó ganar por el esplendor renacentista, por los encantos de la joven y hermosa Lucrecia de Alagno, por los espléndidos banquetes napolitanos, por sus carnavales y por sus bailes.

Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es

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Bibliografía

RÍOS MAZCARELLE, Manuel. Diccionario de los Reyes de España.

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