En 1991, la Albania de Enver Hoxha tenÃa un PNB (Producto Nacional Bruto) por habitante que se situaba en torno al puesto 150 mundial; en otras palabras, un paÃs al nivel de Yemen, Costa de Marfil, Mongolia o Zambia. En cuanto a la mortalidad infantil, indicador clásico de desarrollo socioeconómico, Albania, con un 44% se mantenÃa a una considerable distancia de la media europea, el 11%.
Hacemos referencia al régimen comunista de uno de los mayores déspotas del siglo XX, Enver Hoxha, el autoproclamado “último sostenedor del auténtico marxismo-leninismo”. No se equivocaba, como veremos.
La Albania anterior al comunismo
Albania, el paÃs de las águilas, históricamente una de las naciones más pobres y recónditas de Europa, la percibimos desde nuestra imagen occidental como un pequeño rincón de Europa abandonado y desamparado.
Para comprender la Albania comunista de Enver Hoxha es necesario rememorar la historia de los albaneses, donde la subyugación a fuerzas externas ha sido una constante. A los otomanos tenemos que sumar, en el siglo XX –una vez constituido el Estado albanés-, el interés de yugoslavos, griegos, italianos y, finalmente, alemanes, en ocupar las tierras albanesas.
Ello explica el espÃritu belicoso del pueblo albanés y su consciencia de pueblo constantemente amenazado, aunque tenemos que añadir un factor sustancial para comprenderlo en su totalidad. Albania, al igual que los demás pueblos balcánicos, reivindica un espacio soberano más extenso étnicamente homogéneo: la Gran Albania. En 1944, los partisanos comunistas liderados por Hoxha tomarÃan el control de Tirana, capital de Albania; un paÃs, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, eminentemente rural y analfabeto. NacerÃa un Estado comunista que, debido a su historia sumisa y a su realidad mÃsera, protagonizarÃa un peculiar sistema de alianzas y una evolución polÃtica hacia el hermetismo que merece un análisis.
Albania comunista
Yugoslavia, situada al norte de Albania, también habÃa vencido a las fuerzas externas gracias a los partisanos comunistas yugoslavos dirigidos por Josip Broz Tito. La decisiva ayuda que éstos ofrecieron a sus camaradas albaneses sirvió de pretexto para que la recién creada República Popular de Albania se constituyera como un paÃs satélite de Yugoslavia. Ambos paÃses compartÃan un sistema monetario y una unión aduanera; incluso, se empezó a estudiar serbo-croata en las escuelas albanesas. Rápidamente, dentro del recién organizado Partido del Trabajo de Albania surgieron las primeras diferencias entorno a las pretensiones reales del vecino norteño. Altos cargos del partido veÃan con buenos ojos la progresiva influencia yugoslava, llegando a contemplar la anexión a ésta como una séptima república, objetivo que Tito estimulaba. Por otra parte, el otro bando, liderado por Enver Hoxha, era contrario a esta posible unión, recalcando que el propósito de Yugoslavia con Albania era el de su aprovechamiento económico.
El liderazgo de Hoxha era discutido ante el despliegue polÃtico de la facción pro-yugoslava, pero en 1948 tuvo lugar un acontecimiento que significarÃa su salvación: Yugoslavia fue expulsada de la Kominform dadas las desavenencias entre Stalin y Tito, el cual querÃa formar una Federación Balcánica independiente a la que el lÃder soviético se oponÃa. Enver Hoxha se halló con el suficiente apoyo polÃtico, en este caso soviético, para anular los acuerdos económicos bilaterales con Belgrado y poner en marcha una campaña anti-yugoslava con la finalidad de transformar a Iósif Stalin en un héroe nacional albanés, a Hoxha en un guerrero contra la agresión extranjera y a Tito en un monstruo imperialista. Asà pues, para no ser devorados por Tito, Albania siguió el camino soviético-estalinista.
Pero en marzo de 1953 la coyuntura volverÃa a dar un giro tras la muerte de Stalin, a los 73 años de edad, al perder Enver Hoxha a su emblema polÃtico. El sucesor soviético, Nikita Kruschev, no calmarÃa la ansiedad del lÃder albanés. En primer lugar, porque Kruschev creyó oportuno reconducir las relaciones entre Moscú y Belgrado. En segundo lugar, porque el nuevo lÃder soviético, en su intento por acabar con todo resquicio posible de estalinismo, insistió en los “diferentes caminos hacia el socialismo”, asà como en la “polÃtica de coexistencia pacÃfica”, a la vez que acusaba a Stalin de una “crueldad arbitraria”. Para Hoxha, todo ello significaba una amenaza para la seguridad de su Estado, por lo que el deterioro del vÃnculo entre Tirana y Moscú fue agravándose, pese a los esfuerzos de Kruschev de mantener a su –aún- aliado. Si Yugoslavia y la URSS no podÃan ser socios de Albania, ¿qué paÃs podÃa serlo? Evidentemente, deberÃa de tratarse de un paÃs marcadamente estalinista. Lo encontrarÃan en el extremo oriente.
Girando hacia el modelo Chino
Tras la muerte de Stalin, la crisis entre la URSS y la China comunista de Mao Zédong se hizo patente. Mao, adepto de Stalin pese a su diferente interpretación del marxismo, no podÃa tolerar la desestalinización y el revisionismo marxista que se estaba produciendo en la URSS; Kruschev, por su parte, criticó la eficacia del Gran Salto Adelante chino.